
Amigos imaginarios
Aunque este fenómeno psicológico se asocia casi exclusivamente a la infancia, la realidad es que también puede presentarse en las personas adultas, y aunque en general cumple con la misma función de ayudar al individuo a superar situaciones difíciles, aparece bajo ciertas circunstancias que deben observarse cuidadosamente a fin de seguir manteniendo un equilibro mental.
Es motivo de preocupación para muchos padres de familia observar que sus hijos mantienen una relación amistosa que involucra extensas charlas y juegos, ya sea con un ser que únicamente ellos pueden ver o bien, con muñecos y mascotas. Este fenómeno, que generalmente tiene lugar en niños de entre tres y siete años de edad, ha sido definido en psicología como «amigo imaginario», y es bastante común pues suele presentarse en uno de cada tres menores.
Los especialistas han coincidido en señalar que la razón de su aparición tiene que ver con la necesidad de los pequeños de superar algunas contrariedades, las cuales surgen en situaciones difíciles para ellos, como puede ser un divorcio, mudanza, nacimiento de un hermano, o el hecho de que sus padres pasen mucho tiempo fuera de casa.
Lejos de afectar el desarrollo de los infantes, un amigo imaginario estimula su imaginación, los ayuda a resolver sus problemas, y permite la adaptación con su familia y más tarde, con la sociedad.
Algunos estudios, además, revelan que durante esta etapa de la vida, los amigos imaginarios pueden contribuir a la mejora de las capacidades lingüísticas de los menores, esto gracias a que inventan historias que luego repiten a los adultos interesados, lo que a su vez aumenta su capacidad para leer, y puede llegar a traducirse en un buen rendimiento académico.
¿ASUNTO DE NIÑOS?
A lo largo de los años, los casos de amigos imaginarios se han ligado exclusivamente a la infancia, pues se sabe que tienen una función específica y que desaparecen en cuanto los pequeños solucionan sus conflictos o comienzan a interactuar con otros niños. Sin embargo, es posible que se presenten en algunos adolescentes e incluso, existe una referencia que data de 1985 en la que Clara Vostrovsky, de la Universidad de Stanford, señala que conoció a una joven que convivió con un grupo de amigos imaginarios hasta su adultez. ¿Es esto realmente posible?
¿TRASTORNO PSICOLÓGICOS?
La idea tal vez suene rara, pero los adultos también pueden tener un amigo imaginario. “En etapas más adultas algunas personas suelen recurrir a este fenómeno, como una manera de liberar la presión a la que son sometidas por cuestiones familiares, laborales o amistosas”, señala el psicólogo Michael David Pedroza. No obstante, considera que es necesario diferenciar un fenómeno consciente de uno de orden psicológico.
“La característica más marcada es que cuando se enfrenta una causa psicológica no sana, la entidad o amigo imaginario, apunta a ser una relación difícil, pues la persona, voz o imagen, suele ser conflictiva y rompe con los acuerdos sociales en que vive la persona”, explica.
En este caso, se trata de un amigo imaginario con connotaciones psicológicas, que tienen que ver más con un trastorno de tipo esquizoide, el cual puede suscitar situaciones desfavorables para el individuo, por aconsejarle que recurra a situaciones que atentan contra su trabajo, o que lo invitan a tomar pertenencias ajenas; en casos extremos, pueden incitarlo a la violencia.
Lo importante es no perder de vista que en la adultez se puede recurrir a los amigos imaginarios, a fin de mitigar el estrés o para conseguir la comunicación consigo mismo, proyectándola en algo que se cree físico; sin embargo, el individuo debe estar consciente de ello, de modo que si la situación se sale de su control, pueda recurrir posteriormente a la atención psicológica.
En lo que concierne al tema de los adultos de la tercera edad y amigos imaginarios, Pedroza se muestra escéptico al puntualizar que no existe una sólida base científica para respaldar el tema. Aun así, concede un poco diciendo que el fenómeno puede ocurrir, aunque en muy pequeñas proporciones, en ancianos con duelos no resueltos, como la pérdida del cónyuge, por ejemplo. “En mi experiencia, podría definirlo como un fenómeno de orden senil o de enfermedades relacionadas al olvido, como Alzheimer o Corea de Huntington”.
EL MOMENTO DEL ADIÓS
Como ya se ha mencionado, los amigos imaginarios desaparecen en el niño cuando consigue relacionarse con menores de su misma edad, o cuando logra llenar el vacío emocional que siente, de tal forma que la mayoría de las personas que tienen un amigo imaginario en la infancia, suelen olvidarse de él durante el resto de su vida.
En la etapa adulta, por otra parte, “podríamos decir que el espacio queda completo cuando llega a la vida de la persona otra meta, o se cumple una, por lo cual desecha la necesidad de seguirse comunicando consigo mismo, a través de una proyección psicológica”, refiere el especialista. En el caso hipotético de un duelo, el amigo imaginario desaparece cuando éste se supera y llega una nueva persona a la vida del individuo en cuestión.
Michael Pedroza señala que al descartarse la peligrosidad del fenómeno, suele dejársele al curso normal de la vida; sin embargo, los estudios apuntan a que el amigo imaginario que participa en cada etapa de la vida, casi siempre está relacionado directamente con las experiencias vividas o acumuladas por el actor que en ese momento atraviesa el conflicto, o bien, se vincula a una etapa en donde la persona necesita relacionarse más consigo misma que con el exterior. Lo anterior, podría deberse a diversos motivos, desde la falta de comunicación, la inseguridad o la confianza excesiva en sí mismo o en los demás.
Una vez más se deja de manifiesto que el desarrollo del individuo es el que determina qué es lo que viene para él, y la manera en cómo se relaciona o no.
PSICOLOGÍA Y FICCIÓN
La temática de los amigos imaginarios es bastante común, y suele despertar en algunas personas mucha curiosidad. Querer conocer a fondo aquello que es intangible, da pie a que la gente se acerque al tema desde perspectivas cuestionables, como las experiencias paranormales, que por otra parte resultan bastante atractivas y estimulantes para las mentes imaginativas. El cine y la televisión han recogido y entremezclado la perspectiva científica con la sobrenatural en diversas ocasiones, dando como resultado entretenidas historias de diferente profundidad. Como ejemplos cinematográficos se pueden citar: Harvey (Henry Koster, 1950); El resplandor (Stanley Kubrick, 1980); Donnie Darko (Richard Kelly, 2001); Donde viven los monstruos (Spike Jonze, 2009); y algunas más ligeras como Mi amigo imaginario (Ate de Jong, 1991); Bogus (Norman Jewison, 1996) y Un domingo en Tiffany (Mark Piznarski, 2010).
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