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Ciudad de las artes

Por Fernando Andrade Cancino

De errores de trascripción y “elefantes blancos”

Respondí en esta columna, la semana pasada, a la pregunta: ¿Cuáles son los obstáculos que impiden la resolución, desde la administración pública, de los problemas de urbanismo, arquitectura y diseño moderno? Con la siguiente respuesta: Debemos distinguir entre equipos de trabajo integrados por administradores públicos, urbanistas, ingenieros, etc., que resultan ineficaces porque el jefe y su personal de confianza son incapaces de colaborar, y los equipos en los que el jefe y sus colaboradores han sido seleccionados por su conocimiento, por su entendimiento de otras esferas de interés y su habilidad para colaborar confiriendo a cada miembro una determinada influencia en función de su conocimiento, evitando respuestas de excesiva suficiencia de gentes que actúan con insuficiente información. Pero el duende se comió un importante renglón (aquí en negritas), alterando el sentido del párrafo. Así que hecha la aclaración, dedico el espacio restante a mencionar algunas aberraciones urbano-arquitectónicas de las que podemos ser testigos en nuestra ciudad, resultantes de obras públicas y privadas fallidas, debido a que quienes las realizaron fueron incapaces de trabajar en equipo, a su falta de conocimiento, excesiva suficiencia e insuficiente información, y a las consabidas presiones políticas, personales y sociales que se suelen enfrentar.

El Mercado Gómez Palacio, construido en 1898, fue “remodelado” en la década de los sesentas, para hacer que el tradicional tianguis -que estuvo rodeado, al centro del inmueble, de una balaustrada de cantera finamente tallada, que se destruyó junto a los portales interiores y el cuerpo original del edificio (por la calle de Patoni, para hacer una entrada de mercancía y salida de basura)-, decía que fue “remodelado” para reemplazar el tianguis por un moderno edificio que resultó una aberración arquitectónica, pues se incrustó diagonalmente al cuadrado de la traza original. Este mercado, poco tiempo después, y ante la falta de estacionamientos y la creación de los primeros supermercados en Durango, vio disminuir drásticamente sus ventas. El segundo piso, el de las fondas, fue convertido en una enorme cantina y lupanar disfrazado, y su tianguis casi desaparece, al menos en la venta de comestibles, frutas y legumbres, reduciéndose en parte a la venta de artesanías, como los famosos ceniceros con alacranes. Descontextualizado, sin estacionamiento, el Mercado Gómez Palacio es un “elefante blanco” embrollado en medio de una complicada red de intereses entre locatarios. El “Mercadito”, ubicado en la calle Independencia, por lo cual lleva ese nombre, construido en 1962, nunca fue ocupado en su totalidad, de modo que los espacios disponibles se usaron como oficinas de la Policía Municipal, celdas, estación de Bomberos, bodegas, módulo de Sideapa y quién sabe cuánta cosa más; a excepción de unos cuantos locales, lo que menos ha sido es mercado de comestibles, lo que habla de lo desatinado de esta construcción que nació fuera de contexto. Lo mismo pasó con el Mercado de Analco, edificado en 1989, el cual se encuentra ocupado en tan sólo el 15%, con pocos clientes, más ahora que ante la falta de estacionamiento gratis en las calles del centro de la ciudad, muchos automovilistas acuden a estacionarse sobre las calles del viejo barrio, impidiendo el fácil acceso a este bello “elefante blanco”. Otro enorme mercado, construido por un particular en la calle de Nazas, Plaza Fortuna, está semiabandonado y sólo el 5% de sus locales ocupados. Inversiones costosas, esfuerzos conmovedores, resultados deplorables.

Durango, Dgo., 8 de junio de 2003.

Escrito en: falta, construido, conocimiento,, Mercado

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