
Los jóvenes y su lamentable vocabulario
Aunque para muchos adultos el vocabulario que emplean actualmente muchos niños y adolescentes es algo "normal", para el que esto escribe es preocupante que en su lenguaje habitual utilicen con mucha frecuencia lo que denominamos "palabrotas", "malas palabras" o groserías, situación que a muchos padres de familia, tutores y hasta maestros parece no incomodarles ni molestarles, como si tuviéramos que resignarnos y acostumbrarnos a escuchar el mal uso que se le da al idioma al abusar de ese tipo de léxico que se profiere indiscriminadamente como si con ello se adornara una conversación.
Y no es que, estimado lector, repruebe el uso de ciertas expresiones verbales, las cuales pueden emitirse en el momento justo, en el contexto adecuado, en un grupo determinado, siempre y cuando se empleen hasta para bromear, cuidando que no se utilicen para insultar, denigrar e iniciar un pleito cuyos resultados no siempre terminan en un altercado de palabras, sino que en ocasiones se pasa a los hechos y derivan en verdaderas tragedias que enlutan hogares por no ser tolerantes y no caer en el juego de quien a veces busca demostrar su falsa valentía con argumentos que no son válidos.
Al respecto permítame relatarle una anécdota de un altercado verbal que concluyó con la muerte de una persona, tan sólo por un hecho de tránsito: resulta que, hace algunos años, en la ciudad de Durango, concretamente en el aeropuerto local, un automovilista no le cedió el paso a otro en la terminal aérea, lo que molestó sobremanera a este segundo al grado de que bajó de su vehículo con una pistola en mano y, sin pensarlo dos veces, le disparó para dejarlo sin vida a bordo de su unidad motriz. Acto seguido, regresó a su coche y se marchó como si no hubiera sucedido nada.
Sin embargo, en el lugar del incidente hubo testigos que luego denunciaron el hecho de sangre ante las autoridades correspondientes, por lo que se pudo capturar al homicida, el cual fue encarcelado, aunque no permaneció mucho en prisión debido a que se trataba de un abogado que tenía muchas influencias y poder económico. No obstante, años más tarde, este litigante fue acribillado a balazos fuera de su despacho jurídico, de tal forma que murió de la misma manera que le había arrebatado la vida al conductor con el que, por un simple intercambio de insultos, tuvo una discusión por un incidente de tránsito.
En otro evento reciente, fui testigo de cómo una adolescente de aproximadamente 12 a 14 años de edad se lucía delante de sus compañeros de secundaria al decir en voz alta: "Anda, jijo de la re ch...". En ese momento, hasta cierto punto indignado y molesto por la actitud de la jovencita, la increpé y le señalé: "¿Con esa boca comes, niña?" La respuesta no tardó en llegar y, con un tono de desafío, me contestó: "Sí... ¿y qué?".
De manera ingenua, yo esperaba que la muchachita, por lo menos, guardara silencio, se mostrara apenada o se disculpara ante mi pregunta, pero sucedió todo lo contrario, ya que pensó seguramente que se vería mal si no respondiera a mi cuestionamiento, por lo que hasta sus compañeros le festejaron su contestación, su actitud de no ceder ante la llamada de atención que en ese momento le hacía un adulto.
Todavía con la molestia por ese penoso incidente, se lo comenté a uno de los prefectos de la secundaria donde estudia la chica y este me confirmó que, lamentablemente, ese tipo de actitudes no son más que un reflejo de la falta de valores que seguramente padece la adolescente en cuestión, por lo que incluso me invitó a que presentara mi queja ante las autoridades de la escuela para que se procediera a imponer una sanción de acuerdo con la gravedad de la falta.
No obstante, preferí dejar el tema por la paz y resignarme a que con una queja no voy a cambiar al mundo, además de que podría ocasionarme algunas represalias por parte de familiares de la estudiante si estos se enteraran de mi identidad, de ahí que por esta ocasión decidí no actuar en consecuencia para evitar que ese pequeño incidente pasara a mayores.
Días después, acompañando a mi hija a la misma secundaria, presencié cómo el uso de "palabrotas" forma parte "normal" del vocabulario de algunos adolescentes (no quisiera generalizar al decir muchos o la mayoría, porque no me consta), lo que francamente me decepciona y preocupa porque a simple vista da la impresión de que los padres de familia no estamos educando con el ejemplo adecuado para que los hijos se conduzcan con un poco de más respeto cuando se encuentran en los edificios escolares.
Algunos padres me comentan que no debo mortificarme, que acepte la realidad tal como la vivimos; sin embargo, me resisto a reconocer que los progenitores no podemos hacer algo para que nuestros vástagos se conduzcan con un poco de más respeto. No queremos hijos santos, pero tampoco hijos que demuestren una ausencia de valores terrible al distorsionar el lenguaje con la frecuencia con que actualmente ocurre en este mundo que nos tocó vivir.