
La admiración por los padres
Desde que los seres humanos nacemos, conforme vamos creciendo, tendemos a admirar e idealizar a nuestros padres (a los dos, es decir, a la madre y al padre), quizá porque vemos en ellos a nuestros protectores naturales y porque son nuestros proveedores en los planos afectivo y material, de tal manera que inconscientemente desarrollamos ese sentimiento que nos acerca a ese estado en el que vemos a nuestros progenitores como las personas perfectas en todos los aspectos, que todo lo hacen bien y que no se equivocan, aunque no siempre percibimos la realidad tal cual es.
No obstante, en la medida que transcurre el tiempo y los hijos llegamos a la adolescencia, nos damos cuenta de que nuestros padres son seres humanos, sí, con muchas cualidades, pero, a la par, también poseen defectos, que aceptamos como algo natural porque finalmente entendemos que todos los individuos estamos dotados de una serie de rasgos que forman parte de nuestra responsabilidad y los cuales nos diferencian de los demás, así que terminamos por reconocer que nuestros progenitores son personas comunes y corrientes que también pueden cometer errores porque, al final de cuentas, esto es parte de la vida.
Sin embargo, el hecho de que los hijos adolescentes mantengan esa admiración por los padres, a pesar de estar conscientes de que son personas que tienen virtudes y defectos, nos habla de que algo hemos hecho bien los progenitores para que nuestros jovencitos aún experimenten esa sensación de orgullo por lo que son sus padres, por lo que ese sentimiento de satisfacción que llegamos a albergar nos alienta a continuar esa hermosa misión que se nos encomendó desde que llegaron a este mundo y que no es otra que la de ayudarlos a crecer felices, a pesar de los obstáculos que ellos y nosotros encontraremos en el camino.
Lo anterior viene a colación, amable lector, a raíz de que, recientemente, mientras ayudaba a mi hija adolescente a contestar un cuestionario para su acceso al bachillerato, se le preguntaba a quién admiraba, a lo que sin titubeos respondió: "a mis papás", una frase que me hizo estremecerme por el gran significado que encierra, ya que a estas alturas de la tecnología y de las redes sociales, los muchachitos tienden a admirar más a determinado artista o, incluso, hasta a los más famosos "bloggers", con lo que la respuesta, en lo personal, tiene todavía una trascendencia mayor.
El hecho de que los hijos e hijas adolescentes expresen abiertamente que sienten admiración por sus padres no es más que el resultado del fomento de los valores y principios morales que los progenitores procuramos inculcarles a los hijos dentro del hogar, pero no sólo con el tradicional discurso o "rollo" (como ellos lo llaman), sino con el ejemplo de lo que debe hacer en los diferentes ámbitos en los que los padres nos desenvolvemos, de tal forma que nuestros vástagos observan nuestro comportamiento, nuestras actitudes y nuestras reacciones en cada cosa que hacemos o decimos, y sin darnos cuenta lo imitan, lo reproducen en su propio entorno.
Un ejemplo muy evidente y cotidiano es la manera en que se expresan actualmente los adolescentes (y hasta los niños), ya que suelen utilizar palabras altisonantes con una frecuencia que hasta nos sorprende cuando los escuchamos dentro y fuera de las escuelas. Y no es que los adultos nos asustemos por el lenguaje que usan para convivir entre ellos, sino que para ellos es algo normal que no falta que hasta en el hogar se les salga una que otra "palabrota", que no siempre es censurada ni sancionada por el padre, la madre o por ambos.
En su momento, cuando los padres estuvimos en la escuela, también llegamos a expresarnos de esa manera, pero no con esa intensidad como lo hacen actualmente los chavos. En lo personal, nunca he sido partidario del uso de esas palabras coloquiales con las que se dirigen entre sí los adolescentes de esta época, por lo que en el hogar nunca se han empleado, ni siquiera jugando, de ahí que nuestras hijas han crecido con esa mentalidad de no utilizarlas, a pesar de que sus amigos o amigas lo hagan con exagerada frecuencia.
Finalmente, este hábito se convierte en un estilo de vida con el paso del tiempo y que llega a formar parte de la personalidad de los hijos, pues también se considera un rasgo de su carácter que han adoptado inconscientemente por el simple hecho de observarlo en sus padres y que lo practican en los distintos ámbitos donde se desenvuelven, con la particularidad de que no lo van a hacer a un lado a pesar de que su círculo de amigos o personas más allegadas estén "contaminadas" con esa perniciosa costumbre de expresarse con palabras altisonantes cada vez que entablan una conversación.
Los padres debemos sentirnos orgullosos cuando corroboramos que los hijos sienten admiración y orgullo por lo que somos, por el ejemplo que les damos, lo que nos debe motivar a ser mejores en todo lo que emprendamos, pero no sólo con el objetivo de que nuestros pequeños, adolescentes y adultos experimenten ese sentimiento, sino por dejarles como legado algo que difícilmente van a poder adquirir de otra manera y que es contribuir a convertirlos en mejores seres humanos.