Por: Julieta Hernández Camargo
En Durango sí hay mujeres y muchas de ellas, al igual que yo, contrajimos matrimonio con “La epístola de Melchor Ocampo”, carta escrita por Melchor Ocampo en 1859 y leída en los matrimonios civiles, en algunos estados de la República hasta épocas recientes, para tal afirmación me baso en que en 2001 el Partido de la Revolución Democrática (PRD) convocó a un concurso en busca de cambiar el documento.
En Durango está en desuso desde hace aproximadamente 12 años, según nos informó la Lic. Josefina González, de la Oficialía 21, coincido con la Lic. Manuela Maldonado Bueno, de la número 26, en que en la actualidad se ofrece un mensaje a los contrayentes relacionado éste con los fines del matrimonio pero contemplando la igualdad entre hombres y mujeres.
Hace 28 años, cuando yo contraje matrimonio y tal vez algunas de mis lecturas también se leía y como curiosidad histórica anexo algunos párrafos:
Declaro en nombre de la ley y de la sociedad, que quedan ustedes unidos en legítimo matrimonio con todos los derechos y prerrogativas que la ley otorga y con las obligaciones que impone, y manifiesto: “que éste es el único medio moral de fundar la familia, de conservar la especie y de suplir las imperfecciones del individuo que no puede bastarse a sí mismo para llegar a la perfección del género humano. Éste no existe en la persona sola sino en la dualidad conyugal. Los casados deben ser y serán sagrados el uno para el otro, aún más de lo que es cada uno para sí. El hombre cuyas dotes sexuales son principalmente el valor y la fuerza, debe dar y dará a la mujer protección, alimento y dirección, tratándola siempre como a la parte más delicada, sensible y fina de sí mismo, y con la magnanimidad y benevolencia generosa que el fuerte debe al débil, esencialmente cuando este débil se entrega a él, y cuando por la sociedad se le ha confiado.
La mujer, cuyas principales dotes son la abnegación, la belleza, la compasión, la perspicacia y la ternura, debe dar y dará al marido obediencia, agrado, asistencia, consuelo y consejo, tratándolo siempre con la veneración que se debe a la persona que nos apoya y defiende, y con la delicadeza de quien no quiere exasperar la parte brusca, irritable y dura de sí misma, propia de su carácter.
Discriminatoria ¿verdad? Lo bueno es que al menos en Durango ya no se lee. Aunque algunas mujeres viven aún las sentencias del texto.