Hasta que me cayó el 20
El 20 es un número muy significativo en nuestra vida. El 20 como moneda era muy popular allá en las décadas de los cincuenta o sesenta. Era de cobre y mostraba por un lado la pirámide de Teotihuacan con su gorro frigio flotando por encima.
Entonces era muy popular porque con un 20 se podían comprar muchas cosas. Ahora ya no existe o ¡quién sabe! A lo mejor todavía anda por ahí, como perrito en el Periférico, perdido en la ignominia; de todos modos ¿de qué podrían servirnos en la actualidad 20 centavos, si difícilmente compras algo con un peso?
La gente mayor de mi siglo, evoca con fervor la década de ?los fabulosos veinte? cuando se rompen todos los cánones en cuestión de modas y costumbres, cuando las mujeres se atreven a retar al mundo bailando be bop y charleston y mostrándose peloncitas peloncitas? ¡con el pelo más corto que los hombres! ¡con eso te digo todo! ¡Dios mío! ¡Apenas puede creerse tamaña osadía! ¡Imagínate nada más!
?Te doy el 20 y las malas? te dice retador un amigo queriendo decir que sabe mucho más que tú y que aunque te regale una gran ventaja, de todas maneras te gana. La frase se refiere al juego del billar, cuando te regalan el valor de la bola número 20 y no te toman en cuenta los puntos malos que lleves. Ésa es una gran ventaja y si ni así ganas, es que, de plano, el billar no es tu fuerte.
¿A cómo las manzanas, marchante? A 20. De pronto creí que me estaban insultando hasta que ?me cayó el 20? y entendí que me estaban dando una respuesta inocua: El kilo de manzanas costaba 20 pesos.
¿Y por qué se dice eso de que ?te cayó el 20?? Pues realmente es curioso que haya perdurado tanto esa expresión. En los años 50 ó 60 en la Ciudad de México había unos teléfonos públicos que funcionaban con una moneda de 20 centavos. La ponías en una ranura y te daba el tono de marcar.
Si el teléfono marcaba ?ocupado? o no contestaban, simplemente colgabas, retirabas tu moneda y todo el mundo tranquilo. Pero cuando contestaban, apenas oías el ¡bueno! del otro lado de la línea, tenías que oprimir un botoncito para que cayera la moneda y se estableciera la comunicación de ida y vuelta.
El problema era que a veces contestaban y no te acordabas de apachurrar el botoncito. Entonces el otro se desgañitaba contestando ¡bueno! ¡bueno! Hasta que alguien te recordaba: ¡Aplástale el botoncito, baboso!, lo oprimías y? ahora sí, ya podemos hablar, ya cayó el 20.