
Dolores del Río en Hollywood
Cuando Dolores Asúnsolo López Negrete de Martínez del Río llegó a los Estados Unidos en el año de 1925 Hollywood ya era más que una promesa cinematográfica.
A treinta años de la invención del cine en París, la casa de los sueños era entonces una referencia en el entretenimiento para todo el mundo.
Fue una industria que creció rápidamente, gracias al motor del comercio de la diversión. Sin embargo, se iría descubriendo que también el arte contaba. Se buscaron cada vez mejores historias, donde cabría asimismo la presencia latina. Po ello, vale la pena volver a contar, así sea brevemente, la trayectoria de la célebre actriz nacida en Durango el 3 de agosto de 1904.
En un festejo social el director de cine Edwin Carewe cambió la existencia de Dolores. La vio bailar, interpretar algunas piezas musicales que resaltaban la gracia y la belleza de la joven esposa de Jaime Martínez del Río. Les propuso lo impensable para las personas de su clase: hacer de la hermosa y talentosa mexicana una estrella en Hollywood, ni más ni menos una especie de Rodolfo Valentino femenino. Dos factores fundamentales -de acuerdo a sus biógrafos- coincidieron para que la pareja decidiera aceptar poco después la propuesta: la inclinación algo más abierta de Jaime Martínez del Río respecto al rol que debería jugar la mujer moderna y, como se anticipó, la preocupante situación por la que pasaba el matrimonio.
Como Pigmalion, aquel escultor de la antigüedad griega que fue afirmando su amor por la escultura que iban modelando sus manos, Carewe logró hacer de su descubrimiento una realidad a la altura de su proyecto artístico, al tiempo que se ilusionaba con la mujer que estaba promoviendo.
Todo seguía puntualmente un plan cuidadosamente premeditado: pulir una joya y acabar en un matrimonio. Más allá de los problemas íntimos de la pareja, aunados a la voluntad de Dolores por triunfar en la pantalla, finalmente se dio el divorcio que tanto afectó a Martínez del Río. De hecho, la fama que empezó a rodear a su esposa, junto al gradual pero constante éxito económico de la actriz, desató en él los celos amorosos (le era visible el interés sentimental de Carewe) y profesionales. Ya dependía de ella, casi por completo. Luego de siete años, se separaron, lo que agravó la salud del hombre que impulsó los sueños de su bella compañera y a la que nunca dejó de adorar. Su esmerada educación, la claridad de su entendimiento y la nobleza de su corazón, le impulsó a escribir un conmovedor testimonio en el que transparentaba todo su dolor:
"...Dolores ha sabido colmarme de felicidad. Ha sido una esposa admirable, y tengo por tanto con ella una deuda de gratitud. Si ya no puede encontrar la felicidad a mi lado, lo menos que puedo yo hacer, en pago de esa deuda, es dejar que ella siga libremente el camino que considere le traerá mejor dicha. Conozco bien sus principio e ideales, y estoy seguro de que habrá dado este paso tras larga meditación (...) Las personas que desconocen el medio social de Hollywood no comprenderán fácilmente las razones de nuestra separación. Una estrella de la magnitud de Dolores en Hollywood es una persona de grandísima importancia, que está, por lo tanto, rodeada de una infinidad de aduladores. El marido de la estrella, en cambio, es un elemento modesto a quien sin embargo es preciso tratar (...) el interés se reconcentra en la estrella. Y a medida que aumenta su éxito, disminuye la importancia del marido, quien poco a poco va perdiendo toda personalidad y convirtiéndose en una especie de fantasmón. Dolores, dicho sea en honor a la verdad, hizo cuanto estaba de su parte por resguardar mi amor propio, esforzándose siempre en darme el lugar que me correspondía; pero la batalla estaba perdida de antemano. Yo no me sentía feliz en aquel ambiente y Dolores lo comprendía".
Jaime Martínez de Río falleció en diciembre de 1928. Tenía 41 años. Edwin Carewe nunca se casó con la actriz. Ella entonces decidió llamándose Dolores Del Rio (así a la anglosajona, con mayúscula inicial en el "Del" y sin acento, apellido que al uso los productores y periodistas fueron cambiando más tarde).
Dolores del Río filmó en su primera etapa alrededor de treinta películas en Estados Unidos, entre las que destacan: "Joanna" o "La muñequita millonaria", "El precio de la gloria", "Resurrección", "Ramona", "La virgen del Amazonas", "Ave del paraíso" y "Volando a Río". Algunas de estos filmes fueron notables éxitos de taquilla, e incluso han alcanzado la categoría de clásicos, según la crítica especializada. En su hora Hollywood convirtió a Dolores del Río, como ya tantas veces se ha dicho y con toda razón, en la actriz latina más reconocida del mundo. A las fiestas en su lujosa residencia, "estilo mexicano", acudía lo más representativo de la Meca del Cine, entro otros Charles Chaplin, Marlene Dietrich, Gary Cooper, entre otras luminarias.
Fue el tiempo en que conoció a quien luego sería su segundo marido, el también director de arte CedricGibbons, que igualmente le tenía a la estrella una intensa devoción. Pero el amor solamente es eterno, mientras dura, reza la sentencia del poeta. Por un lapso breve los sentimientos amorosos de la diva serán para uno de los genios más aclamados del celuloide, Orson Wells. Una historia que todavía espera su propia película.