Quien haya leído la más famosa novela de Gustave Flaubert posiblemente llegue a un acuerdo ya casi general: es difícil olvidarla. Por la historia que relata, por supuesto, pero también por la precisión y belleza del lenguaje que la describe. Nada más natural entonces que recordar a Madame Bovary en el día del amor, porque tal es la temática central de sus páginas, representada con verdadera pasión por su célebre protagonista.
El destino sentimental de Emma lo trazan en principio dos elementos clave: su formación profundamente religiosa ("Al atardecer, antes de la oración, se hacía en clase una lectura piadosa. Consistía ésta, durante la semana, en algún resumen de Historia Sagrada o fragmentos de las Conferencias del padre Frayssinous; y, los domingos, en pasajes del Genio del Cristianismo, como solaz. ¡Cómo escuchaba ella, las primeras veces, la sonora lamentación de las melancolías románticas repetidas en todos los ecos de la tierra y de la eternidad"); una intimidad muy sensible que, al pasar de la infancia a la juventud, se transfigura, cambia de objeto devocional, pero conserva la misma fuerza de origen (Michel Tournier la llamó con toda razón "mística asfixiada"); y por otro lado, el cultivo de las letras del corazón en la soledad de su casa, como muchos críticos han apuntado. Lo demás es un cuadro típico de la vida decimonónica.
Una muchacha llena de sueños se casa con un hombre carente de lo que a ella ciertamente le sobra: imaginación poética. Un esposo que encarna la limitación de los sentidos, rutinario, lejos de la intensidad existencial que refleja la colorida ficción artística. Así, apartándose de la estética de Víctor Hugo -su gran maestro- Flaubert escribe la trágica e insoportable realidad del ser. Y para llevar a cabo su trascendente empresa literaria mucho se apoyó en el firme consejo de sus amigos, y en la huella que desde la infancia le había dejado el descubrimiento de los cadáveres que su padre, el doctor Achille Flaubert, diseccionaba en el anfiteatro. La mujer tal cual, sin ropajes sociales; el cuerpo y sus maravillosas contradicciones: voluntad de eternidad y precaria y efímera naturaleza.
La novela de verdad se pega en la memoria, digo. Sobre todo por la composi-ción emocional que la sustenta: el erotismo que irradia junto a una especie de vaivén nostálgico que recorren sus páginas. Pasión y compasión. El dolor y el placer de no poder completarse sino a través de la ilusión literaria. Y después, pasar de los libros al mundo palpable. El pasado vuelto presente vital.
Casada con un buen hombre, la protagonista cree encontrar el amor fuera de casa. Lo supone en primero en Rodolfo -él la busca, sería más justo señalar-, y luego en León. Pronto sus anhelos, su demasiado amor, quemarán sus alas. Y para hacer más compleja la caída, el autor recurre a otra línea argumental definitiva: las deudas que va adquiriendo Emma a cambio de su fino vestuario. ¿No es, por cierto, en la apariencia donde comienza la reinvención de la mujer? La realidad mata, parece decirnos la voz más profunda de la novela.
Sin embargo, es más amplio el campo magnético de la historia. La formación de Charles, sus frustraciones médicas, la ignorada infidelidad de su mujer, el cuidado cariñoso de su hija; recordable también es el farmacéutico Homais y sus conversaciones "cientificistas"; y el triste papel de Justin al final de la obra. Todo sin olvidar -ya se dijo- la magia envolvente de Emma y sus citas apasionadas.
Nada sustituye la lectura personal de la obra. No obstante, para ensanchar los contextos de la misma es útil recurrir a Mario Vargas Llosa -sin duda el mejor guía de esta historia en castellano-; asimismo valgan al respecto los ensayos flaubertianos de Albert Béguin, Roland Barthes y, yendo todavía más a fondo, el largo estudio que le dedicó Jean Paul Sartre.
Y desde luego, sirva la invitación para leer otros libros del novelista francés. Borges prefería "Las tentaciones de San Antonio"; Italo Calvino sus "Tres cuentos"; Octavio Paz "La educación sentimental" y, Vargas Llosa, anotemos nuevamente, el relato inolvidable de "Madame Bovary", obra significativamente acusada ante los tribunales de "delitos de atentado a la moral pública y a las buenas costumbres" de su tiempo. Una vez más, como en tantas otras cuestiones políticas y literarias, estamos de lado del Premio Nobel de literatura 2010 (OJL).