Debo decir que no he visto el comercial que cimbró al mundillo político en Coahuila. En estos días de calor agobiante si el algún momento he encendido el televisor, en cuanto me percato que se trata de un spot eleccionario, con la prisa del ama de casa que corre presurosa a la estufa donde se le quema la leche, cambio de canal apretando un botón en el control remoto. Me parecen mensajes obtusos, vacíos y sosos, al parecer dirigidos a pazguatos, atontados y babiecas, sin un sentido lógico que ilumine la noche oscura de unos comicios que parecen salidos de las tiras cómicas de un pasado en que Regino Burrón, su mandolina y su Borolas constituían la lectura obligada de los mexicanos. Lo comenta una persona que se encuentra cerca. Da una cátedra sobre lo que es un chúntaro. Quise ahondar y pregunté por qué era de su interés, fue cuando me habló del joven que protagoniza a un cocinero, como parte de un guión televisivo propagandístico, quien refiere que está en contra de que sea elegido en la próxima contienda electoral a quien califica con desprecio como un chúntaro. ¿Ha escuchado usted la canción Chilanga banda?, -me dijo, mientras con deleite apuraba un sorbo de un líquido oscuro y caliente- interpretada por el grupo Café Tacuba en que se utiliza una germanía que no es ajena a estos adjetivos, mencionándose en una de sus cuartetas a pachucos, cholos y chundos, a chinchinflas y malafachas, señalando a los chómpiras como los únicos que se la rifan y bailan tibiritábara.
Me quedé perplejo. Era la primera vez que escuchaba esa palabra. No se -explicó- si se pretende estigmatizar al profesor llamándolo ignorante, carente de erudición, ranchero, bajado del cerro de zapaliname a tamborazos, o bien se le quiso comparar con un cholo colombiano que participa en bailes organizados por las clases populares. Aquí, como se observa, agregó, no sólo se hace un reproche al contrincante electoral, sino también se critica a las mujeres de pueblo que lo invitaron a participar en sus guateques. Es el caló que se usa en la frontera que trae consigo el prejuicio de quienes no quieren aceptar a los de nuestra raza porque se sienten de una clase superior. Es el desprecio al paisa, al guacho y al chundo, que anteriormente denominaban pachucos, pochos y últimamente cholos, cada uno con sus características propias, vestimenta extravagante y una jerigonza como forma de comunicarse, avecindados en poblaciones allende la frontera. Trae consigo el término chúntaro una carga racista en el slang que se usa en la frontera. Pero no hay quien utilice esos terminajos, aduje. No crea usted, -me argumentó-, aún hay resabios en políticos que se sienten de la haig society despreciando todo aquello que es del pueblo.
Es el chúntaro -prosiguió- un naco o un tajuaro, con hondas raíces pueblerinas, carente de recursos económicos y de estudios. El vocablo chúntaro se suele usar como insulto con el pretenso afán de rebajar a alguien en su propia estima o en la de los demás. Se les dice así a los ignorantes que no saben comportarse en el medio social, usan los dedos para comer, se apoyan con los codos en la mesa, eructan y hacen de aguilita, acostumbrados a carecer de los utensilios y enseres que poseen los demás. Si a esas vamos, -precisó- eran chúntaros un millón de mexicanos que murieron en el movimiento revolucionario que inició don Francisco I. Madero, también los indios zacapoaxtlas que ayudaron a Ignacio Zaragoza a arrollar a los franceses en Puebla aquel 5 de mayo, igual la gleba que acompañó a Miguel Hidalgo y Costilla a luchar por la Independencia de este país, ídem los que en medio de las penalidades de vivir en un país extranjero ganan los dólares suficientes para fortalecer nuestra economía y son chúntaros los mexicanos que con la fuerza de su trabajo hacen que este país camine.
Son chúntaros los soldados rasos, los policías, la mayoría de los que asisten a las tribunas de sol del estadio, los conductores de taxis, los que van al cine a ver las películas de Vicente Fernández y la mayoría de los que asisten a las urnas a votar. Me declaro chúntaro, -dijo en el éxtasis de su perorata- aunque no cante raggamufin, ni baile de gavilán, ni asevere que el Gran Silencio sea la pura sabrosura. Los chúntaros formamos parte de una cultura en que se manifiesta una rebeldía en contra del orden creado. En fin, -señaló- no sé quiénes fomentan que se hagan spots televisivos en que hay una constante idea de que denostando a la mayoría de mexicanos es como se ganará la simpatía de los electores. En el uso del lenguaje y el respeto a las posturas de los demás, se demuestra una grandeza de espíritu de quienes compiten en una campaña política, dicho lo cual se levantó de su asiento. Entonces me di cuenta que era una mujer a la que serví de interlocutor, con una voz como la de Ofelia Guillmain. Vestía una túnica blanca, traía en su cabeza una especie de gorro frigio, había permanecido de espaldas y su figura, al ponerse de pie, me recordó a una estatua griega que se encuentra dentro del ágora de Atenas.