Ni patatas ni palomitas: en Camboya no hay mejor tentempié que comerse una buena tarántula, el más reputado y apreciado manjar de entre todo el abanico de insectos e invertebrados que en general les gusta picar a los camboyanos.
Los vecinos de la pequeña aldea de Skuon, a unos 43 millas al norte de la capital, Phnom Penh, se chupan los dedos devorando arañas fritas. Los comerciantes venden las tarántulas fritas con ajo y hierbas, amontonadas en bandejas de madera. El pueblo, estratégicamente situado en la confluencia de las carreteras que llevan a los milenarios templos de Angkor, Laos y Phnom Penh, es parada habitual de viajeros y allí les esperan los vendedores de insectos.
El producto tiene una notable salida y el cliente no pierde el tiempo en protocolos innecesarios para disfrutar del refrigerio. Se empieza por las patas, crujientes y delicadas, de un sabor que recuerda a las gambas al ajillo y se culmina con el abdomen, cuyo regusto ligeramente rancio aprecian sus seguidores.
Cada puesto suele tener un pequeño cubo con tarántulas vivas, para quienes prefieran llevárselas a casa para prepararlas allí, aunque por lo general la manera más popular es freírlas.