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Editoriales

Y el verbo se hizo tranza

AGUSTÍN RUTEAGA ÁVILA

Los paradigmas lexicológicos crean lenguajes especializados y el ámbito de la corrupción no es la excepción a la regla; los mexicanos hemos desarrollado habilidades que bien valen la producción de volúmenes y más volúmenes de libros en los que se pueden describir diferentes términos para corromper o dejarse corromper. ¿Quién no ha escuchado una frase como la que dice "no me daré por mal servido"?, para expresar una especie de agradecimiento anticipado por un favor que se otorga en ambientes de marginalidad respecto de una norma jurídica o moral; o quó dice el lector de ésta: "¿cómo nos arreglamos?", que es otra de las múltiples salidas que conducen a lo espacioso del lenguaje acomodaticio dentro de la excepcionalidad nacida de un trato o negocio que si bien puede ser lícito, también es utilizado en situaciones clandestinas. Si esta frase no funciona porque se llega a herir la sensibilidad del copartícipe, se puede recurrir a otra, por ejemplo, cuando se dice "écheme la mano, yo sabré corresponder" donde se compromete la honorabilidad de la persona que hace la propuesta. Tal es la trascendencia de la verbalización de las miles de formas de corrupción que hasta dan materia para la producción de libros, revistas, películas (por ejemplo la denominada "La ley de Herodes"), documentales, frases (como "el que no tranza no avanza") publicitarias y hasta chistes de los cuales todo mundo se ríe porque nos causa gracia la utilización del lenguaje del submundo de la corrupción, especialmente en culturas como la mexicana donde nos caracterizamos por ser una sociedad eminentemente dicharachera y que domina el doble sentido como una forma de comunicación con estilo y arte, fuentes de materia, para escritores como Germán Dehesa que con su creatividad creó el libro denominado "Cómo nos arreglamos", para explicar con detallada erudición lexicológica lo que ocurre en el México corrupto que todos llevamos dentro; por eso es de causar admiración lo que muy pocas personas hacen, al devolver un celular extraviado, una cartera perdida o una mascota, porque son verdaderas excepciones de seres humanos que en un país como el nuestro definitivamente son difíciles de encontrar ya que las personas que sufren la pérdida de un objeto realmente sienten que ya está perdido y cuando escuchan la noticia de que alguien les quiere devolver lo extraviado, no lo pueden creer; hay muchas personas a las que les ha sucedido algo así. Los valores de la honestidad, la sinceridad, la compasión, el altruismo, la solidaridad, la empatía con los deprimidos, desvalidos, discapacitados y necesitados en general debe ser cultivada por la sociedad y las personas que hemos sentido que hay seres humanos realmente altruistas, sentimos el compromiso de participar en ese modo de actuar.

La corrupción es la manifestación más evidente de la decadencia de una sociedad porque pudre las buenas costumbres y los valores que exaltan la dignidad humana; la fluidez de las relaciones interpersonales por medio de las tranzas es sinónimo de que la sociedad se aparta de las instituciones laicas y religiosas porque éstas no satisfacen ni acomodan en las conciencias de sus individuos porque si existiendo una norma que determina un proceso de atención a un ciudadano, se altera con la reducción del tiempo de atención a partir de un acto de cohecho, es evidente que esa norma no está desempeñando acertadamente la función para la que se creó, pues da margen a que un corruptor y un corrompido la ignoren y pisoteen.

La evasión y el atropello son moneda corriente en los servicios públicos que los ciudadanos recibimos, por eso muchos deciden recurrir al camino más corto y práctico que se marca con los favores subrepticios que se compran y se venden en el mercado de la fayuca burocrática administrativa y de justicia en casi cualquier nivel, de donde nace la economía de subterráneo que mueve inconmensurables cantidades de dinero que circula en el ambiente de la marginalidad y por desgracia no se ve la forma de cómo acabar con este flagelo y estigma que nos define a los mexicanos como pueblo tranza, corrupto, rapaz, y toda clase de calificativos que si bien no le acomodan a todos los habitantes, sí les incomoda porque de todas formas son parte del problema. Como dice Germán Dehesa en el libro mencionado, la corrupción en México es una añeja artesanía que obedece a tiempos y leyes muy precisos, desde la perspectiva de que el que quiera explotarla tiene que adquirir el talento para ello pues si alguien llega crudamente a preguntar que cuánto por hacer o no hacer algo, inmediatamente se responde conforme al tamaño de la ofensa; por ello se necesita de tacto para plantear el contrato sin llegar a ofender al llamado a participar en el evento y ello es lo que caracteriza a la corrupción mexicana como una artesanía más en su mosaico de habilidades y destrezas. ¿Quiere usted saber cuál es el problema de la delincuencia y su impunidad en nuestro país?, pues justamente la corrupción que impera en los círculos más diminutos de la administración de justicia y hasta en los más encumbrados de la burocracia en general, que no se resuelven con cambios de gobernantes sino con cambios de cultura a partir del cambio de conciencia que muy pocos emprenden y valoran, por la ignorancia del funcionamiento de los esquemas e infraestructura epistemológicos.

Escrito en: corrupción, dice, sociedad, personas

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