
La importancia de un “¡Por favor!” y un “¡Gracias!”
Nuestra sociedad, regida por una serie de normas de convivencia que nos hacen la vida más llevadera y más agradable, ha ido perdiendo con el paso del tiempo la importancia que representan frases que nos invitan a construir una relación más armoniosa y amable, lo mismo entre padres e hijos, entre compañeros de trabajo, entre maestros y alumnos, entre hermanos, e incluso entre desconocidos con quienes sostenemos una pequeña conversación por cualquier motivo, de tal manera que, muchas veces, la primera expresión que intercambiamos es un "¡Por favor!", para terminar con un "¡Gracias!", aunque tal parece que esta hermosa costumbre, elemental regla de educación, va cayendo en desuso porque ya se fomenta con escasa frecuencia actualmente en los hogares.
Yo recuerdo que mi padre (qepd), desde que podíamos entender el significado y el valor de las palabras, nos inculcó -con su muy peculiar estilo, en un tono fuerte- que las expresiones básicas en cualquier situación representaban la diferencia entre conseguir algo o el rechazo a una petición, pues un "¡Por favor!", con el acento adecuado, nos podría ayudar a abrir muchas puertas que haciéndolo con cierto autoritarismo, de tal forma que podría interpretarse como una orden si no se encauzaba adecuadamente, sin la presencia de esa significativa frase, por más que la solicitud se planteara con amabilidad.
Por el contrario, si la mencionada expresión va acompañada de una sonrisa (que no risa; no hay que confundirse) y un tono de amabilidad y seguridad, difícilmente la petición podría ser precedida de una negativa, por lo que mi señor padre nos enseñó que estas pequeñas normas de convivencia y cortesía son un verdadero arte cuando se aplican correctamente, y de igual forma, si la respuesta no es la esperada, también hay que estar preparado de tal manera que el interlocutor no se vaya a sentir agredido por nuestro silencio o por una contestación poco adecuada, sin que se llegue a la violencia verbal ni, mucho menos, a la física, porque no siempre podremos conseguir un sí, y tampoco nadie está obligado a lo imposible cuando no se puede hacer el favor planteado.
Seguramente, usted, amable lector, habrá presenciado una escena que se repite con demasiada frecuencia, bien trátese, por ejemplo, de una papelería, la tienda de la esquina, la sección de Carnes Frías u otra de cualquier centro comercial, donde algunas señoras (me refiero a ellas porque son las que compran, generalmente, el mandado o la despensa) piden su mercancía de una forma poco amable, de tal manera que casi parece una orden, cuando se puede ser un poco más amable con las personas que están del otro lado del mostrador, pues aunque su trabajo es atender al público, no tienen la obligación ni la necesidad de soportar malos tratos cuando se puede solicitar un servicio con el respeto que se merecen los empleados de cualquier tipo de negocios o establecimientos.
Desde luego que hay que reconocer que, si bien en muchos hogares no se fomentan estas reglas de urbanidad, en algunos otros se hace de una manera loable, y así es agradable encontrar familias donde los hijos saludan a los visitantes sin que se les exhorte a hacerlo, piden las cosas por favor y agradecen por iniciativa propia cualquier gesto de amabilidad que reciben sin que los padres tengan que pedírselos, pues muchas veces estos deben regañar a sus vástagos para que demuestren un poco de educación en el momento adecuado, aunque luego resulta que los progenitores no predican con el buen ejemplo en ciertas situaciones que lo ameritan.
Dar las gracias también es una costumbre que poco a poco se va dejando en el olvido, una expresión que en una sola palabra encierra una lección de gratitud por un favor recibido. Se utiliza también para demostrar un sentimiento que no siempre se puede describir de otra forma y que solamente con esa frase, con ese monosílabo, se puede dejar salir un cúmulo de sensaciones y que, con el tono adecuado, el receptor sabe reconocer el profundo significado de esa hermosa palabra que no siempre empleamos con la vehemencia y la elocuencia que deberíamos.
"¡Por favor!" y "¡Gracias!", insisto, son dos expresiones mágicas que no hemos sabido valorar y utilizar en su justa dimensión, porque nos hemos acostumbrado a pensar, equivocadamente, que somos el centro del universo y que sólo los demás tienen la obligación de usar esas significativas frases que nos hacen sentir mejor cuando las usamos adecuadamente, no por obligación ni porque así lo dictan las reglas de urbanidad, sino porque de esta forma queremos demostrar que nuestros semejantes se merecen una atención y una consideración que sólo podemos canalizar mediante nuestros sentimientos, aunque muchas personas se resisten a reconocer que sus semejantes tienen derecho a ser tratados con dignidad, respeto y educación.