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La mujer que inspiró El Ángel

El Universal

Un frío anochecer de febrero, en París, una mujer espigada, de caminar elegante y mirada triste, entra en la Catedral de Notre Dame. Se dirige al altar del Cristo crucificado y se sienta en la banca más próxima a la imagen.

Tras escuchar el eco de su propio llanto en la nave vacía de la Iglesia, saca de su bolso de mano una pistola, la lleva a su sien y dispara.

De esa forma terminó la atormentada vida de Antonieta, la mujer que inspirara a su padre, el arquitecto Antonio Rivas Mercado, para modelar el rostro de la victoria alada que corona la Columna de la Independencia.

Si bien el nombre del arquitecto fue inmortalizado por esa obra, el de la modelo quedó en la historia por haberse convertido en la más importante mecenas de las artes que hubo en México hasta su época.

Hay un detalle que necesariamente se debe mencionar: El Ángel cayó de su pedestal en 1957, durante el temblor y, al ser reconstruido, se usó el rostro de Ana Berta Lepe para la nueva estatua.

Antonieta fue la primera mexicana en acuñar una teoría feminista original (tan adelantada, que actualmente se debaten sus bases en algunas universidades); tradujo por primera vez obras de teatro de dramaturgos franceses de quienes ni siquiera se conocía la existencia en nuestro país y produjo con su propio capital las piezas representadas en el teatro Ulises que ella misma fundara, convirtiéndose en la primera mujer en hacerlo.

Una vida atormentada

La desventura en el amor llevó a la joven Antonieta al suicidio.

También dio apoyo y hasta techo a los artistas más importantes de principios del siglo XX en México. Desde Salvador Novo y Andrés Henestrosa hasta Isabela Corona y Clementina Otero.

El despunte de un siglo

La hija mayor de Matilde Castellanos y Antonio Rivas Mercado nació con el siglo XX, en 1900.

Desde muy niña mostró una inteligencia notable. A los cuatro años podía tocar en el piano piezas clásicas; había aprendido ballet y leía y escribía en español y francés.

Cuando tenía unos diez años, su madre se fue a Europa con su hija menor, Alicia. Volvió cinco años más tarde, pero ni su marido ni la primogénita perdonaron la aventura. A partir de entonces, Antonieta se convirtió en la acompañante oficial de su padre y continuó atendiendo a sus hermanos Mario y Amelia.

La hija de ?El Oso?

Antonio Rivas Mercado, apodado ?El Oso?, era por entonces el director de la Academia de San Carlos. Aparecía del brazo de su hija en reuniones y veladas bohemias de sus alumnos, donde la chica solía cantar y tocar el piano. Una noche conoció al ingeniero británico, Albert Blair.

La pareja se enamoró y se casó un año después. Sin embargo, pronto surgieron los problemas, pues eran completamente opuestos. Él se refugiaba en su rancho por meses, y le prohibía a la joven llevar sus libros, así que ella desesperaba.

Albert no entendía las inquietudes intelectuales de su mujer. Además, tenía ciertas ideas sobre el papel de una esposa y madre, que incluían el de obedecer al marido. Rivas Mercado nunca había estado atada a otra disciplina que la del conocimiento.

Florecimiento de una cultura

Albert había sido compañero de estudios de Raúl y Gustavo, hermanos de Francisco I. Madero, y se identificaba con sus ideales (llegó a pelear en la Revolución). Por su parte, los Rivas Mercado habían sido favorecidos por el régimen porfirista, lo que representó otro punto de confrontación.

Días después del nacimiento de su hijo, Donald Antonio, la hija de ?El Oso? regresó a casa de su padre para no volver. De nuevo en la capital, retomó sus veladas literarias y su intensa vida social.

Uno de los personajes que la comenzó a frecuentar fue Diego Rivera. Por medio de él trabó contacto con algunas de las mujeres más significativas de la época: Lupe Marín, Tina Modotti y Frida Kahlo. También por su conducto conoció al más desafortunado de los amores de su vida: El pintor Manuel Rodríguez Lozano.

El escurridizo amor

Antonieta se enamoró de una forma ardiente y platónica. El pintor era seductor y encantador, pero homosexual. Desde el principio él dejó clara la situación, ella se conformó con dedicarle cartas con líneas como las siguientes: ?Por todo lo que no le han sabido querer tengo que quererle. Quererle por el contacto íntimo con un mundo silencioso y sagrado. Cerca de usted, la vida se convierte en el camino estrecho que lleva al cielo?.

Antonieta no podía superar que Blair se negara a darle el divorcio para ella rehacer su vida, lo cual limitaba también la relación con su hijo, pues debía pedirle permiso incluso para viajar con el niño.

En 1927 murió su padre, sumiéndola en una profunda tristeza, pero dejándola en una posición inusual para las mujeres mexicanas de su época: Heredó toda su fortuna, incluidas dos casas, una en Mesones, que ofrecería como sede del Teatro Ulises, que fundó con el grupo de escritores conocido como los Contemporáneos. En complicidad con Carlos Chávez, también creó la Orquesta Sinfónica de México.

Colaboró en varias revistas; trabajó como actriz y tradujo a autores como Víctor Hugo. En 1929 todas sus inquietudes intelectuales se vieron reflejadas en una propuesta política: La de José Vasconcelos.

Él anunció su postulación a la Presidencia de la República. Su personalidad era tan recia que al conocerlo, Antonieta decidió apoyarlo.

Viajó con él y con la convivencia, la admiración se convirtió en amor. A pesar de que estaba casado y tenía hijos, comenzaron una relación apasionada.

La aventura electoral terminó en fraude. La derrota causó un colapso en Antonieta, quien tuvo que ser hospitalizada. Cuando se repuso, viajó subrepticiamente con su hijo a París. Allí, esperaría al político, que se reuniría con ella para replantear el regreso a México.

Blair la acusó de secuestrar al niño y evitó que se le enviara dinero desde México. Sobrevivió a duras penas seis meses hasta que Vasconcelos se comunicó con ella.

En París él lucía devastado y, en lugar de anunciarle que por fin estarían juntos, le dijo que su esposa se reuniría con él.

Muy triste, el 12 de febrero de 1931 regresó a México al pequeño Donald. Escribió algunas cartas. Se puso el vestido más elegante que tenía: Negro, de textura vaporosa, con un sombrero del mismo color y un velo que cubría parte de su rostro. Echó en su bolso la pistola que Vasconcelos le había regalado ?por si acaso?, y se dirigió, altiva, hacia la Catedral de Notre Dame.

Escrito en: ella, Rivas, hija, vida

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