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Nosotros

SOMOS LO QUE HACEMOS, NO LO QUE DECIMOS

PADRES E HIJOS

IGNACIO ESPINOZA GODOY

Hace unos días, escuché una frase -que dijo una niña- que me hizo reflexionar durante un buen tiempo, y creo que hasta este momento lo sigue haciendo pues tiene una profundidad de tal forma que abarca todo lo que emprendemos en nuestra vida cotidiana: "Somos lo que hacemos, no lo que decimos".

Tal vez a simple vista la expresión no diga mucho, pero si analizamos detenidamente su contenido nos podríamos dar cuenta de que la frase nos invita a ser congruentes, es decir, a poner en práctica lo que muchas veces pregonamos pero que sólo, generalmente, se queda en un pensamiento, en un buen deseo.

Un ejemplo muy palpable y frecuente, de la vida diaria, es cuando se les pide a los hijos que no utilicen palabras altisonantes -o lo que llamamos coloquialmente groserías, malas palabras o "palabrotas-, mientras ellos son testigos del lenguaje florido de sus padres, con lo que el regaño y el sermón salen sobrando porque no se predica con el ejemplo.

Así como este ejemplo hay muchos, de los que los padres somos protagonistas, porque deseamos que los hijos se ajusten a un modelo del que los progenitores estamos muy lejos, en virtud de que no unimos la acción a la palabra. En otros términos: no nos ceñimos a lo que buscamos para los vástagos, porque siempre será más fácil ordenar que hacer algo uno mismo.

Luego los padres nos vamos quejando por la vida porque los hijos se comportan de manera muy distinta a como les hemos enseñado; hacemos corajes por todo y por nada: por su impuntualidad; por el desorden en su cuarto, a tal grado que lo comparamos con un basurero; porque sólo quiere estar pegado a la televisión; porque por todo grita; porque pelea con sus hermanos con mucha frecuencia. En fin, la lista en tan larga como grandes son los errores que hemos venido cometiendo al no inculcarles la congruencia -claro, además de los valores elementales-, algo sin lo que cualquier persona puede pasar de mentirosa a falsa, carente de principios y de autoridad moral para exigir algo que no está dispuesta a cumplir con sus actos, pero con autenticidad, sin falsas poses.

Así, podemos ver -y seguramente usted, amable lector, conoce a muchas personas que encajan en esa descripción- a un amplio número de amigos vecinos, compañeros de trabajo, y hasta familiares, que se la pasan regañando y sermoneando a sus hijos con el clásico "rollo" de "...No sé por qué eres así, si yo te he educado y te he enseñado que no debes ser así".

Tal vez, antes de soltar esas expresiones -que no siempre las creemos quienes las escuchamos-, quienes las utilizan con frecuencia para justificar su falta de atención en algunos ámbitos de la formación integral de los hijos deberían hacer un análisis, un juicio objetivo de sus acciones, ser honestos y reconocer que quizás quienes están fallando son ellos, los padres.

Por supuesto que lo anterior es una tarea que se antoja compleja y difícil de empezar a abordar, porque, para empezar, no es fácil admitir que los padres nos hemos equivocado en tantos aspectos relacionados con la formación de los hijos, debido a que venimos arrastrando vicios que heredamos o adquirimos a lo largo de nuestras vidas, no obstante que los deseos para los vástagos sean auténticos y nazcan del corazón.

Los ejercicios de autocrítica son, de por sí, difíciles de realizar, más si se trata de corregir errores que dañan a los que nos rodean; sin embargo, si no empezamos alguna vez en la vida, tal vez nunca emprendamos esa asignatura pendiente que sólo es cuestión de tiempo para buscar un cambio real.

Por otro lado, si la iniciativa para ese cambio no parte de los padres, quizá si alguien más hace la observación para empezar la compleja transición, la buena intención de esa persona podría ser tomada como un ataque o una crítica malintencionada, con lo que la tarea ni siquiera podría ser tomada en cuenta como una llamada de atención en el sentido de que algo está mal en nuestra forma de conducirnos hacia los demás.

En verdad que se necesita mucha sensibilidad y, sobre todo, agallas para reconocer que la congruencia no es precisamente una de nuestras cualidades, cuando debería ser nuestra principal carta de presentación en todos los ámbitos en que nos desenvolvemos, sobre todo cuando se trata de poner el ejemplo y ser el principal modelo de ser humano que deseamos que adopten los hijos.

Repito: no es una tarea fácil, pero nunca es tarde para empezar a hacer algo y admitir que los padres no siempre somos congruentes, porque pregonamos una cosa y hacemos otra completamente diferente. En nuestras manos está ser el mejor ejemplo de congruencia para los hijos. ¿No cree usted, estimado lector?

Mi Tweeter: @Igna_Godoy.

Mi correo: [email protected].

Escrito en: educacion para padres orientacion familiar consejos VALORES . hijos, ejemplo, padres, hemos

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