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Dos orejas resucitaron a “El Pana”

El Universal

México, DF.- “Las cornadas te secan las carnes, pero el alcoholismo te seca el alma”, expresó Rodolfo Rodríguez “El Pana”, quien a la par de su inicio como torerillo empezó a desarrollar su adicción por las bebidas embriagantes y su aprecio por las prostitutas, quienes siempre lo acompañaron.

Hoy a sus 55 años, y tras haber cortado dos orejas de consagración en la que se suponía sería la tarde de su despedida en la Plaza México, “El Pana” agradece a Dios que uno de los empresarios, José Antonio González, lo haya sacado el pasado 20 de diciembre de 2006 de un anexo para adictos, para darle dos corridas y la de su “adiós” en la Monumental.

Originario de Apizaco, Tlaxcala, “El Pana” nació el 2 de febrero de 1952 en cuna humilde y cuando apenas contaba con tres meses de edad su padre, Guadalupe Rodríguez Ramos, quien era judicial, fue asesinado en una emboscada, por lo que su madre, Alicia González Tapia, “Licha super star”, como la llama el torero, tuvo que ver por él y sus siete hermanos.

“Hacía tamales en la mañana, lavaba ropa ajena al mediodía y en la noche hacía chalupas, quesadillas, enchiladas y tortas para vender y sacar adelante a su familia”.

Su infancia transcurrió entre juegos y necesidades económicas, que palió cargando bolsas en los mercados, bultos en la estación de tren, vendiendo gelatinas, donas, hules en tiempos de lluvia y hasta fue sepulturero. Siendo finalmente su oficio de maestro bizcochero panadero, de donde se desprende su legendario mote: “El Pana”.

En Tlaxcala, cuando contaba con 16 años de edad, empezó sin desearlo, su adicción. “No hay que olvidar que Tlaxcala es un estado seco, a donde pedías un vaso de agua y no había, y te ofrecían un jarro de pulque y yo sentía muy bonito que se te quitaba la sed”, confiesa el torero, quien se presentó hasta los 28 años como novillero en la México en 1978.

Pero en ese largo peregrinar previo, que comprendió su vida de torerillo, que fue de los 16 a los 26 años, sobresalen sus encuentros con las prostitutas. Y cuenta una anécdota de las muchas que con ellas vivió: estando una vez en Perote, Veracruz, en sus inicios, se metió en la noche a un burdel para guarecerse del frío y una prostituta luego de saber que era un maletilla que andaba toreando sueños primero lo escuchó, luego le dio de cenar y finalmente lo invitó a pasar la noche en su casa.

“No quise tener sexo. Le dije ‘estoy que me muero de frío, caliéntame con tu cuerpo nada más’. Y como dije en el brindis, ‘sació mi hambre y mitigó mi sed, me dio protección y abrigo en sus pechos y en sus muslos, base de mis soledades’ y yo estoy muy agradecido con todas ellas (las prostitutas) y por ello el segundo toro de mi despedida que no fue tal, se lo brindé a todas ellas como un homenaje”, expresa el diestro.

Aunque siempre deseó morir en las astas de un toro y no dejar descendencia como le ocurrió a Manolete, fue en 1992 en Cancún que conoció a Bambi, ella era una estadounidense con la que confiesa, incluso no pudo tener sexo en la primera noche, por estar completamente bebido, y quien finalmente en pocos años se convirtió en la mujer que le daría una hija, que hoy tiene 14 años y a quien no ve, pues Bambi rehizo su vida.

Luego, recuerda, fue cayendo cada vez más en el alcoholismo, hasta que su vicio lo privó de hacer lo que más deseaba: torear. La puntilla, sostiene, vino la tarde del 1 de enero de 2001, cuando fracasó rotundamente en la Plaza México, ante una corrida “corraleada”, que le partió una pierna a Mari Paz Vega y le pegó un cornadón de caballo a (Ángel García) “El Chaval”.

“‘El Pana’ ante ese tipo de toros es un gato al agua”, recuerda. Y a raíz de esto, empeoró su adicción. Hace tres años en Mexicali, salió a torear completamente ebrio y no lo dejaron, para finalmente recluirlo en una clínica de rehabilitación, y hace dos años en Apizaco, fue recluido en cinco ocasiones en anexos para tratar su adicción al alcohol.

Ahora, con el éxito tan rotundo del pasado domingo en la Plaza México, le llovieron no sólo ofertas para torear en Sudamérica, o en España, e incluso para regresar a la Plaza México con las figuras y posiblemente el 5 de febrero.

También le llovieron las botas, le ofrecieron licor en su salida en hombros y él vio al diablo de nueva cuenta, incluso le llegaron dos botellas de champagne a su cuarto de hotel, que su apoderado Salvador Solórzano desapareció de su vista.

“Si son mis verdaderos amigos, que no me den de tomar. Que sepan que soy alcohólico y que con la primera copa viene una carrera destructiva hacia el torero y si quieren al torero, si quieren a ‘El Pana’, no le ofrezcan una copa”.

Lejos de retirarse, ahora “El Pana” sostiene que el tiempo que dure se dedicará a hacer lo que Dios lo ha apoyado a volver a realizar: vivir con dignidad como hombre y como torero, y por ello, los brindis de su resurrección los consagró primero a los torerillos que se perdieron en los senderos de esos pueblos desconocidos en los que alguna vez él mismo caminó, y el segundo a esas mujeres que con el sudor de su cuerpo o con su compañía le alegraron el infierno de sus soledades.

Escrito en: “El, quien, torero,, finalmente

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