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“¡Dios mío, Dios mío! ¡Voy demasiado retrasado!”

Enrique Arrieta Silva

El cuento clásico de "Alicia en el país de las maravillas", debido a la pluma del caballero inglés Lewis Carrol, publicado en 1865, que tanto ha entretenido a generaciones y generaciones de niños y adultos, se inicia cuando Alicia encontrándose somnolienta por el intenso calor observa cómo súbitamente un conejo blanco de ojos rosados pasa corriendo a gran velocidad junto a ella. El conejo sacaba un reloj del bolsillo interno de su chaleco y lo consultaba nerviosamente, al mismo tiempo que preocupado decía: "¡Dios mío, Dios mío! Voy demasiado retrasado!"

Se entiende que, al ser inglés el autor, el conejo también era inglés y que por ello se preocupara por el retraso, dada la proverbial puntualidad inglesa. De haber sido mexicano el conejo, hubiera pasado al lado de Alicia caminando tranquilamente sin ninguna prisa ni preocupación, confiado en la tradicional puntualidad mexicana que ineluctablemente se traduce en impuntualidad.

Con sobrada razón decía un filósofo húngaro, que esperaba que la muerte le llegara con puntualidad mexicana. Era obvio que no quería morirse, o bien que deseaba morir bastante, pero bastante viejo.

En México, tal vez lo que inicie puntualmente sean los partidos de futbol, las peleas de box, las funciones de cine y las corridas de toros, y eso siempre y cuando las corridas de toros no sean en Durango, porque ésas empiezan 15 minutos tarde.

Las misas también empiezan más o menos con cierta puntualidad, pero siempre y cuando no sean de boda, porque como que generalmente hay uno que llega tarde, como queriendo arrepentirse, ante la magnitud del compromiso que no está para menos.

De hay en fuera todo es impuntualidad, cuando menos de 30 minutos, impuntualidad que se convierte en un círculo vicioso que atrapa en su superficie a organizadores y público. Así por ejemplo, los organizadores de un acto no se dan ninguna prisa en terminar a tiempo la logística del mismo porque dan por sentado que los asistentes llegarán media hora después de lo programado; a su vez, los que piensan asistir al acto no se apuran en acudir a la hora convocada, porque dan por descontado que se iniciará cuando menos media hora más tarde de lo anunciado.

¿Cuál es la excusa favorita para la impuntualidad crónica y endémica? En la Ciudad de México, sin duda los embotellamientos. En nuestra ciudad de Durango, a no dudar las distancias: "fíjate que llego tarde porque vivo muy lejos". Muy pronto lo serán también los embotellamientos, ¿o lo son ya?

Sin embargo, tengo para mí que la puntualidad e impuntualidad no son cuestiones de embotellamientos o de distancia, sino de mentalidad. Me explicaré.

Los integrantes de mi generación de licenciados en Derecho 1962-1966 vivíamos todos lejos de la escuela y para llegar y para llegar a ella no disponíamos sino de nuestra bicicleta, del camión, del carro de ruta o de nuestros propios pies; sólo uno de nosotros vivía enfrente de la misma escuela, de tal suerte que para llegar a ella sólo le bastaba cruzar la calle. Todos llegábamos temprano, nada más uno lo hacía tarde. Acertó usted, era el compañero que vivía enfrente. Desde entonces yo aprendí que la impuntualidad no tiene qué ver con la distancia, sino con la mentalidad, es decir, se tiene o no la mentalidad de ser puntual o no y punto.

En más de una ocasión me he divertido en el aeropuerto de nuestra ciudad observando a alguien cómo llega tarde corriendo a las instalaciones, cargando en el lomo el portatraje, simulando que tuvo asuntos qué atender previamente, siendo esto falso de toda falsedad, pues la verdad es que llega tarde porque acostumbrado está a llegar tarde; y encima todavía algunas veces trata, inútilmente por cierto como debe ser, que se le abra la puerta del avión, cuando ya ha sido cerrada para emprender el despegue.

Tal vez la única impuntualidad que pueda ser tolerada, sea la de la mujer, y eso siempre y cuando se trate de una cita para tomar un café o una copa, y eso siempre y cuando la tardanza valga la pena porque sea una mujer guapa; porque si no, ni siquiera la impuntualidad femenina debe ser tolerada, y en ningún caso si se trata de relaciones laborales.

La conclusión es sencilla. Los pueblos que llegan tarde, hay un lado al que sí llegan temprano, y ése es a su propio fracaso. Así de sencillo y así de fácil. Finalmente, si empecé este asunto de la puntualidad mexicana, que nos mantiene con la presión alta y al borde del infarto a los que sí somos puntuales, con un ejemplo literario, quiero terminarlo con otro que viene a cuento como anillo al dedo, se trata del cuento surrealista "El guardagujas", del extraordinario narrador mexicano Juan José Arreola. Va de cuento.

Hasta una estación desierta llega un forastero sin aliento, cargando una gran valija que lo había fatigado en extremo. Desalentado y pensativo consulta su reloj y ve que es la hora justa en que el tren debería partir, por lo que se atreve a preguntarle al guardagujas, un viejecillo de vago aspecto ferrocarrilero que carga en la mano una linterna roja, si ya ha salido el tren, quien para su sorpresa le recomienda que alquile alojamiento en una fonda de viajeros por un mes para que le resulte más barato, porque hasta ahora no ha sido posible organizar los ferrocarriles debidamente, por lo que existen irregularidades en el servicio. Enseguida el guardagujas lo consuela diciéndole que si espera convenientemente, tal vez él mismo tenga el honor de ayudarle a subir a un hermoso y confortable vagón. Arreola no dice el país de que se trata. ¿Hará falta decir que es México?

Escrito en: impuntualidad, puntualidad, siempre, llega

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