
Leyendas duranguenses: el alacrán de la cárcel y la celda de la muerte
En las entrañas de Durango circula una de esas historias capaces de estremecer al más escéptico: la leyenda de El Alacrán de la Cárcel y su osadía en la célebre Celda de la Muerte. Esta crónica, mitad terrorífica, mitad epopeya popular, ha sobrevivido al paso del tiempo en las voces de quienes la narran en la región.
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Un joven intrépido y un destino trágico
La historia comienza en 1884, en la Hacienda de Cacaria, hoy ejido de Nicolás Bravo. Allí vivía una familia numerosa cuyo hijo Juan, apodado “Juan sin Miedo”, se ganó fama desde niño por su valentía. Se decía que montaba toros bravos, enfrentaba perros rabiosos y hasta escalaba campanarios para robar huevos de golondrinas.
Un día, un perro rabioso se introdujo en la hacienda y, en un acto impulsivo para proteger a los habitantes, Juan disparó desde una ventana, acabando por accidente con la vida de una mujer llamada Elvira. En la disputa posterior con el perro, Juan lo asesinó con un hacha, pero fue acusado de homicidio imprudencial. Fue encarcelado en Canatlán primero, y luego trasladado al penal de Durango.
Aunque condenado por veinte años, Juan logró ganarse el respeto de sus compañeros y guardias. Su conducta era ejemplar y se ganó aprecio dentro de la prisión.
La leyenda de “la celda de la muerte”
Dentro del penal circulaba el rumor de un calabozo especial de castigo, la llamada Celda de la Muerte. En ese oscuro aposento, los reos debían pasar tres días sin alimento alguno. Muchos contaban que quienes salían de ella aparecían inconscientes o muertos.
Según la leyenda, el poderoso Palemón, hijo del dueño de la hacienda que aspiraba casarse con Lupe, la prometida de Juan, influenció para que Juan fuera enviado precisamente a esa celda mortal. Gracias a su popularidad dentro del penal, los custodios le permitieron ingresar al calabozo con una caja de cerillos, una docena de velas y un banco.
Durante la noche, Juan prendió las velas y permaneció despierto. Cuando estaba por agotar sus recursos, encendió su última vela y descubrió un gigantesco alacrán de cerca de 30 cm adherido a la pared. Con temple, capturó al artrópodo con su sombrero y lo retuvo como prueba de que estaba vivo.
Al amanecer, los celadores fueron por su cuerpo, pero lo hallaron despierto y vivo, con el alacrán en su sombrero. Sorprendidos, mandaron el insecto al Museo Nacional de Historia Natural en Ciudad de México. Y por si fuera poco, Juan fue liberado.
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Entre la historia y el mito
Los datos reales sobre su existencia son escasos, sin embargo, el famoso alacrán en el túnel de minería cuenta otra cosa. En Durango se respira todavía ese relato, en largas ches, en fogatas donde recuerdan que ni la celda más oscura pudo abatir al espíritu de quien se negó a ser vencido.