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LETRAS DURANGUEÑAS

Mi amiga la tarde

JUAN EMIGDIO PÉREZ

La tarde no tiene a donde ir. Las últimas miradas del sol poniente descansan en el vaivén de sus senos. Está sola, en esa soledad de la calle en silencio. La invito a caminar, también estoy solo. Sonríe y dice, claro que sí. ¡Vámonos a pasear! Somos amigos, no será la primera vez que lo hacemos.

Caminamos por el Corredor Constitución, ella va sonriente, su presencia llena de entusiasmo a los paseantes. La miran, la piropean, ella sonríe y de manera sensual acomoda su larga y dorada cabellera. Qué bien que me invitaste, estaba aburrida. ¡Tengo deseos de una paleta! Mira ahí está una nevería. Llegamos, nuestros ojos repasan el abundante surtido. ¡Se me antojan todas! No me decido por cual sabor. Te recomiendo una paleta japonesa ¿japonesa? Sí, así se llaman. ¡Ya las has probado? Sí. Son las paletas de mi infancia. ¡Qué sabrosas!

Con nuestra paleta en la mano caminamos entre la gente. El tiempo en silencio nos rebaza sin darnos cuenta. ¡Se hace tarde! Tengo que irme. ¡Espera! «Espera un poco, un poquito más». El ambiente es muy agradable, hay grupos musicales, esculturas humanas, juegos de magia. ¡No! ¡No puedo quedarme! ¡Por favor, compréndeme! Se suelta de mi mano y se va por el atrio de la Catedral. Veo como la esbelta silueta de alpinista asciende hasta las torres, las campanas aplauden su llegada. Con los últimos rayos de sol me dice adiós. En lo alto agita su mano como si fueran indetenibles aleteos de palomas que encuentran la libertad y se alejan.

Con la claridad que antecede a la noche, tristón y pensativo me siento en una banca de la plaza de armas. Los niños juegan con globos y rehiletes de encendidos colores, como si fueran pétalos los reparten al viento, otros conversan con la inquieta mascota canina. Huele a elotes y buñuelos, me transporto a los días de mi infancia, cuando jugaba en esta plaza y en la cafetería Excélsior, mi madre me compraba mi paleta los domingos. Me confundo entre los niños, reímos, corremos, gritamos, mientras los acordes de violines, flautas y platillos, de una banda de música, en silencio, retumban en mis oídos.

Ahora cuando he avanzado buen trecho en la ruta del tiempo, él se da cuenta que ir a la escuela es el primer compromiso formal que se adquiere en la infancia. Se han quedado en los primitivos rescoldos de la memoria, aquellos momentos donde pudo ver que para algunos niños el separarse de sus padres, solo por un rato, representa el desamparo de lo más amado, su madre, y significa recibir un cruel e inmerecido castigo. La forma de protestar ante esta acción incomprendida es con llanto, brincos y pataleos. Se aferran fuertemente a las piernas de la madre para que no los abandone en ese lugar desconocido, en ese lugar donde cierran las puertas y nadie puede salir. En cambio para otros que si desean llegar a ese lugar motivados por la curiosidad de conocerlo y descubrir lo que hay en su interior, es motivo de contento.

Escrito en: letras durangueñas Durango escritos paleta, mano, lugar, tarde

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