“Un niño siempre puede enseñar tres cosas a un adulto: a ponerse contento sin motivo, a estar siempre ocupado con algo y a saber exigir con todas sus fuerzas aquello que desea”. Esta es una frase del novelista, dramaturgo y letrista brasileño Paulo Coelho que nos ilustra la esencia de lo que representa un niño y lo mucho que podemos aprender de él si recordamos que, alguna vez, nosotros también pasamos por esa etapa de la vida que, como la hayamos pasado, sin duda, nos marcó por la forma en que los padres nos guiaron para crecer con bases sólidas, a pesar de que no siempre nos hayan dado todo lo que pedimos, bien por las carencias económicas o ya sea porque deseaban enseñarnos que lo que se desea tiene un precio y hay que ganárselo de otra forma que sólo pidiéndolo.
Tener un niño en casa es una manera de ser bendecido por el Creador, porque es una forma en que recibimos una encomienda para darle a ese hijo lo mejor de nosotros y formar un ser humano sensible, transparente, responsable, a quien debemos dotar de las mejores herramientas para enseñarlo a crecer, todos los días, en un hogar cuyo ambiente de armonía lo impulse a compartir lo mejor que tiene con los demás.
Desde que el pequeño se forma en el vientre de mamá, y cuando recibimos la noticia de que vamos a ser padres, generalmente, entramos en un estado de euforia tal que quisiéramos gritarlo a los cuatro vientos, porque sabemos que la paternidad es un privilegio que se debe asumir con total responsabilidad, ya que recibimos la misión más importante que puede tener un ser humano para, en primer lugar, proteger a esa pequeña criatura vulnerable de todo peligro y, en segundo lugar, guiarla en sus primeros pasos hasta que pueda valerse por sí misma en un mundo que no siempre nos ofrece su mejor cara.
Una vez que ese pequeño e indefenso ser deja el vientre materno, comienzan los desvelos y terminan los tiempos de ocio y descanso para ambos padres, pues la rutina de preparar leche y cambiar pañales se prolonga por meses que, para muchos, parecen años; no obstante, para la gran mayoría, esos peculiares gritos y ese llanto tan especial cobran un significado único cuando ambos toman esos episodios como una etapa importante de la vida en la que se requiere mucha paciencia, tolerancia y, sobre todo, una gran dosis de amor, porque sólo gracias a este poderoso sentimiento se puede comprender que la existencia sólo vale la pena si se entrega todo por un hijo.
Es por ello que, amable lector, insisto en que tener a un hijo en casa, sobre todo si este es pequeño, grita, salta, llora y hace travesuras por todos los rincones, es una auténtica bendición, pues finalmente los niños son un reflejo y una extensión de lo que les fomentamos todos los días con nuestras actitudes y comportamientos en los diferentes ámbitos en los que ellos son testigos de cómo nos desenvolvemos.
Sin embargo, es importante no saturarlos de un mundo de reglas, porque luego resulta que formamos adultos chiquitos que se comportan como personas grandes que no se atreven a hacer algo si no reciben la autorización o el visto bueno de nosotros los padres. Claro que tampoco hay que caer en el otro extremo de dejarlos a la deriva, libres de límites y con la rienda suelta, de tal forma que podemos crear monstruos que después no sabríamos cómo controlar.
Hay que buscar, como todo en la vida, el justo medio, el equilibrio que nos dé la tranquilidad de saber que estamos haciendo lo que podemos y debemos, e incluso más allá, para que los hijos crezcan con mano firme pero a la vez con el amor necesario para que no se sientan sometidos, de tal manera que comprendan que la vida es una mezcla de muchos factores que, en alguna ocasión, los tentará a irse por el camino equivocado. Sin embargo, deberán aprender también que, si cometen un error, deberán reflexionar si pueden levantarse, reconocer sus fallas y, sobre todo, reparar el daño ocasionado por una decisión mal tomada.
El hecho de que los hijos tengan bases sólidas de valores y principios no es garantía de que todo será más fácil, pero, en cambio, sí les ayudará a tomar mejores decisiones que repercutirán en su bienestar material, físico y mental.
Los padres, estimado lector, no somos seres infalibles ni lo sabemos todo, pero sí tenemos muy clara nuestra misión de guías y protectores que siempre estamos dispuestos a entregar lo mejor que tenemos en la vida y por lo que luchamos todos los días, pues sabemos que son una bendición: los niños. Y a propósito… ¡feliz Día del Niño! Y sí aún los tiene en casa, abrácelos, béselos y dígales cuánto los quiere y cuán importantes son en su vida.
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