Según Xavier Gómez, la primer película que llegó a Durango, allá por el año de 1900, fue “Asalto a un tren de pasajeros”; los habitantes de Rodeo no pudieron disftutar del espectáculo del cinematógrafo hasta muchos años después en 1950 con la llegada de los primeros cines ambulantes, particularmente con los de los “húngaros”, que no sólo se dedicaban a dar funciones, sino que también “adivinaban la suerte” y según ellos arreglaban cuanta máquina de coser les pusieran enfrente, pero eso no era todo: también se dedicaban a hacer cambalaches con “coleada” en las que regularmente siempre salían ganando.
Cuando los húngaros arribaban a un lugar llegaban promocionando sus películas con potentes sonidos, tenían una forma muy peculiar de anunciarse y obviamente la gente acudía a la sala improvisada para la transmisión realizando llenos totales. Era tal el éxito de estas personas que se quedaban por bastantes días en una comunidad y cuando la gente ya no tenía dinero en efectivo para pagarles, les aceptaban gallinas, cerdos y otros animales de especies menores. Sus camiones y camionetas ya estaban equipadas con jaulas para tan típica carga.
Es de suponer que la estancia de estos individuos en los pueblos causaba un gran regocijo, ya que eran días de verdadera fiesta, pues las mujeres acudían con sus mejores galas, no así los hombres, que muchos de ellos llegaban a la cita directamente de su trabajo en el campo. Total que las poblaciones por donde pasaba la caravana de los húngaros se llenaba de alegría aunque quedaban muy gastados económicamente.
De los promotores ambulantes que trabajaron en nuestro municipio es de citar a David Medrano, hermano de Chago, que juntos y aprovechando el buen tiempo de la cosecha en la que había dinero, hacían sus recorridos por todas las rancherías de Rodeo, visitando también El Casco, Boquilla de Gerardo, Cuba y San Pedro del Gallo, en una función que dieron en esta último lugar, proyectando las películas “Los Gavilanes” y “El Profe”, recolectaron aproximadamente dos mil pesos, que en aquel entonces era una fortuna.
Las cintas cinematográficas las solicitaban a conocidos empresarios de la ciudad de Guadalajara y al terminar el recorrido por las plazas de trabajo que mencionamos anteriormente, regresaban el producto para que las siguieran rentando en otros lugares; esto explica el porqué algunas películas registraban demasiados cortes debido al mucho uso que ya tenían.
Otras personas que es justo mencionar también se dedicaron a esta actividad fueron Claudio García (Cabito), el señor Pacheco de Linares del Río, don Lalo Pedroza, de San Salvador, y Jesús Rentería, de Abasolo, pero ninguno de ellos podía competir con los húngaros, pues la gente los prefería aunque la calidad de sus películas dejara mucho qué desear.
El Cine Colonial se establece en la cabecera municipal en un local rentado frente a lo que es hoy el Auditorio “Silvestre Revueltas”; el lugar no contaba con techo, sólo eran unas tapias con un patio de tierra, que se barría y regaba para que la gente silla en mano acudiera a ver la función; quienes no tenían la precaución de cargar su butaca, ni modo, a sentarse en el suelo.
Con el paso del tiempo los dueños del Colonial empezaron a construir su propio espacio, instalando 250 asientos, sanitarios para dama y caballero y una pequeña dulcería. Le acoplaron un aparato de aire acondicionado que no era suficiente ya que en el interior siempre hacía un calor de los mil diablos; construyeron también un segundo piso desde donde operaban las dos máquinas de proyección con las películas de cuatro o cinco rollos.
Los primeros trabajadores fueron Juan Adame como encargado, operarios Benito Santillanes y Martín Arreola, la dulcería la atendía Tomasa Galarza y en la venta de boletos María del Refugio Arreola; ocasionalmente ayudaban otras personas. El Cine Colonial tenía presencia en otros lugares como Canatlán, Pánuco de Coronado y Sain Alto, Zacatecas, a donde se trasladaban los trabajadores operarios, teniendo así una fuente laboral permanente.
Las funciones se llevaban a cabo generalmente los miércoles y domingos y eran simultáneas en Rodeo y Abasolo; la película que se pasaba en la cabecera municipal en el intermedio era llevada a Abasolo y la de Abasolo a Rodeo, sin perder absolutamente nada de tiempo. Cuando fallaba la transmisión a los operarios les llovía de todo, primero el tradicional ¡cácaro! y luego las mentadas de progenitora, a las que ya estaban acostumbrados.
Para los jóvenes que andaban de novios asistir al cine era un excelente pretexto para verse y ya en el interior por lo oscuro del lugar se daba el consabido “faje”. Desafortunadamente en ocasiones que se interrumpía la cinta, había que separarse abruptamente.
Al caminar el tiempo el cine dejó de ser novedad, las películas producidas con temas de ficheras y la promoción de grandes “churros”, así como el ingreso y afianzamiento del video en formato VHS, hicieron que el negocio se fuera a pique al grado de que ni la frase “el cine se ve mejor en el cine” logró convencer a nadie. Desafortunadamente, el entretenimiento a domicilio sustituyó al que se ofrecía en público.
Hoy el local del Cine Colonial se está cayendo en pedazos. Descanse en paz con un epitafio que dice “PROPIEDAD DE CORETT”.