En la ética que se va transmitiendo de generación en generación en este país, tiene un lugar omnipresente y destacado la culpa; se encuentra en todos los fenómenos positivos y más en los fenómenos negativos que ocurren en la interrelación de los grupos sociales, se incrusta en la conducta de todos los mexicanos al grado de impedir la convivencia armoniosa de las personas, cuando se cultiva la percepción de que otro tiene la culpa de que las cosas estén saliendo mal, es decir se reproduce el paradigma de los males provenientes de factores exógenos al individuo, que juzga desde su propia perspectiva los acontecimientos externos que tienen repercusión en su estatus como individuo con conciencia de pertenecer a un grupo social: “por culpa del Gobierno no disponemos de mejores medios de subsistencia, por culpa del Gobierno no hay democracia en este país, por culpa del Gobierno hay tanta delincuencia (homicidios, robos, narcotráfico, fraudes, piratería, lesiones…), por culpa del Gobierno hay una mala educación, por culpa del Gobierno hay demasiada emigración de nuestros compatriotas hacia Estados Unidos, por culpa del Gobierno hay tanta corrupción en las oficinas públicas, en los sindicatos, en las empresas, por culpa del Gobierno hay falta de empleo, por culpa del Gobierno hay falta de tierras, por culpa del Gobierno suben los precios de los productos básicos que sirven para alimentar a la población”…, y todo el catálogo que se pueda colocar en los puntos suspensivos. Por otra parte, el sentimiento de culpa es el culpable de que infinidad de personas se desenvuelvan con conductas reaccionarias ante los diversos estímulos que reciben del medio ambiente social como una manifestación de la presencia de frustraciones y reacciones físico químicas en el interior de su organismo que provocan expresiones de rechazo inmediato, cuando el jefe le solicita al empleado o servidor público la elaboración de un plan de trabajo para atender determinada situación, por ejemplo, o cuando el padre o la madre reprenden al hijo o hija por su conducta de rebeldía, casos en los cuales ocurren una enorme diversidad de encuentros, desencuentros, colisiones, discusiones y hasta enfrentamientos que al final sólo se explican alegando que… una de las partes en conflicto tuvo la culpa, actualizándose otro paradigma que involucra la preocupación de los coludidos por justificar y legitimar la reacción que se expresó y que fue la causante de la fractura de las relaciones interpersonales entre ellos.
Estas situaciones seguramente le son familiares al lector porque ha presenciado una determinada discusión que terminó con bajos saldos en las relaciones emotivas de los protagonistas o de plano ha sido parte en una de dichas situaciones, como sea a todos nos preocupa este fenómeno de la culpa porque es un personaje que se hace presente en todos los órdenes de la vida de los seres humanos supuesto que es el único ser sobre la faz de la Tierra que es capaz de sentir los efectos de la culpa, cuando comete una falta en el trabajo, cuando defrauda a un amigo, cuando no consigue empleo o lo han despedido de uno. En casos extremos la culpa puede materializarse en conductas que desembocan en la comisión de un delito cuando, verbigracia, alguien atropella a una persona y a causa de ello se califica su conducta como delito culposo porque se presume que no fue a propósito o deliberadamente, pues de ser así se hablaría de un delito intencional y hasta calificado.
Nadie puede decir dónde exactamente se localiza la culpa porque es un concepto abstracto, inconmensurable, intangible a menos de que se obtengan datos que lleven a la deducción de su presencia en casos como el señalado del delito culposo pero queda claro que no es un ente medible o cuantificable. El ego intenta enmascarar las consecuencias de sentir culpa, pero a veces no logra disfrazar el sentido que toma refugio en el sujeto; esta apariencia de superación de la culpa eventualmente hace que se lleve a cabo una creciente acumulación de culpa disfrazada de responsabilidad que desemboca en acciones como el suicidio (cuyas estadísticas en el estado de Durango van en aumento por desgracia).
No es descabellado fincar nuestra cultura de la culpa, entre otras causas, al genoma religioso que nos ha sido heredado por generaciones provenientes de la conquista de México, que ha sufrido una evolución propia en el desenvolvimiento de las relaciones interpersonales de los conquistados y que por lo tanto ha adquirido carta de naturalización; una naturalización que ha evolucionado por desgracia en perjuicio del desarrollo social, político, económico, religioso, etc., porque al declararla como un elemento punible, como “ pecado” a través de la reprobación y castigos se inhibe el carácter de la asertividad al impedir que el sujeto la utilice como referente para avanzar con pretensiones de corrección en la búsqueda de mejores condiciones de desarrollo y progreso, consciente de que en ocasiones voluntaria o involuntariamente se cae en errores de los que hay que aprender siendo responsables de sus consecuencias y tomar la determinación de no volverlos a cometer.
La actitud del pueblo mexicano que tiene que ver con el apresuramiento a señalar culpables crea un paradigma diluyente de la responsabilidad de afrontar las propias perspectivas de solución de escollos en el camino del progreso porque dicha actitud diluyente se utiliza para colocarnos en situación de inimputabilidad sobre los granos de arena que debemos aportar para cambiar el estatus que tenemos en el concierto doméstico e internacional de desarrollo científico, tecnológico, educativo, filosófico, ético, artístico, deportivo (en cuyo aspecto pretendo hacer referencia a los aparentemente eternos fracasos de nuestro futbol profesional, que les ocasionan a muchos sendos estados de depresión o de malinchismo y desprecio por los futbolistas que se “apanican” al enfrentar a equipos de oficio como los brasileños, argentinos, alemanes, españoles, franceses, etc, etc.). Es evidente que las sociedades altamente desarrolladas tienen un comportamiento diferente ante sus estados de inmersión en el paradigma de la culpa pues es obvio que la tienen pero la catalizan de manera diferente en términos de asertividad y no de receptividad involutiva como en nuestro caso.
No obstante hay que dejar sentado que este ominoso panorama de desventura nacional no tiene naturaleza inherente en ninguna persona, el problema es que no disponemos de las herramientas epistemológicas que nos permitan tomar conciencia de que somos presas de los infortunios atinentes al paradigma de la culpa y sus manifestaciones, porque no existe en nuestra cul tura el esquema que propicie la plena conciencia de las actitudes reaccionarias ante los estímulos del medio físico; se puede acudir a ayuda profesional o espiritual para cambiar el entorno y de esta manera disponer de una perspectiva mas apegada a la realidad; si no, seguiremos pugnando porque “se haga la voluntad divina en los bienes del vecino”. ¿Usted qué piensa?
Correo electrónico [email protected]