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LETRAS DURANGUEÑAS

Diderot más allá del mar

Diderot más allá del mar

Diderot más allá del mar

ÓSCAR JIMÉNEZ LUNA

Le había interesado la Encyclopédie desde que la descubrió en el fondo de origen de la biblioteca donde trabajaba, dos décadas atrás. La tenían en el área reservada, como era de rigor, en la parte de abajo, casi inadvertida entre las tinieblas medio desvanecidas del sótano, junto a otros siete mil volúmenes que muy esporádicamente consultaban los dos o tres historiadores a los que les picaba la curiosidad por la colección. De hecho yo recuerdo que tenía una ficha catalográfica tan modesta como la que le habían dedicado al Álgebra de Baldor, en la sala general. Ahí estaba, en su encuadernación espléndida con las bellas tonalidades del oro viejo en sus lomos, en la noche eterna de un planeta distante. Sola y su alma. Hasta que cayó en las manos de Virgilio.

Podíamos sentirnos halagados de contar con la primera edición, datada de los años que van de 1751 a 1772, la salida de las prensas parisinas bajo la coordinación de Diderot y D'Alembert. La de Guadiana había pertenecido al historiador decimonónico José Fernando Ramírez, ameritado bibliófilo y bibliógrafo, que un mal día aceptó prestar sus servicios al imperio de Maximiliano de Habsburgo, lo que al posterior triunfo republicano de Benito Juárez, le costaría la ruina y el destierro en la ciudad de Bonn, acusado de traidor a la patria. Tiempo después, sólo sus huesos pudieron regresar a México.

Así que una vez ya limpia la Encyclopédie, la atendimos con un registro especializado, como el tesoro patrimonial que representaba para la comunidad de Guadiana. "Pobre del pueblo que no cuide su herencia", me gustaba repetir en las charlas públicas sobre el tema a las que me invitaban de vez en cuando.

Durante el proceso de reubicación, se contaron los diecisiete libros de texto y los once de planos y gráficas. Virgilio escogió, para leerlos con más calma y esfuerzo y apoyado por el diccionario francés-español, algunos artículos de diversa temática. Un lustro después había conseguido un libro con las traducciones al castellano con varios textos, lo que le permitió completar su lista: "Bibliomanía" y "Optimismo", de D?Alembert; "Arte", "Centauro", "Cerveza", "Chocolate" y "Voluntad de Dios", de Diderot; "Música", de Rousseau; "Fantasía" y "Felicidad", de Voltaire.

Pasaba mis apuntes en la computadora. Los engargolaba y los llevaba a todas partes. Les ponía algún comentario en las márgenes de las hojas, signos de interrogación cuando no comprendía y las señales de clv o exc, según la importancia que les concedía a las partes subrayadas. Pero lo que más me causaba admiración, además de la base erudita que las animaba, era la libertad con la que estaban escritos. Parecía que a los autores no los estaba viendo nadie, ni el sacerdote ni el policía, o al contrario, que lo escrito iba dirigido a un auditorio abierto a todas las ideas, como si al fin el hombre de Neanderthal -eso pensaba- hubiera sido llamado a otra categoría, a la orilla misma de la civilización. Virgilio los releía en una banca de las Alamedas de la ciudad, convencido y cada vez con mayor atención.

Una tarde no quedó muy seguro de haber entendido bien las diferentes versiones sobre la voluntad divina. Diderot desplegaba algunas fuentes, y al parecer el punto clave era si todos los hombres estaban dotados de la gracia para su salvación. Por un lado Jesucristo había venido para salvarnos a todos, pero por otro -citaba el enciclopedista a San Buenaventura y Escoto- sólo alcanzarían la gloria quienes tuvieran esa gracia. "¿Yo estoy afuera o adentro?", se preguntaba Virgilio.

Así había ocurrido todo aquello y así se lo había contado al célebre profesor Chevalier la mañana templada de septiembre del año 2014, en la ciudad de Zaragoza, durante un intermedio del Primer Congreso del Libro Medieval y Moderno. Conversamos un buen rato

-recuerda Virgilio-, mientras apenas se escuchaba el barullo de la conferencia siguiente. Compartían un entusiasmo de años sin haberse visto nunca. Por las ventanas se extendía la ciudad universitaria, ya con los vuelos ocres de las hojas del otoño. Hablamos pues durante más de dos horas, hasta que cerró la primera jornada de las ponencias. Repasamos algunas de las argucias de que se valió Diderot para llegar a publicar la obra completa, burlando al Rey y al Papa, por igual. Volvimos a la gran aventura editorial de todos las épocas. Y a la decepción y amargura final del memorable philosophe de Langres.

De traje gris obscuro, la elegancia personificada, el hispanista francés de semblante a la vez serio y amable le entregó una tarjeta de presentación que completó al reverso con la pluma. Desconcertado y reflexivo, tratando de reconocer a Virgilio a través del tiempo, con cierta gravedad emocionada y como si esa fuera la verdadera cita que les había reservado el destino en España, le dijo: -Búsqueme hoy a las siete en el bar del hotel. Tengo algo más importante que contarle.

(Inicio de la novela del mismo nombre, que será presentada el próximo 20 de mayo a las 18:30 horas, en el Instituto de Bellas Artes de la UJED).

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