En la geografía de la literatura se pueden encontrar pueblos que son personajes y que nacen, viven y desaparecen junto con sus novelas. Pueblos que sólo existen en la fantasía y que fueron creados para convivir con sus habitantes-personajes dentro de la trama de una novela.
Ejemplos de tales pueblos fantásticos lo son Comala en “Pedro Páramo”, de Juan Rulfo, y Macondo en “Cien Años de Soledad”, de Gabriel García Márquez. Enseguida se destacan cuatro semejanzas fundamentales entre ambos pueblos:
En Comala y Macondo sus mujeres son inicio y fin de los hombres-personajes de sus novelas, son refugio, ilusión, presencia y destino. Pero sobre todo son sustento y manifestación de poder. Sustento de Comala: El amor de Pedro Páramo por Susana San Juan. Sustento de Macondo: El amor de Úrsula Iguarán por José Arcadio Buendía. Sin las mujeres de Comala y Macondo no existiría el andamiaje de estos pueblos. En Comala son las mujeres quienes crean a Pedro Páramo. En Macondo son las mujeres quienes crean a los Buendía.
En Comala todas las mujeres encuentran su referente existencial en la sexualidad de Pedro Páramo; unas, como amantes; otras, como esposas. En Macondo, la sexualidad alcanza límites fantásticos: El vientre insaciable de Rebeca apacigua a José Arcadio (segunda generación), entre aullidos de placer; la joven mulata que es vendida por su abuela a 70 hombres todas las noches, durante diez años; el apetito desbordado -y el solo aroma del sexo- de Petra Cotes mantiene a Aureliano Segundo en un dilema permanente, entre el concubinato y el matrimonio.
Semejanza compartida en su destino, pese al amor-sustento inicial, Comala y Macondo terminan siendo rencor y soledad. En Comala, el rencor deslavado por la soledad no le alcanza a Abundio el arriero ni para emocionarse cuando le confiesa a Juan Preciado que él también es hijo de Pedro Páramo. A su vez, el rencor de Juan Preciado le viene de su madre: “El olvido en que nos tuvo, mi hijo, cóbraselo caro”. Y ese resentimiento es el camino a su propia soledad, que se ahonda desde que dirige sus pasos hacia Comala. En Macondo, el rencor de Aureliano Buendía hacia la vida y hacia el mal gobierno, es el camino que lo conduce a una soledad que lo acompañará hasta el resto de sus días: “Uno no se muere cuando debe, sino cuando puede”. Por su parte, el de Amaranta es un rencor que florece en la soledad, capaz de frustrar el casamiento de Rebeca con Pietro Crespi, para después orillarlo al suicidio.
Pueblos de fantasmas, morir en Comala y Macondo es un accidente existencial: Ninguno de los aparecidos en “Pedro Páramo” y en “Cien Años de Soledad” se queja de su situación; más bien, parecen disfrutarlo: Abundio, el arriero que acompaña a Juan Preciado rumbo a Comala, quedó sordo cuando “le tronó muy cerca de la cabeza uno de esos cohetones…” y, en cambio, como muerto escucha perfectamente lo que le dice Juan Preciado. Melquíades, el gitano que visita Macondo cada mes de marzo, llevando noticias y objetos de diversas partes del mundo, muere en Singapur tras una epidemia pero regresa a vivir a Macondo, con la familia Buendía, porque “no pudo soportar la soledad” de la muerte.
Tanto Comala como Macondo son pueblos que no trascienden más allá del tiempo de sus novelas, cerrados a la temporalidad como consecuencia de la ruptura de un orden natural: En Comala, el orden se rompe por la decisión de Pedro Páramo de cobrarse en el pueblo la afrenta del desamor de Susana San Juan. En Macondo, el orden se rompe como resultado de la relación incestuosa de los Buendía. En ambos casos, esa ruptura trae como consecuencia la desaparición de los pueblos. En Comala, la desaparición inicia un penar (el del otro Comala y sus ánimas). En Macondo, la desaparición termina un penar (el de los Buendía y sus culpas).