
Cómo tener autoridad moral para exigir
Una verdad incuestionable, en todos los ámbitos, es que los buenos y malos ejemplos se aprenden por imitación, sobre todo, cuando se trata de lo que los padres (mamá y papá, aclaro) enseñamos a los hijos en la diaria convivencia, en los gestos, actos y actitudes que consciente e inconscientemente hacemos y practicamos dentro y fuera del hogar, de tal manera que si, por ejemplo, nos observan fumar en casa, seguramente pensarán que es un hábito positivo y que no les generará consecuencias negativas a la salud, cuando ocurre todo lo contrario, a corto, mediano y largo plazos.
Lo anterior viene a colación, estimado lector, porque hace unos días, paseando con mi esposa por el centro de la ciudad, acompañados de una de nuestras criaturas, me percaté de la presencia de un par de cónyuges (jóvenes ellos, de unos 25 a 30 años de edad, más o menos), quienes llevaban a sus respectivos hijos (una niña de alrededor de dos años, otro pequeño de unos cinco años y la más grande como de unos 8 años). Lo curioso del asunto es que ambos portaban, cada uno en su mano derecha, un cigarrillo prendido que fumaban con despreocupación, como si tuvieran la certeza de que era inofensivo para la salud de los integrantes de la familia.
La primera pregunta que vino a mi mente fue, en realidad, si ambos esposos saben el daño terrible que le provocan a su organismo y, lo más terrible, si tienen plena conciencia del grave riesgo de salud en el que ponen a sus hijos al respirar las innumerables sustancias tóxicas que inhalan en el ambiente doméstico sus tres hijos, quienes también están expuestos a sufrir problemas a nivel de diversos órganos de sus cuerpos por ser fumadores pasivos.
En ese instante pensé y deseé también que ojalá yo estuviera equivocado y que los cigarrillos que fumaban cuando los observé los hayan consumido sólo en esa ocasión en el exterior, en un sitio público, y no dentro del hogar, pues si así fuera el caso, lamentaría que los hijos tuvieran que enfrentarse todos los días a esa nube tóxica que mata lentamente a quien la respira, ya que en ocasiones los fumadores pasivos resultan más perjudicados que quienes tienen el cigarrillo en la mano, por lo que habría que preguntarse hasta dónde llega la fuerza del hábito para afectar a quienes nos rodean y que generalmente son los miembros de nuestras familias.
Esta situación, de manera personal, la hemos experimentado quienes tenemos padres fumadores (el mío ya falleció por esta causa, mientras mi señora madre padece por el mismo mal) y que nunca quisieron entender el daño que nos ocasionaban por el humo que exhalaban dentro del hogar, pues argumentaban que no pasaba nada y que la afectación sólo era para ellos directamente por lo que para sus hijos no había ninguna repercusión negativa. De ese tamaño era su ignorancia y su cerrazón, hasta que mi padre fue enterado de que sus enfermedades se debían al tabaquismo.
Sólo entonces, y ya después de los 80 años de edad, decidió dejar de fumar, de un día para otro, por lo que definitivamente ya no volvió a comprar cigarros ni, mucho menos, los consumió, aunque lamentablemente el daño ya estaba hecho en varios de sus órganos. Gradualmente, sus enfermedades se fueron complicando a tal grado que su salud se fue mermando poco a poco hasta que se generó el fatal desenlace que todos esperábamos tarde o temprano, ante los dolores insoportables que tenía que soportar a pesar de los medicamentos que ingería para hacer menos pesada su cruz.
Volviendo al punto, así como los padres nos ponen el buen ejemplo de llevar a la práctica hábitos positivos en el hogar, como ordenar y limpiar las habitaciones, no tirar basura, ayudar a lavar los trastes, barrer y trapear, entre otras actividades, de la misma manera nos pueden inculcar otros hábitos negativos como el de fumar, el de usar un lenguaje poco adecuado (palabras altisonantes, por ejemplo), el de dejar tirada la ropa por toda la casa, entre otras costumbres que no ayudan precisamente a que haya armonía en casa en todos los aspectos, por lo que inconscientemente los hijos las adoptan como su modelo.
Luego, cuando los hijos crecen y comienzan a fumar, no falta que los padres se enteren y les recriminen su proceder; sin embargo, hay vástagos que defienden sus hábitos y su forma de ser al desafiar a sus progenitores con el argumento -no por ello válido- de que es un vicio que aprendió de ellos, por lo que carecen de autoridad moral para prohibirles que dejen el cigarro cuando ellos mismos no han podido desterrar esta perniciosa costumbre.
Es difícil defenderse con argumentos de peso cuando los padres no hemos sido el mejor ejemplo para los hijos en los aspectos que en ocasiones son nuestro propio punto débil, por lo que valdría la pena reflexionar en este sentido y valorar la posibilidad de cambiar en algunos hábitos en los que sabemos que no les estamos dando el mejor ejemplo a los vástagos, si deseamos que ellos crezcan y se desarrollen de manera armónica.