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Editoriales

Zaqueo y los impuestos

Enrique Arrieta Silva

Saqueo con "s" es entrar en una plaza o lugar, robando cuanto se halla o apoderarse de todo o la mayor parte de aquello que hay o se guarda en algún sitio. En cambio, Zaqueo con "z" es un nombre personal, que llevaba uno de los jefes de los recaudadores de impuestos al servicio del imperio romano, que para el caso debió de haber escrito su nombre con "s" y no con "z", es decir debió de haberse llamado Saqueo y no Zaqueo, toda vez que no le importaba que el pueblo lo considerara pecador público, porque al servicio del imperio romano cometía infinidad de abusos, puesto que con frecuencia cobraba de más, valiéndose del poder que le otorgaba su cargo. Cualquier parecido con Santa Anna, que cobraba impuestos por puerta y ventanas, y hasta por los perros, es pura coincidencia.

De acuerdo con el artículo 31, fracción IV, de la Constitución Política de México, los mexicanos tenemos obligación de contribuir para los gastos públicos de la Federación, como del Estado y Municipio en que se resida, de manera proporcional y equitativa que dispongan las leyes, lo cual está muy bien; lo que ya no está tan bien es que los mexicanos que más tienen encuentren siempre la manera de evadir impuestos por grandes cantidades de dinero, mientras que los que somos causantes cautivos pagamos religiosamente nuestros impuestos, por lo que urge una reforma fiscal que en efecto haga verdadero que los impuestos se paguen de manera proporcional y equitativa. Bien, pero no me propongo tratar la cuestión de los impuestos, sino que valiéndome de personaje bíblico de Zaqueo, abordar el afán de atesoramiento de los humanos con sacrifico del amor y la espiritualidad, sin que pretenda con ello, desde luego, hacerle la competencia a Gaby Vargas, guapa e inteligente compañera de páginas editoriales.

Dicho está que el hombre es el único ser que no se conforma con lo que tiene y que siempre quiere tener más. ¿Cuántas veces no hemos escuchado a alguien que dice que cuando logre atesorar tal cantidad de dinero se retirará, y cuántas veces no hemos visto que si logra hacerlo, duplica la cantidad como condición para su retiro?, y así indefinidamente, convirtiéndose ello en el juego de nunca acabar, mas con lo que sí acaba indefectiblemente es con la energía, el entorno familiar y la vida del ambicioso.

Así era Zaqueo, quien acostumbraba llegar a su hogar ubicado en Jericó, con telas finas, brazaletes y collares de oro, para su esposa, obtenidos de algún comerciante que carecía de dinero para pagar los impuestos y había entregado tales objetos a mitad del precio que realmente valían.

Su esposa, obediente y trabajadora mujer, lejos de sentirse halagada y complacida con semejantes regalos y con vivir en una casa grande, ricamente amueblada, con patio interior, huerta con pozo propio y jardines amplios y bellos, hastiada y dolorida, le recriminaba que acumulara cosas, cosas y más cosas, que saliera temprano de casa, a veces sin despedirse, que regresara tarde y cansado con el único propósito de dormir, que pasara más tiempo con los cobradores de impuestos que en su hogar y que ni siquiera hubiera querido tener hijos, pretextando que no tenía tiempo de atenderlos y que serían un estorbo dado el caso de que sus jefes romanos le pidieran un día trasladarse a otra ciudad para seguir cumpliendo con su tarea de cobrar impuestos.

Zaqueo, ante semejante recriminación, sólo alcanzaba a responder que eso lo hacía para que no faltara nada y sacaba a colación la casa, los muebles, los tapetes, las cortinas y sobre todo que gracias a su trabajo eran ricos.

A ello, su esposa le replicaba que si no le había sido posible pensar alguna vez en el precio que tenía que pagar, que la gente los criticaba acremente por su oficio, que carecían de amigos y que los cuartos de la casa, tan grandes, estaban vacíos por falta de hijos.

Puesto a reflexionar sobre las palabras juiciosas de su esposa, Zaqueo se enteró de que Jesús pasaría por Jericó, naciéndole el deseo de contemplarlo, por lo que el día y la hora indicados, ante la aglomeración para poder hacerlo, se subió a un árbol viendo así el paso de Jesús, quien al llegar hasta donde estaba trepado lo llamó por su nombre y le dijo que se diera prisa, porque ese día era necesario que se hospedara en su casa.

El pueblo se enfureció porque no le pareció correcto que Jesús se hospedara en la casa de un pecador público y que se sentara a su mesa, pero acabó por entenderlo, cuando la vida de Zaqueo dio un giro verdaderamente sorprendente, convirtiéndose en un hombre nuevo y bueno, que llamó a los pobres para entregarles la mitad de sus bienes y a aquellos a quienes les había cobrado más de la cuenta para devolverles cuatro veces más.

Zaqueo se volvió un hombre radiante de alegría y nada temeroso de perder sus cosas, por consiguiente, la felicidad reinó en la casa de quien había sido feroz y pertinaz cobrador de impuestos.

Primera moraleja: Los bienes materiales se requieren para la vida, pero nada más en la medida de lo necesario; por encima de ellos están los bienes espirituales.

Segunda moraleja: El trabajo es para la vida y no la vida para el trabajo. Dios hizo el trabajo para el hombre y no el hombre para el trabajo, El trabajo pertenece al reino de la libertad y no al reino de la esclavitud. Sacrificar la vida por el trabajo no sólo es en contra de los derechos humanos más elementales, sino tontería extrema. Todo como vicio es malo, decía mi padre; consiguientemente, el trabajo, como vicio, es malo. Dije.

Escrito en: impuestos, hombre, vida, trabajo

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