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Don Manuel Lozoya Cigarroa, había una vez un hombre que escribía leyendas

Lo decía bien el poeta Octavio Paz: la muerte siempre esperada, siempre llega inesperadamente. Aunque sabíamos que el Profr. Manuel Lozoya Cigarroa ya tenía tiempo muy enfermo, la noticia de su reciente fallecimiento no deja de conmovernos profundamente. Se renueva así nuestro eterno asombro ante el misterio. Queda, sin embargo, una obra, una extraordinaria labor bibliográfica dedicada a su tierra y a su gente ¿Cómo no agradecerle tanto?

Un artículo de prensa me permitió, en los pasados años ochentas, conocerlo personalmente. Porque aunque no lo había tratado, algo sabía de sus libros. Por ello me pareció bien publicar un texto de acercamiento a su tarea literaria. "Había una vez un hombre que escribía leyendas", era el título del escrito. Después me contaría el maestro que les había preguntado por mí a varias personas, pero que nadie le dio razón. Hasta que un poco después -en el transcurso de un Congreso de Historia organizado por la UJED- pudimos darnos la mano. Le agradó mucho la nota del periódico: "¡Hasta lloraron mis hijos!", me dijo muy divertido. Sé bien que él me permitiría decir que a partir de ahí cultivamos una amistad cultural que nunca tuvo ninguna sombra.

Me invitó entonces a conocer su biblioteca personal. Y una tarde -en su domicilio particular, en la colonia Insurgentes- me enseñó los libros que más apreciaba, algunos de ellos comprados en abonos, con muchos sacrificios (parte de su acervo aparece en la fotografía del profesor que ilustra las contraportadas de varias de sus obras). Se detuvo unos minutos más en uno de cubiertas anaranjadas que procedía de Chihuahua. "Éste trae el relato de Baltasar de Obregón sobre la Nueva Vizcaya; viene a ser a Francisco de Ibarra, lo que Bernal Díaz del Castillo fue al conquistador Hernán Cortés". Fueron dos o tres horas de amable conversación. Y al retirarme, como para hacer un buen resumen -como todo docente que se respete-, todavía abarcó con el ademán la serie de anaqueles cargados de volúmenes: "Mira, si uno se descuida los papeles te pueden echar de tu propia casa". Me regaló un ejemplar de cada uno de sus títulos publicados, y entonces comprendí el verdadero propósito de la invitación. Anochecía cuando atravesé un jardín cercano, lleno de árboles largos y de verdes desvanecidos por la agonía solar.

El Profr. Lozoya -casi sobra señalarlo- fue reconocido ante todo por ser el autor de las "Leyendas y Relatos del Durango Antiguo", una saga más o menos amplia (la primera de tres partes data de 1983). Incluso tal impulso temático, que había comenzado desde 1981 con las "Leyendas de mi Tierra", se prolongó en "Leyendas del México Nuestro". No obstante, sus trabajos de investigación también merecen tenerse en cuenta: El todavía muy consultado "Hombres y mujeres de Durango" (1985) -un segundo volumen se presentó en el 2003-; le siguieron el ejemplar integrado por textos y fotografías "Rincones de Durango" (1990), la "Historia mínima de Durango" (1995), el "Durango Antiguo" (2003) -una espléndida galería por el pasado de nuestro paisaje urbano-, el "Durango Siglo XX" (2004) -una obra que tiene la fortuna de incluir imágenes muy variadas de algunos lugares del interior de la estado... para arribar al indispensable "Los Municipios del Estado de Durango" (2007) y al igualmente útil "Monografía del Municipio de Durango" (2008). No es toda su producción (tiene, por ejemplo, también un pequeño e interesante volumen sobre la evolución de la Plaza de Armas), pero sí la más sobresaliente.

Siempre se definió como un "maestro rural", si bien desempeñó diversos cargos destacados en la administración pública, que combinaba con sus presentaciones en televisión y con su faena cotidiana en periódicos y revistas. Y su modestia era sincera, por lo mismo actuaba en consecuencia. Se le veía caminar por las plazas, parques y mercados como uno más entre los suyos. Ponía su puesto en las ferias de libro, por reducidas que fueran. Lo saludaban muchas personas y se ponían a platicar con él sobre algún viejo relato o sucesos locales. Se le encontraba de pronto en el lugar más inimaginable, con la cámara lista, buscando los tesoros que luego conformarían sus páginas. "Ando en mis ondas", sentenciaba contento cuando se sentía descubierto. Un cronista, en suma, inmejorable, porque amaba intensamente su ciudad y sus bellezas. Con la dignidad del caso, convencido de su privilegiada misión, cada 8 de julio lucía las galas de su memoria histórica. Era una presencia insustituible en la fiesta cívica y disfrutaba los desfiles alegóricos. Y de una moralidad intachable, como respaldo a un quehacer infatigable por retener todas las voces de su pueblo. Un profesor de corazón.

Siguió los pasos de Everardo Gámiz Olivas, y multiplicó las leyendas durangueñas. Admiraba a los historiadores José Fernando Ramírez y Atanasio G. Saravia y, por supuesto, especialmente a su antecesor, el Lic. José Ignacio Gallegos Caballero. Y motivado por tan prestigiados magisterios, reescribió y actualizó el panorama de nuestra historia -sin la camisa de fuerza del demasiado academicismo- para llevarla hasta las aulas escolares. Ciertamente, los niños y jóvenes leían sus libros. Entre amas de casa, empleados, ciudadanos en general, todos hacían suyos sus relatos. También lo conocían los paisanos radicados en los Estados Unidos; llevaban de regreso el único libro que conservaba la esencia de lo que ellos seguían siendo allá del otro lado del río: las leyendas de su tierra.

A veces me visitaba en la biblioteca. Fue un aval, junto a Don Emilio Gutiérrez Valles y a Don Ricardo Lezama Pescador, para la construcción de la Torre del Libro Antiguo, como ya lo reseñé en otra parte. Y acompañaba seguido al Lic. Gonzalo Salas Rodríguez, a quien apoyaba de buen talante en las actividades de la corresponsalía del Seminario de Cultura Mexicana. Y con nada podría yo pagarle nunca que en su segundo y ya citado libro de biografías me haya unido al ideal inmortal de Don Quijote de Mancha. Sin más palabras.

La última vez que nos visitó con gusto le prestamos un volumen sobre la "Historia de la cultura". Tenía todavía muchos proyectos y los comentamos en su casa. Ya no hubo más tiempo. Ojalá que su colección de libros no se disperse ni se pierda. Al final, su ciudad lo despidió cariñosamente y con genuinas gratitudes. Los años 1933 y 2012 trazan el vigoroso arco de su vida. Descanse en paz, Don Manuel Lozoya Cigarroa, hombre bueno, hombre siempre de bien (OJL).

Escrito en: Manuel Lozoya Durango", hombre, Lozoya, todavía

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