Don Carlos Bermúdez Monterde, maestro en Derecho Romano, de buen recuerdo, hombre adulto de caminar recio y erguido, nos dejó con su estilo enérgico muchas enseñanzas las que con el transcurso del tiempo se aprecian con una mayor significación; una de ellas lo fue el requerimiento de que cuando hiciéramos uso de la palabra utilizáramos siempre el lenguaje preciso y apropiado; literalmente se molestaba cuando en clase no cumplíamos con la indicación y según su criterio comparaba al abogado que no sabe argumentar jurídicamente con el matemático que ignora los números. Por la elegancia en la impartición de su materia lo apodábamos “El Quirite”, lo cual lejos de ser peyorativo constituía un elogio, ya que esta palabra se aplicaba a los ciudadanos romanos para significar un estatus social de prestigio. Pues bien, este maestro comentaba con frecuencia que las famosas frases célebres de los personajes también célebres tenían por parte de los historiógrafos arreglos gramaticales de tal suerte que, sin perder su sentido, pudieran filtrarse a la posteridad como bien expresadas; para entendernos pongamos un ejemplo: en el fragor de la batalla y ante la disyuntiva de vencer o morir el insurgente Guadalupe Victoria, con vehemencia y desesperación, convocó a sus soldados a vencer al enemigo en el campo de batalla y lo hizo con las palabras que sus soldados entendían, que por supuesto era un lenguaje fuerte propio de los hombres valientes levantados en armas y del que es fácil imaginarnos cómo fué en verdad coloquialmente expresado por el general Victoria; sin embargo, la frase existe con la elegancia y pureza gramatical “Va mi espada en prenda, voy por ella”, y así como éste existen en diversas épocas de la historia muchos casos aplicables al ejemplo. Lo de “aleccionadoras” depende del receptor, quien en ejercicio de su libertad, de su interés o voluntad puede, como las llamadas a misa, atenderlas, sí o no. Por lo que a mí respecta no olvido en el libro de primaria “Alma Latina”, entre otras bonitas lecturas, aquel fragmento del escritor ruso León Tolstoi en el que narra una disputa entre Eolo, “Rey del Viento”, y el “Rey Sol”, dos elementos de la naturaleza por demás poderosos, poniendo como objeto del conflicto a un caminante bien abrigado: se trataba de demostrar, en un ejercicio de vanidad, quién era capaz de quitarle el abrigo en el menor tiempo posible, para lo cual el Rey del Viento sopló con toda su fuerza logrando únicamente que el hombre abrazara su gabán con mayor acogimiento; en su turno el Rey Sol utilizó el método de dirigir poco a poco sus rayos candentes con lo cual logró que por sí mismo el caminante se despojara de su abrigo. La moraleja es perene; nos enseña que siempre la inteligencia le ganará a la fuerza bruta. En el mismo sentido el jurista Eduardo García Maynez, en su monumental obra “Introducción al Estudio del Derecho”, página doce, contiene la siguiente frase: “A la Naturaleza no se le domina sino obedeciéndola, precisamente porque obedecerla es aplicar sus leyes y encauzar sus fuerzas en el sentido de nuestros anhelos”. Como se aprecia, es muy grande el consejo de este jurista. Se dan casos en algunos libros de que la primera frase vale más que el contenido de todas sus páginas; para mí uno de ellos es el editado por el ex rector de la Universidad del Estado de Guerrero Jaime Castrejón Diez, quien en una pequeña obra titulada “La República Imperial de los 80’s” comienza en la primera página con las palabras “Para entender la política mexicana, más que una metodología, se requiere un estado de ánimo”. Lo que sigue del libro no logra el valor de la primera expresión. Igual sucede con una de las obras clásicas de la literatura universal, pequeño en su formato pero grande en su mérito literario como lo es el libro “El arte de Amar” de Ovidio, en donde existe una cita de Paracelso: “Nadie Ama lo que no Conoce” y otra en el primer renglón del texto que dice “El Arte de Amar es el Arte de Hacerse Amar” y después le sigue todo un tratado relacionado con el tema que la crítica ha considerado como clásico y quien lo lea seguramente lo apreciará positivamente. Uno de los libros de texto más interesantes en preparatoria lo fue “El Secreto del Bien y del Mal” escrito por el maestro universitario José Romano Muñoz; su contenido hace referencia a una visión integral de la moral de la que científicamente analiza primero su esencia, luego su origen, después su obligatoriedad y al final su realización. Es una lástima que se haya eliminado de los programas de estudio por algún tiempo esta materia y una buena decisión el hecho de que nuevamente se reintegre, sobre todo a nivel profesional; en el libro que estoy mencionando se contiene la frase “A veces hay que falsear la verdad para no falsear la vida”, la que para su correcta interpretación se requiere un análisis filosófico en virtud de la subjetividad de los conceptos “Verdad” y “Vida” que han sido a través de la historia esencialmente debatibles, no se diga en estos tiempos de confrontación universal entre la religión, la ciencia, la economía y la política. El tema de las frases aleccionadoras es inagotable; como luego se dice, hay mucha tela de dónde cortar, pero sí podemos concluir que frente a los pensamientos también existen como receptores de sus mensajes algunas personalidades con una formación negativa que se traduce en apreciaciones erróneas de buena o mala fe; no por nada el literato Francés Voltaire dice en su célebre obra “El Tartufo”, que el problema de la humanidad ha sido, es y será que “Habemos más moralistas que morales”, y proseguir con otra del escritor alemán Goethe quien nos convoca a que “Lo más importante es tratar a las cosas y a las personas de acuerdo a su naturaleza”…