Cuando en casa se menciona la palabra castigo, los hijos -por lo general- saben que éste se debe a una acción inapropiada, bien por haber desobedecido una orden, por haber obtenido bajas calificaciones en la escuela o incluso reprobado una materia, entre múltiples razones más.
El diccionario de la Real Academia Española define el castigo como "sanción, pena impuesta". Al escuchar la palabra, los hijos temen y esperan lo peor.
Muchos de nosotros, de niños y aun de adolescentes, cuando cometíamos alguna acción u omisión que ameritaba un castigo, éramos castigados en lo que nos dolía más que una nalgada, previo regaño, claro: en el bolsillo, es decir, nos privaban del peso o dos pesos que nos daban para gastar en la escuela.
Antaño -en los años 70, más concretamente-, los padres eran más severos a la hora de aplicar un castigo.
Los hijos sólo escuchábamos en qué consistía el castigo y no nos quedaba más remedio que acatarlo, pues los padres gozaban de respeto y su autoridad no se cuestionaba en lo más mínimo.
¡Ah!, y pobre de aquel que lo hiciera, porque entonces al primer castigo se podría añadir uno más, éste en forma de nalgada con la mano o con la chancla.
Así que lo mejor era cumplir con resignación, y al pie de la letra, los términos del castigo.
En aquel entonces, los castigos se tenían que llevar hasta las últimas consecuencias, de tal forma que no había flexibilidad para su aplicación.
Por ejemplo, si el castigo consistía en que durante una semana no se nos daría para gastar en la escuela, así sucedía.
En cambio, actualmente, muchas veces, los padres negociamos o flaqueamos, de tal manera que el castigo se aplica a medias porque sentimos que fuimos muy severos.
Sin embargo, con esta acción estamos mandando una señal equivocada a los hijos, pues les estaríamos enseñando que no tenemos la suficiente autoridad y carácter para aplicar un castigo, con lo que se crea una imagen distorsionada de la autoridad paternal, en el sentido de que "si me porto mal, de todos modos, los castigos no se cumplen como me los imponen".
A la hora de aplicar un castigo, una vez que uno o los dos padres así lo han determinado, trate de comunicárselo a su hijo sin gritar, sin alterarse pero, eso sí, con voz firme, pues se trata de educar y corregir una acción que amerita una sanción.
Tenga en cuenta que si usted levanta la voz, podría iniciarse una discusión que podría derivar en un problema mayor.
La cordura y la prudencia, generalmente, son cualidades que los adultos debemos mostrar en esos momentos de tensión, porque los hijos son expertos en iniciar y prolongar las discusiones.
Los estudiosos del comportamiento humano recomiendan no hacer de un regaño y su castigo una larga pieza oratoria; quizá sería suficiente con un "¡No!" o "¡Basta!", y enseguida explicar, breve y claramente, el porqué de su molestia y el fundamento para aplicar el castigo a que se hizo acreedor el hijo.
Sobre todo, los especialistas sugieren no utilizar insultos ni palabras altisonantes que pudieran lastimar la dignidad personal del hijo.
Trate de mantener la calma y recuerde: la violencia sólo genera más violencia, en cualquiera de sus manifestaciones, física o verbal.
Los episodios de violencia, además, posteriormente se reflejan en el comportamiento agresivo de los hijos, a tal grado que en ocasiones se desquitan con el primero que se encuentran, generalmente el hermano menor o un compañero de la escuela.
Habrá que tomar muy en cuenta que, según los expertos, utilizar los castigos con mucha frecuencia para corregir un comportamiento inadecuado de los hijos puede desembocar en conductas más desafiantes por parte de éstos, exigiendo, por ejemplo, castigos más severos.
Por otro lado, la reiteración de castigos podría lastimar seriamente la relación con los hijos, sobre todo en el aspecto afectivo.
En lugar de respetarlo como padre o madre, podría generar un fuerte resentimiento y rechazo hacia usted, con lo que se estaría causando un problema mayor al que se buscaba resolver con la aplicación de un castigo, que terminó por convertirse en un círculo vicioso de castigos.
Cuando se vea obligado(a) a imponer un castigo, por favor, se recomienda no emplear frases hirientes como "Eres un(a) inútil", "Eres malo(a)", porque son las acciones las correctas o incorrectas, no la persona.
Por ello, en lugar de estas expresiones, se sugiere decir "Estuvo mal lo que hiciste", y a continuación explicar los motivos, para que el respeto hacia la autoridad que usted como padre permanezca intacto.
Si bien en ese momento usted es el villano de la película por los regaños y el castigo, en la soledad de su cuarto, su hijo, después de algunos minutos reflexionará y asumirá que su comportamiento fue inadecuado.
Las anteriores consideraciones nos podrían ayudar a tener una mejor convivencia con nuestros hijos, pues no obstante que los castigos son, casi siempre, un medio para corregir y mantener el orden en el hogar, deberemos buscar el equilibrio para utilizar la medida disciplinaria adecuada a cada caso en particular, de tal forma que nuestros hijos sepan que el castigo, a pesar de que no es de su agrado, es producto de un error o de una decisión equivocada y de los cuales tiene que afrontar sus consecuencias.