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Los apodos marcan

PADRES E HIJOS

Los apodos marcan

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IGNACIO ESPINOZA GODOY

Quizás para muchos padres de familia los apodos que les inventan a los hijos pueden ser considerados como algo normal y como parte de la misma convivencia cotidiana, porque además, generalmente, se imponen sin la más mínima intención de lesionar la autoestima de los vástagos, pues muchos tienen hasta cierta carga de buen humor por alguna característica específica o un rasgo muy especial de quien lo recibe. Sin embargo, algunos especialistas recomiendan desterrar esta práctica, que sí llega a lastimar los sentimientos de quien es llamado de determinada forma por parte de sus progenitores, a tal grado que hacen a un lado su nombre de pila, el que aparece en el acta de nacimiento y que tanto orgullo les causó cuando lo escogieron.

Y es que, según el criterio de esos especialistas en terapia familiar, los apodos representan una forma de violencia sutil cuando, desde el punto de vista de los padres, no es más que una expresión del cariño manifestado con ese sobrenombre que no siempre es del agrado de quien carga con él y en ocasiones por el resto de su vida, ya que los hermanos o los demás familiares se encargan de propagarlo, de tal manera que terminan por identificarlo(a) más por ese apodo que por el nombre real.

Por ejemplo, me viene a la mente el apodo de "Negrito" con que era conocido un ex compañero de la escuela, un sobrenombre con que fue "bautizado" por sus propios padres y que así se le identificaba en la escuela, por lo que su verdadero nombre pasaba a un segundo plano. Lo más lamentable es que ese apodo lo utilizaban algunos de sus ex compañeros para burlarse de él debido al color de su piel, es decir, lo discriminaban por ese peculiar rasgo, que en realidad ni debió ser motivo de burla pues finalmente eso no lo hacía menos inteligente ni menos importante que el resto de los estudiantes.

Sin embargo, Rogelio Martínez (es un nombre ficticio) creció con ese apodo que le lastimaba y no precisamente porque le molestara que se lo dijeran, ya que él aceptaba que el color de su piel era oscuro, sino porque el sobrenombre se empleaba con ese tono y esa intención de fastidiarlo, de discriminarlo, pues finalmente en el aula de clases él demostraba que su apodo no se relacionaba con su nivel académico, toda vez que era un alumno sobresaliente, que se destacaba sobre los demás por su inteligencia y avanzado aprovechamiento en todas las materias que cursaba.

De manera desafortunada, no había alguien que lo defendiera y les pusiera un alto a los ex compañeros que lo molestaban un día sí y otro también, pues en ese tiempo (en la década de los 70) se consideraba como algo normal el hecho de que entre los niños y niñas se llamaran entre sí por los apodos, aunque algunos de estos eran muy crueles y sí ocasionaban inestabilidad emocional y sí lesionaban la autoestima de quien tenía que soportarlos durante todo el ciclo escolar, ya que de lo contrario se corría el riesgo de que el inconforme recibiera otro sobrenombre peor.

También, tristemente, algunos padres de familia contribuían a que esos apodos se arraigaran al extremo de que los hijos los cargaran por el resto de sus vidas, una situación que sus progenitores jamás imaginaron para el futuro de sus vástagos; sin embargo, la realidad es que ahora ya no se pueden desprender de ellos pues no sólo así se les identifica dentro del hogar, sino también por parte de su primer círculo de amistades y compañeros de la escuela, estos últimos que en ocasiones suelen ensañarse con la mayor crueldad posible.

Recordemos que los apodos, en cualquier contexto, cuando tienden a resaltar una característica física o de la personalidad de un niño o niña, aunque se creen sin la menor intención de molestar, en ocasiones terminan por lastimar terriblemente la autoestima de quienes los reciben, así que no tendrían razón de ser cuando buscan hacer énfasis en un rasgo de cualquier individuo, ya que a veces se utilizan con el afán de molestar si se emplea ese tono que pretende hacer daño.

En lo personal, siempre he estado en contra de esos apodos ofensivos, con los que se busca dañar la autoestima de quien involuntariamente los recibe, por lo que, si acaso, estaría a favor de esos sobrenombres con los que se pueden resaltar las cualidades que todos tenemos y que nos distinguen de los demás por esos rasgos positivos que saltan a la vista.

Si embargo, cuando esos apodos se utilizan con la intención de molestar u ofender, para dañar la autoestima de quien los recibe forzadamente, por supuesto que todos deberíamos omitirlos, no propagarlos, ignorarlos para que no se continúe con esa práctica nociva que afecta de manera significativa a quien se le endilgan sin que no siempre pueda protestar pues en ocasiones si lo hace resulta contraproducente, ya que quien lo promueve lo remarca para causar un impacto negativo mayor, así que, por favor, evitemos el uso de esos sobrenombres que no abonan a la buena relación que debe reinar en todos los ámbitos de la vida cotidiana.

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