El canto de una piedra se derrama
en la luna incipiente del otoño.
Ay de mis hojas negras,
ay de mi lluvia triste.
Nacido en el beso de las aguas
con el filo de los acantilados...
se llena de la brisa,
se viste con las lágrimas.
En la sombra sutil de los aleros
es silueta de espejo que refleja
el perfil de los senos amorosos
en el viejo dintel de la ventana.
Se anuda en el recuerdo,
ocaso que cintila
en las negras pupilas de otro tiempo,
en las gotas nocturnas de la rosa.
Ay de mi rosa triste,
de mi aurora que sangra su partida.
Resuena a contravoz en los guijarros
cuando el agua acaricia su locura
y penetra el oído,
la penumbra, la pátina, la hierba...
Ay, de mis notas tristes,
de mis sueños bogando en una barca.
El canto de una piedra sabe a llanto,
a salitre en el alma de la herida,
a soledad de noche aletargada,
a sonrisa fugaz que se refleja
en el agua que corre
persiguiendo la sombra de un velero
en los mares de un viejo calendario