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Ir al matrimonio con vocación y convicción

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PADRES E HIJOS

Hace un par de días, mientras escuchaba la homilía durante una misa, el mensaje que dirigía el sacerdote oficiante a los fieles católicos me impactó por la profundidad de la su contenido, pues quienes seguíamos con atención su reflexión quedamos conmovidos (o al menos eso me sucedió a mí) pues nos hizo pensar en la gran verdad y el enorme compromiso que implica llegar al matrimonio con vocación y la convicción de que en ese estado vamos a crecer en todos los aspectos, al tiempo que se debe llevar la firme idea de que la unión entre hombre y mujer se va a reflejar en frutos positivos para todos los que les rodean.

De por sí, la elección de la pareja (lo de ideal es muy subjetivo) es una decisión que representa una dificultad en grado extremo cuando se trata de una determinación para hacer vida en común, pues quienes ya han pensado en compartir su existencia con otra persona no lo hacen como un experimento, a ver si resulta, "a ver si nos llevamos bien. Y si no es así, pues aquí no pasó nada y cada quien para su casa". No. Aunque en la actualidad se observan casos de este tipo que en la mayoría de los casos terminan con una separación de corto plazo.

Una vez que se conoce a la pareja (al menos en lo esencial, porque con amplitud sólo ocurre cuando se viven juntos), hombres y mujeres deciden dar el siguiente paso, que es el matrimonio, aunque para ello debieron haber pasado por un proceso de análisis concienzudo sobre los pros y los contras de una relación formal, que implica unir sus vidas en los ámbitos legal y religioso y que implica una decisión trascendental, la más importante, pues se trata de elegir con quién compartir, tal como reza el rito católico, la prosperidad y la adversidad, la salud y la enfermedad, con todo lo que representa, además, la fidelidad.

Por todo lo que encierra la decisión de contraer matrimonio conforme a la religión católica -con respeto y sin el ánimo de herir susceptibilidades por otros credos religiosos-, esta elección se tiene que realizar con la convicción de que se quiere ser feliz y hacer feliz a la pareja, pero también se debe ir más allá al pensar que ese vínculo debe concretarse y debe servir para ayudar a los demás, a dar fe y testimonio de que ese enlace se cristalizó para beneficio de la sociedad y, sobre todo, para consagrarlo al Todopoderoso con obras de generosidad.

Ciertamente, todas las relaciones -de amor, amistad, laborales- tienen su grado de complejidad por lo que implica sobrellevar diferentes caracteres; sin embargo, la que representa un mayor reto es, sin duda, el matrimonio, ya que si bien la mayoría de las parejas (sería difícil asegurar que todas) llega a este estado con la convicción y la certeza de que basta el amor mutuo que se profesan para superar toda clase de obstáculos, a las primeras de cambio, algunos cónyuges pierden la poca paciencia que poseían y terminan por pedir el divorcio por cualquier motivo.

Claro que no se trata de soportar la peor versión de los defectos de la pareja, ni tampoco de tolerar toda clase de insultos y humillaciones, sino de buscar una solución a los diversos problemas que se presenten en la vida diaria, con la disposición, voluntad y sobre todo, la humildad de reconocer que todos cometemos errores pero que también deseamos superar una crisis por las que todos los matrimonios suelen atravesar por diferentes motivos.

De ahí que por ello es importante elegir a la pareja con plena conciencia de que si deseamos unir nuestras vidas es con el objetivo de compartir lo bueno y lo malo que pueda venir en el corto, mediano y largo plazos, ya que habrá momentos en los que el Creador nos pondrá a prueba para medir la magnitud del amor como matrimonio, por lo que debemos saber estar a la altura del reto que nos impone la vida diaria, con todas sus vicisitudes.

La vocación, definida como la inspiración para adoptar el estado religioso o para llevar una vida ejemplar, aplica perfectamente para quienes decidimos que el matrimonio es la mejor forma de vivir en pareja para consagrar nuestra existencia a Dios, procreando la descendencia que guiaremos por el camino de los valores que se reflejen en hijos generosos, nobles, solidarios, humanos y, sobre todo, llenos de amor al prójimo.

Tal como sucede con las carreras, profesiones y oficios, la vocación para el matrimonio también exige, cotidianamente, tiempo para actualizarse, renovarse y aprender de los demás, tomados siempre de la mano de la pareja, pues si alguien nos conoce y nos soporta como somos, ese(a) es nuestro cónyuge, quien también decidió tomar la vocación de la unión matrimonial como algo sagrado.

Escrito en: pues, matrimonio, pareja, debe

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