Si algún día se me preguntara cuáll es mi estilo de escribir, contestaría que entre irónico y humorista. Por tal razón, mis lecturas tienen que ver mucho con las obras y autores que hacen de la ironía y del humorismo una óptica para observar la vida, como Óscar Wilde, Lord Byron y Cervantes.
Tal es el caso de El Satiricón, obra debida al romano Petronio, quien la escribió según se dice en el año 60 de nuestra era.
El Satiricón es una colección de fragmentos, que se refieren a las aventuras de Encolpio y Ascilo, personajes típicos de una época de las más licenciosas de Roma. Tiene la finalidad de ironizar las costumbres y los valores del momento que vivía Roma (hace falta que alguien ironice la vida de Durango, encontraría filones de oro, para donde quiera que dirigiera la mirada).
Es el Satiricón, tal y como lo dice su prologuista Roberto Mares, una insidiosa crítica a la simulación y a la falta de autenticidad en todos los aspectos de la vida social.
Sus personajes son vulgares y de lenguaje coloquial. Uno de ellos Encolpio, en el inicio de la obra, empieza a contar sus aventuras en una reunión, sin perder el tiempo -dice- en disertaciones eruditas, sino amenizando la charla con anécdotas interesantes y graciosos chascarrillos. De entrada critica las imposturas sacerdotales y las actitudes de los declamadores, cuyo estilo califica de hinchado y ampuloso y a sus frases de vacías, logrando matar la elocuencia al reducirla a una música tonta y vacía, a un estúpido juego de palabras, y reducir los discursos a cuerpos sin nervio y sin alma.
Dentro de la vida de molicie que describe, desde luego que no faltan consejos morales, como cuando se vale de Tántalo que lleva la boca seca y la temblorosa mano al agua fresca y al sabroso e inquietante fruto, pero la codiciada agua huye, lo mismo que el apetitoso fruto, pasándole lo mismo al tacaño rodeado de oro.
Se vale de Safinio, cuando hablaba en el Consejo de ediles, para recomendar pocas palabras, nada de frases, nada de rodeos, ir siempre derecho al bulto y utilizar los tonos más altos como un clarín.
Enseña que no hay que lamentarse demasiado, pues el bien como el mal a todos alcanza y que hay tiempos de reír y otros de llorar, en fin su lectura es recomendable y su precio asequible. (Petronio, El Satiricón, México, Grupo Editorial Tomo 2002).