Héctor hernández / El Siglo de Durango
Un día como hoy, El Siglo de Durango publicó en su edición local -hace 16 años- que una empresa privada inició auditoria ambiental a la industria Celulósicos Centauro, con el objetivo de determinar las irregularidades y dictaminar las medidas correctivas y preventivas a ejecutar, para evitar se canalicen residuos contaminantes al lecho del río Tunal.
A la fecha esa factoría sigue siendo un foco de infección para las aguas del río, acabando con el paraje turístico de El Saltito, municipio de Nombre de Dios y otros aledaños, acabando con la vida acuática; de su belleza solamente queda la imagen de las cascadas.
En aquel entonces la auditoria sería supervisada por la Delegación de la Procuraduría Federal de Protección al Ambiente (Profepa), según información del entonces titular de esa dependencia, Luis David Rodriguera.
La supervisión ambiental de que fue objeto la empresa, se anunciaba su inicio para un día como hoy a las 10:00 horas, con una visita de campo, en la que estauvo presente el delegado de la Profepa y representantes de la empresa privada encargada de la auditoria y personal de Celulósicos Centauro.
Según Rodriguera lo anterior formaba parte del programa de auditoríaas voluntarias implementado precisamente por el interés y preocupación social que reviste la contaminación del ambiente y sobre todo efectuar procedimientos correctivos.
Suelo, subsuelo, agua, aire, riesgos, sistema eléctrico, así como la seguridad e higiene de la industria, serían auditados durante un mes por lo técnicos de la empresa: Ingeniería Ambiental Consultores, SA.
Con muestras de laboratorio se medirían los impactos ambientales que ocasiona la industria, de tal manera que además de especificar las anomalías, se establecerían las medidas a seguir, para corregir y prevenir, además de otras irregularidades que siempre han caracterizado a Celulósicos Centauro, pese a que la Profepa ha encontrado que la empresa está dentro de los parámetros estipulados. A la fecha la contaminación sigue, los fétidos olores de los químicos acabaron con los peces y demás animales acuáticos, así como con el turismo que en los 60 y parte de los 70 visitaba El Saltito, que era uno de los atractivos más privilegiados por propios y extraños.