Reza el dicho: "Si la vida te da limones, haz limonada", pero lo cierto es que este fruto no sólo sirve para preparar tan refrescante bebida; sus propiedades y su ácido sabor nos brindan un sinfín de posibilidades en la cocina. Además, es un potente aliado en el control de algunas enfermedades.
El limón proviene de Asia, probablemente de India o China, y contiene potasio, calcio, magnesio, fósforo y azufre. Es una rica fuente de vitamina C y Bioflavonoides, los cuales abundan en su cáscara.
Llegó a México en 1581, en las expediciones de Juan de Grijalva. Las órdenes religiosas jugaron un rol importante para su distribución en nuestro país. Michoacán fue el primer estado que desarrolló su cultivo de forma comercial.
Está disponible todo el año y mantiene su calidad y frescura, pero los mayores volúmenes de producción se concentran entre mayo y agosto.
Auxiliar de la salud
El limón es el miembro con más propiedades antisépticas de toda la familia de los cítricos.
En tiempos de guerra, era usado también como un eficaz cicatrizante: se envolvía la herida con gasas empapadas en jugo de limón.
Combate las impurezas de la sangre, equilibrando de modo natural el funcionamiento de los órganos. Es muy útil para atacar microbios y ciertos virus, como los que causan enfermedades de las vías respiratorias.
Se recomienda en tratamientos de trastornos del hígado y de la vesícula, ya que estimula las secreciones biliares y ayuda a digerir alimentos grasos. Una receta natural para reducir la grasa del organismo consiste en tomar en ayunas una cucharadita de jugo de limón diluida en agua tibia.
Es idóneo también para combatir la hipertensión arterial, ya que contiene cantidades elevadas de potasio y poco sodio.
Gracias a su riqueza en vitamina C, es recomendable para evitar el escorbuto, y puede ser de gran ayuda en algunas congestiones y dolores de cabeza cuando son consecuencia de una comida grasa o copiosa.
Aun así, deben evitar su consumo quienes sufren de acidez, gastritis o colitis agudas.