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LETRAS DURANGUEÑAS

En el cumpleaños de Mafalda

En el cumpleaños de Mafalda

En el cumpleaños de Mafalda

ÓSCAR JIMÉNEZ LUNA

Semanas atrás cumplió sesenta años. Si fuera mexicana habría llegado a la tercera edad ya sería candidata a su pensión gubernamental Quién lo diría. Pero su lucidez, sus ocurrencias, no tienen una sola arruga. Sigue siendo una niña sabia. Vale la pena, por lo mismo, subrayar su gran aportación a la cultura popular del mundo, ese mundo que le dolía tanto. Ella era parte de las conversaciones cotidianas para mi generación ¿lo sigue siendo? Se celebraba su agudeza, la solución exacta que le daba a una situación determinada, a la vez que dejaba en el aire cierta profundidad en lo dicho. La frase que crece y que busca otros horizontes. Mafalda, la inteligencia que se hace verbo en la sorpresa alegre. Como un acto de magia... de buen humor.

Hace unos años me invitaron a impartir una conferencia sobre esta figura ya icónica de la cultura universal. Acepté, sin ser un especialista en el tema. Mi experiencia se limitaba a ser un admirador más de Mafalda desde hacía varias décadas. Me tocó, de hecho, su mejor momento en México, allá por los setentas, si bien en Argentina su fama se remontaba de poco tiempo atrás. Pero hablar de ella siempre resultaba un buen motivo para la animación compartida.

Así que titulé mi charla "Alegrías y filosofías de Mafalda", de plano para otorgarle una categoría superior.

La ponencia tuvo lugar en la Biblioteca Pública Central, dentro del Festival Internacional Revueltas, que aquel año contaba con la presencia de algunos artistas argentinos; de ahí la petición acerca de la niña sabia. Me sorprendió, al inicio del evento, que poco a poco iban llegando al recinto fieles seguidores de Mafalda, casi todos adultos, aunque también había pocos jóvenes y algunos niños acompañando a sus papás.

Confirmé que estábamos ante un gran cariño de época, una especie de cofradía amistosa alrededor de esa fuente de simpatías. Recordamos, luego de repasar los orígenes de la reconocida tira de dibujos, subrayando la trayectoria de Quino, el gran hacedor -como sabemos- parte de las ocurrencias que nos provocaban la risa, uno de los elementos que caracterizan lo verdaderamente humano, según Bergson.

Trajimos a cuento, pues, cuando Miguelito le dice a Mafalda que por qué no se arreglan con Air France, ya que el hermanito de Mafalda ¡se está tardando mucho en su llegada de París!; Y, más adelante, la propia niña le contesta que para qué apresuran el arribo del hermanito si los bebés no tienen ninguna necesidad de ganar tiempo, ¡ya que no hacen nada en todo el día! En otra escena en la playa, al ver a un matrimonio mayor, acabada y obesa la pareja, Mafalda les dice a sus padres: "¡Nunca sean como dentro de unos años! ¡¡Nunca!! Ahí cerca el papá le pide a la todavía muy pequeña Guille que traiga su balde y la palita para construir en la arena un castillo con todo y rey (el mundo de la fantasía es irrenunciable para los niños, seguramente supone el papá). Pero la respuesta de Guille es más práctica, contundente, casi cruel, más acorde con los tiempos modernos: "No puedo trédteloz pada estupideces. Estoy haciendo depadtamentoz (y a unos pasos se levantan dos flamantes edificios de arena).

¿Y la secuencia aquella en la que la niña ve a su madre planchando la ropa, aseando la casa, lavando los platos, y le pregunta con genuino interés: "Mamá ¿qué te gustaría ser si vivieras? O la otra en la que, ya muy de noche, despierta a sus padres para interrogarlos sobre si su papá fue el primer novio de su madre, ante el enojo de ellos por no dejarlos dormir. Al ratito, ya sin la niña en la recámara, se oye la voz fuerte del señor: ¡¡¿En quién estás pensando, vos?!!

E irremediablemente tengo que contar -y no dejo de reconocer que tiene su dosis inhumana- aquella escena en que la mamá le dice a Guille que su amiga, una señora exageradamente gordita, le está pidiendo un besito a la niña. Se lo da, mientras se imagina que un enorme hipopótamo se inclina para recibirlo. Luego la señora exclama feliz: "¡Qué amor! ¡Se nota que es tan cariñoso!"

Cierro este breve recuento con la secuencia -una de mis favoritas, puesto que sin darme cuenta es la que repito de vez en vez en mis clases y cursos literarios- en la que Mafalda ve por la ventanilla del tren la pobre condición de un caserío algo lejano. Con esa sensibilidad tan suya, y que aparece en numerosos momentos de su vida, la niña le dice a su padre que qué pueblecito tan miserable. La respuesta de su papá, es significativamente elocuente, filtrada por otra edad en la que el sentimiento a flor de piel se va rindiendo sin remedio: "Miserable no, pintoresco, pintoresco".

Quino, el verdadero padre de la querida niña, falleció hace algunos años. Y uno no deja de agradecerle su valioso y bello legado. Gracias, Mafalda, por hacer un poco más amable esta vida.

Escrito en: letras durangueñas escritos Durango Mafalda, niña, poco, dice

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