É Rase una vez, en una tierra de fantasía en la que casi todo era posible, un hombre que diario se disfrazaba para trabajar. Se enfundaba en su camisa blanca, obligatoria de acuerdo al reglamento, y abandonaba su hogar hasta no completar la cuota.
Sin embargo no era como la mayoría: el susodicho forma parte de ese selecto grupo de los que deshonran a los demás. No es un taxista como cualquiera; sobre él pesan ya seis denuncias por violación.
"Yo no lo conocía, pero no es raro que pasen esas cosas. Cada que hay juntas yo les digo, pero no se hace nada", me dijo su compañero de oficio durante la breve plática que sostuvimos mientras el taxímetro llegaba a los 32 pesos. El martes, la Fiscalía General del Estado reveló una detención que ya luce escandalosa. Alejandro Pérez Veloz, chofer de transporte público, fue detenido como presunto responsable de abuso sexual en cuando menos cuatro casos. Tras el anuncio de su captura se siguieron acumulando señalamientos y ya lleva seis. Todas lo reconocieron como su atacante.
"Esta canijo, no nos vaya a pasar lo de aquella época cuando la muchacha de la Zarco", continuó con su pesar el taxista, al recordar las agresiones de que fueron parte cuando dos de sus compañeros violaron y asesinaron a la joven Lorena Lira Barragán en la colonia Francisco Zarco.
Son, sin duda, dos de los hechos que en la historia reciente más han marcado al gremio en cuanto a la participación de choferes en hechos delictivos se refiere. Sin embargo, no son los únicos. De hecho, son prácticamente nada -en lo numérico- respecto a la enorme cantidad de irregularidades que rodean a los transportistas de Durango.
"Me tocó ver una muchacha que quién sabe cómo, pero se alcanzó a bajar de un taxi en una esquina, gritando. Eché las luces y luego luego (sic) se subió aquí y ya el otro se fue". La joven descrita le narró a otro taxista su incidente: "se fue haciendo para atrás en el asiento y entre los cambios de velocidades, empezó a tocarme en las piernas".
Ya entonces son cuatro los trabajadores del volante los que me cuentan lo que saben al tiempo que esperan pasaje en el estacionamiento del centro comercial. De las violaciones pasan a los asaltos; de ahí a la venta de droga y terminan platicando de los vínculos con la delincuencia organizada.
Si bien la gran mayoría de los taxistas son personas honestas -de lo cual no me cabe la menor duda- también es cierto que las bases choferiles y sindicatos se han contaminado a niveles difíciles de calcular.
Y no solo quienes caen en alguna conducta delictiva son responsables de ello. ¿Cómo sacar de la responsabilidad a las autoridades, si en los últimos años se han acumulado un sinfín de detalles que no se pueden resolver? "Hay un montón de placas clonadas. Son de vinil y están iguales. Y luego los de transportes que los dejan seguir chambeando", me mencionan en la plática.
"¿Si le digo que hay hasta cuatro taxis trabajando con una misma concesión, me cree?", me cuestiona uno de mis interlocutores. Sorprendido, pido que me explique cómo: no entregan el juego de placas viejo. Activan dos taxis, cada uno con una sola placa. Y le hacen igual con las nuevas láminas. "Quién sabe cómo le hacen", remata.
Hay una caja de Pandora abierta que nadie ha podido controlar. Es tiempo de ponerle un alto al problema o de lo contrario nos seguiremos encontrando delincuentes disfrazados de taxistas entre los miles de vehículos que en Durango sirven para llevarnos con bien, pero que cada vez más frecuentemente nos trasladan al mal.
Twitter: @luizork