Cuando el milagro de la vida se hace presente en nuestro hogar y llega ese nuevo ser que alegra nuestra existencia, los padres experimentamos un cúmulo de sensaciones indescriptibles, porque sentimos, de alguna forma, que se cristaliza un sueño, una ilusión, un objetivo largamente acariciado desde antes siquiera de unirnos a nuestra pareja.
Aunque los primeros meses, generalmente, pasamos jornadas en que no podemos conciliar el sueño por el llanto constante y, a veces, intermitente, del bebé, sabemos que, al final, todo eso vale la pena, principalmente cuando escuchamos su risa las primeras veces, pues son momentos en los que sentimos se ilumina el hogar y que nada se compara con esos instantes que nos cargan de una energía que nos impulsa a darle lo mejor que tenemos, y con ello no me refiero al aspecto material, sino al espiritual.
A pesar de que los varones, tradicionalmente, éramos considerados los proveedores económicos del hogar por excelencia, afortunadamente, los roles sociales de la actualidad nos han asignado nuevas y enriquecedoras responsabilidades que nos han permitido acceder a contribuir ya no sólo a llevar los satisfactores materiales a la casa, sino que ahora participamos en todas las tareas y obligaciones que antaño sólo serán de la mujer.
Por ejemplo, actualmente, es muy común ver a muchos varones llevar y recoger a los hijos de la escuela, cuando normalmente esta actividad estaba destinada exclusivamente a las mujeres, en virtud de que el papá se iba a trabajar muy temprano y no tenía tiempo para esa tarea, o bien, porque de plano se quedaba cómodamente en casa pues se consideraba que esa era una obligación de la mamá y que su hombría podría ponerse en entredicho, es decir, el machismo prevalecía en todo su apogeo y la mujer tenía que resignarse a lidiar con esa absurda costumbre que prevaleció por décadas.
En lo personal, yo celebro que los tiempos hayan cambiado y que ahora los hombres podamos disfrutar de esa hermosa y placentera tarea que representa acompañar y pasar por los hijos a la escuela, porque entraña una etapa de los pequeños en la que los vemos crecer y observamos cómo se desarrollan y se desenvuelven en todos los aspectos, no obstante que en ocasiones -o casi siempre- los padres andamos con un ritmo vertiginoso por las mañanas y a mediodía, con el tiempo justo para llevarlos y recogerlos, en una carrera contra el tiempo, buscando cumplir con las obligaciones que nos impone el trabajo y, al mismo tiempo, la más grande responsabilidad que implica ser padres, para estar cerca de nuestras criaturas.
Una vez que padres e hijos coincidimos en los tiempos en el hogar, en verdad, nada se compara a escuchar sus risas, su forma de conversar entre ellos, sus discusiones, su llanto, sus gritos de alegría y, también, sus berrinches, porque todas estas sensaciones y escenas forman parte de la vida cotidiana con las que tenemos que lidiar.
La risa, dicen, es el alimento del alma, y los padres lo sabemos mejor que nadie, porque cuando nos agobian los problemas y parece que estos no tienen solución, todo tiene una diferente perspectiva cuando de nuevo escuchamos la risa y los gritos de los hijos. A partir de entonces, es como si recibiéramos una dosis de optimismo que nos impulsa a pensar que ya encontraremos una respuesta y una puerta abierta para superar cualquier conflicto, sin importar su naturaleza o la magnitud.
Después de todo, el motor que nos mueve cada mañana a buscar el bienestar para la familia son los hijos, y por ellos estamos dispuestos a hacer los sacrificios que se requieran con tal de que su presencia continúe iluminando nuestro hogar y nuestra existencia, claro, con la disciplina y el fomento de los valores que los ayuden a tener bases sólidas y a ser personas respetuosas, sensibles, solidarias y honestas, entre otras cualidades que les abrirán las puertas por donde elijan caminar.
Por si usted lo ignoraba, está demostrado que, al reír, el cerebro hace que nuestro cuerpo segregue endorfinas, que son sedantes naturales del cerebro similares a la morfina; esas segregaciones que actúan como drogas naturales que circulan por el organismo resultan cientos de veces más fuertes que la heroína y la morfina. La ventaja, además, es que son gratuitas y no tienen efectos secundarios como esas drogas.
Por eso, dicen los especialistas, cinco o seis minutos de risa continua actúan como un analgésico, de tal forma que, por este motivo, se afirma que los niños tienen mejor salud que los adultos, por lo que, amigo lector, si usted es padre de familia y tiene el privilegio de escuchar diariamente la risa de sus hijos, en lugar de llamarles la atención por el ruido que pueden producir con sus carcajadas, déjese contagiar por ellos, relájese y disfrute el momento, que ya habrá tiempo para lo demás.