
LAS PELONAS DESDE AFUERA POR: DALILA RIVAS CORONEL
La vestimenta de mi abuela fue estrictamente negra durante dos años, los mismos que transcurrieron después de que enviudó, lo mínimamente reglamentario según lo dicta el protocolo oficial del luto, que por cierto yo no sabía que existía. Su matrimonio duró más de cinco décadas, de tal forma que haber perdido a su pareja resultó un duro golpe, no solo en lo sentimental sino en toda su estructura de vida. Una tarde por ejemplo, regresó a casa y se encerró llorando en su habitación, del otro lado de la puerta yo escuchaba como le pedía perdón a mi abuelo por haberse cortado el cabello, en vida él jamás le habría permitido tal cosa. Sin embargo, esa pequeña acción fue muy significativa para ella, fue un acto emancipador, como lo fue para muchas otras mujeres hace cien años.
Le cuento, hubo una vez un país en el que ser mujer y llevar el cabello corto era sinónimo de moral ligera y rebeldía desmedida, era además, exponerse al escrutinio y el escarnio público. Eran los años veinte en el México posrevolucionario, se vibraba la agitación social, no solo por la revuelta bélica, ya que se libraban muchas otras revueltas, una en particular se fortalecería con el tiempo, la de las pelonas.
Las quejas eran variadas, que si habían perdido la femineidad o que si no quedaba claro si eran hombres o mujeres. A muchos hombres les pareció francamente incómodo, pero ya no había marcha atrás, la liberación del corsé, la sustitución del flapper (vestido corto con holanes) por el incómodo vestido largo hasta los tobillos y la cabellera corta, pasaba de ser una simple moda a la significación misma de la liberación, de la rebeldía y la emancipación, era en cierto modo el aspecto físico de un nuevo movimiento social llamado feminismo.
Pero llevar a cuestas el espíritu de la modernidad en tiempos de un rancio conservadurismo, resultaba una afrenta al tradicionalismo mexicano, así que los machos agresores asumieron el deber moral de "reivindicarlas". Los enemigos del pelo corto comenzaron entonces a llamarlas despectivamente "pelonas". Y, si el título hubiera quedado nada más en el sobrenombre, tal vez el asunto no sería digno de ser narrado, pero del insulto pasaron a las agresiones.
Las chicas perdieron la tranquilidad, no podían siquiera caminar por el centro de la ciudad sin que los jóvenes las persiguieran para burlarse de su aspecto. Les arrojaban agua, las tomaban del brazo, y bruscamente las sentaban en una silla para despiadadamente cortarles el cabello a tijeretazos, quedando doblemente pelonas. Sin embargo, lejos de doblegarse, aquellas jóvenes decidieron resistir, y a fuerza de tenacidad, lograron sobrevivir sin regresar a las trenzas del pasado. Mucho les ayudó que los gobiernos posrrevolucionarios promovieran la imagen de una mujer distinta, acorde con los nuevos tiempos, desterrando el pasado porfiriano. A la vuelta de unos pocos años, mujeres como Hermila Galindo, Antonieta Rivas Mercado, Nahui Olin, entre muchas otras enarbolarían la bandera de la lucha feminista. El corte de cabello fue, visto a la distancia, una simpleza, una nimiedad, las verdaderas exigencias vendrían a posteriori. El derecho al voto, a la educación, a salarios justos e igualitarios, a la libertad sexual, etc. Las pelonas están más vigentes que nunca, su lucha continúa porque las agresiones no cesan. Hoy, se les golpea, se les quema, se les viola, se les desaparece, se les mata. Lo que antes fue el deseo de llevar el cabello corto, hoy es el deseo de llegar viva a casa.
Dedicado a todas las valientes pelonas de mi vida, con especial cariño a mi abuela Lucía, la pelona más hermosa.
@dalovska