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LETRAS DURANGUEÑAS

Mi otra voz

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JUAN EMIGDIO PÉREZ OLVERA

Ese día miércoles de marzo, había ido a la Universidad a recibir mi cheque como catedrático de la Facultad de Contaduría y Administración. Después de firmar la nómina me dediqué a pasear por los soleados pasillos, miré como abrazan las canteras centenarias el jardín de tupidos rosales y esbeltas palmeras. Sus tallos se elevan como brazos lujuriosos que desean cosquillear el ombligo de las nubes. Generosas abanican las esculturas de tres personajes históricos. El frescor de tierra húmeda, el trinar de pájaros y el caminar de las palomas, unidos al tañer de la campana de la torre, me embriagaron con el imprevisto perfume de una joven, que sonriente salió de una oficina.

Embebido en el jardín coronado de arcos, empecé a recibir imágenes mentales de algunas vivencias, que me visitaron de manera imprevista. Me transportaron a mis días de estudiante desde secundaria hasta profesional. Cada etapa fue pasando como relámpagos de cortometrajes, que alteraban mi respiración. Volví a ser el joven actor que filmaba en presente continuo, para cumplir una meta de estudios, que a su vez abría otra meta, hasta alcanzar el examen profesional en el aula magna. Volví a recorrer los pasillos siguiendo a los sinodales con el ritmo de la campana, hasta cruzar el umbral del aula y leer sobre el dintel el mensaje Virtuti et merito, al cual me sentía merecedor, después de alegres y angustiosos años de estudio. Complacido de la emotiva visita a mi Alma Mater, me dirigí al banco a cambiar mi cheque.

Cuando se agotó la concurrida fila para llegar a las cajas, salí y me fui a sentar a una banca de la Plaza, junto al puesto del bolero que está en la esquina de las calles Constitución y 5 de febrero. Era una mañana cálida, rebosante de sol. El reloj de catedral marcaba las doce con trece minutos. Las parvadas de palomas se arremolinaban en torno a la fuente y otras volaban para posarse en las canteras del edificio bancario. Estaba sentado en el extremo de la banca contemplando la fila para el cajero y el movimiento de personas que entraban y salían del banco, algunas se iban caminando, otras se reunían con su familia que las esperaba, en eso llegó un joven y ocupó en la banca el lugar que había dejado una pareja.

Mi espíritu descansa en medio de este espectáculo diario de nuestra plaza de armas, ¿Por qué este nombre de plaza de armas? En tiempos del virreinato se le llamaba plaza mayor, pero con el tiempo fue el lugar donde se reunían las tropas para salir a guerrear. Por eso se le llama plaza de armas. Aquí en Durango, este sitio fue ocupado por varios ejércitos: el de los liberales, los conservadores, los franceses, después los revolucionarios y finalmente por los estudiantes cuando el movimiento del Cerro de Mercado en 1966. Aquí se hacían los mítines y los estudiantes nos reuníamos por la noche, para salir en autobuses y hacer guardia en el Cerro de Mercado. Los días más notorios eran los jueves y domingos que había serenata. Los jóvenes caminábamos en círculo: por el lado interior iban las muchachas y por el lado de la calle los muchachos. Caminábamos en sentido contrario, para saludarnos y sonreír cada vez que dábamos la vuelta; mientras las riquillos circulaban en sus automóviles a vuelta de rueda, por eso a los que iban lentos en las calles les gritaban «¡Parece que vas en la plaza!» y les sonaban varias veces con el claxon, para que avanzaran más rápido.

Cuando terminó el movimiento se acabaron los paseos en la plaza de armas y también las serenatas. Ahora los jueves y domingos solo hay olor a elotes, buñuelos, atoles y penetrantes humaredas de hamburguesas. A ellos se unen vendedores de globos, enmielados, papitas, churros, algodones de azúcar y artesanías. Mientras mi pensamiento vagaba en el tiempo, el joven recién llegado permanecía en silencio. Pero me atrajo su modo de vestir pasado de moda. Vestía con pantalón acampanado, larga cabellera de los años setenta y zapatos café de plataforma recién lustrados. En verdad sorprendía con su vestir muy diferente a la época actual. En un momento el joven buscó en la bolsa de su pantalón y sacó un recibo de nómina de la Universidad Juárez. Me entró la curiosidad y le pregunté

-¿Disculpe, usted da clases en la Universidad? Veo que trae un recibo de nómina.

-Si. Hoy vine a cobrar. Tengo poco tiempo dando clases en la Escuela de Contaduría y Administración. Veía que la fecha era de marzo de 1976.

-¡Ah caramba! Es una fecha muy atrasada. Estamos en 2016

Escrito en: letras durangueñas Durango escritos plaza, joven, iban, movimiento

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