He tenido la fortuna de visitar dos o tres veces Santa María del Oro. Las primeras, para revisar el Juzgado Mixto de Primera Instancia a cargo del señor licenciado Ernesto Ríos Laurenzana, conocido en sus tiempos estudiantiles como “El Cuico”. No hay estudiante juarista, que no haya tenido apodo o apodos, por lo que a mí respecta tuve o tengo, como tres o cuatro.
Como magistrado del Supremo Tribunal de Justicia que fui, por mi afición a viajar y a conocer todo el Estado de Durango, siempre pedí visitar en función de revisión, los Juzgados más alejados, lo cual me era de inmediato concedido. Así fue como los juzgados de Topia, San Juan de Guadalupe y Santa María del Oro, casi siempre me fueran asignados, lo que para mí constituía un gran gusto, pues cada uno de esos lugares tiene su encanto. Topia, el encanto de su riqueza minera; San Juan de Guadalupe, el encanto de su laguna encantada y Santa María el encanto de sus casas solariegas y sus bellas mujeres. En Semana Santa del presente año que ya tiene su cola en el 2007, visité Santa María del Oro, camino a la hacienda de San José de Ramos, movido por mi interés de historiar las haciendas del Estado de Durango, y pude constatar que Santa María del Oro, sigue siendo un pueblo bonito y alegre, por lo que me hice la promesa de volver para hospedarme uno o dos días, camino a Guanaceví, otro lugar que merece ser visitado, y mis promesas, así sean internas, las cumplo. Tal vez sea para febrero o marzo, si Dios me presta salud y vida, como dirían los mayores.
Con semejante encanto, no es de extrañar que John Reed, el corresponsal de guerra norteamericano, que visitara Durango en los tiempos heroicos de la Revolución Mexicana, quedara fascinado con Santa María del Oro, y dejara testimonio en su obra México Insurgente, del embrujo que le provocó la risueña población.
Dice John Reed, en la obra mencionada, que el romance del oro, se aferra a las montañas del norte de Durango, igual que un perfume perdurable, y ya refiriéndose específicamente a Santamaría del Oro, escribe que se distingue por ser la ciudad más alegre de toda la región montañosa; que hay bailes casi todas las noches; que es la cuna de las muchachas más bonitas de Durango; que se celebran los días de fiesta con más alborozo que en otras localidades; que todos los que hacen el carbón vegetal, los pastores de cabras, arrieros y rancheros, de muchos kilómetros a la redonda, lo visitan los días festivos, empleando un día para la fiesta, otro para ir y un tercero para el regreso al hogar. Y luego pasa a expresar su admiración por las pastorelas de El Oro.
¡Y qué Pastorelas las del Oro! Exclama John Reed, y en seguida las describe, para fortuna de las tradiciones durangueñas, y de las generaciones actuales y futuras.
Refiere que en la mayor parte de los poblados, hay nada más una representación de las pastorelas, pero que en El Oro, se dan tres o cuatro en la noche de los Santos Reyes, y otra en diferentes momentos del año, según sea el impulso del espíritu festivo y religioso.
El entrenamiento de los actores, estaba a cargo del cura o sacerdote, pero la representación no se lleva a efecto en la Iglesia en el patio de las casas. De generación en generación, se le han ido añadiendo cosas, algunas demasiado profanas, demasiado realistas en concepto de la iglesia, pero que aún expresan la gran moral religiosa del medievo.
La noche a la que se refiere John Reed, se representaban pastorelas en la escuela, detrás de la casa de don Pedro, en la casa de don Mario y otra más en la casa de Petrita, que se había casado con Tomás Redondo, muerto el año anterior en las minas. Reed decidió marchar a la de don Pedro, por así habérselo recomendado la vieja arrugada y fumadora de un cigarrillo de hoja de maíz, que vendía el aguardiente extraído de un alambique que había en la cocina de una casa de adobe, en cuyo patio colgaban chiles rojos.
Por alguna razón, esa noche no se celebraron las pastorelas en la casa de don Pedro, y Reed, se dirige a las pastorelas de la casa de Petrita. Una vez allí las disfruta y las describe desde la aparición de Lucifer proclamándose luz y tentando de amores a Laura esposa de Arcadio, el diálogo curioso de Arcadio y Bato a propósito de la tentación carnal de Laura, la glotonería de Bato, el canto de pastores y pastoras de ovejas ataviados con sus trajes domingueros, el diálogo entre Fabio el avariento de noventa años de edad y su vivaracha y joven esposa, el robo por parte de Bras de la mochila de Fabio, el nacimiento de Cristo, las picardías de los glotones Bato y Bras hasta la caída del telón.
Finalmente Bato y Bras son descubiertos y castigados por el hurto de comida y bebida, Laura y Arcadio se reconcilian, a Fabio le es reprochada su avaricia que promete corregir, el Niño Jesús es mostrado tendido en su pesebre con los tres Reyes del Oriente y por último Lucifer es arrojado nuevamente al infierno.
Las pastorelas duraron tres horas, siendo todos los actores muchachas, lo que bien habla de las mujeres bellas de Santa María del Oro. El escenario había sido un cuarto blanqueado, bajo de techo y con piso de tierra.
Llama la atención las exclamaciones de aprobación o reprobación del público que se entremezclaban con las voces de las actoras, las risas sofocadas y las carcajadas estruendosas de los asistentes, así como los comentarios en voz baja relacionados con el asunto que se está representando y los sollozos de algunas mujeres del público por la pena de Arcadio por la posible debilidad de su esposa Laura ante los galanteos de Lucifer, todo lo cual nos habla de unas pastorelas activas, en cuanto se daba una importante participación del público. Han pasado ya casi cien años de lo escrito por Reed. Algunas cosas permanecerán en las pastorelas de Santa María del Oro, otras habrán cambiado, pero seguro estoy que aún resuena en sus escarpadas y majestuosas montañas, su canto de redención:
Hermosa es esta noche
sin comparación,
bella y apacible como nunca,
y feliz el mortal
que la contempla.
Todo proclama que el
Hijo de Dios,
el Divino Verbo hecho
carne humana,
pronto verá la luz de Belén
y se consumará la redención de los hombres.