Libertad y yo hemos estado juntos 11 años. Cuando llegó a mí, tenía las dos alas rotas, estaba demacrada y cubierta de piojos. Decidimos darle una oportunidad en la vida, así que la llevé al veterinario. Desde entonces he estado pendiente. La tenemos en una enorme jaula sin techo, la que llenamos con tiras de periódicos para que ella haga su nido. Yo me sentaba y le hablaba, instándola a vivir, a luchar, mientras ella me miraba con sus grandes ojos color marrón.
Tuvimos que alimentarla de 4-6 semanas a través de un tubo y tomar una difícil decisión- cruzar esa línea entre la tortura y su rehabilitación, donde parecía que la muerte nos iba ganar-: Si en una semana no era capaz de sostenerse de pie por sí misma, se le pondría a dormir para siempre.
No quería ir a la última visita, no soportaba la idea de verla sacrificar; pero fui, cuando entré vi que todos sonreían. Miré su jaula, allí estaba, de pie por su cuenta... una grande y bella águila. Lista para vivir. Lloré, fue un día muy especial.
Sabíamos que no podía volar, así que obtuve un guante de entrenar, una correa para sujetar la pierna del águila con un anillo y fijarlo a una correa en mi mano. Hicimos programas de educación, terminamos en los periódicos, la radio y algunos programas de televisión. En "Se admiten Milagros" se hizo una presentación de nosotros.
En la primavera de 2000, me diagnosticaron linfoma no-Hodgkin. Tuve la etapa 3, por lo que terminé haciendo casi ocho meses de quimioterapia. Cuando me sentí lo suficientemente fuerte, pensé en ir a las montañas para pasear con Libertad. Estaba ansioso por ver su reacción... ¡Cuánto me ayudaba en mi lucha contra el cáncer! En noviembre de 2000, me dijeron que el cáncer ya no existía. Mis martirios y preocupaciones se fueron. Volví para los resultados finales: el cáncer... había desaparecido.
Lo primero que hice fue llevar a Libertad a dar un paseo. Era una mañana con niebla y muy fría. Quería ver si se atrevía a volar aunque fuera un vuelo corto. Juntos, frente a la parte superior de la colina, yo no había dicho ni una palabra, pero de alguna manera ella lo sabía. Me miró y me envolvió con sus inmensas alas hasta donde yo podía sentir su presión y toda su fuerza en mi espalda... ¡envuelto por las alas de el águila!, entonces me tocó la nariz con su pico y se quedó mirándome, quedándose muy tranquila por no sé cuánto tiempo. Emprendió un vuelo corto y regresó a mí... Ese fue un momento mágico.
Amigo lector, no cabe duda, ¡que extraordinaria es la amistad!... esa alianza y unión de afectos que se funda y se soporta en un reciproco dar y recibir cariño, comprensión, respeto, apoyo mutuo y armonía; la que no demanda exigencias ni obligaciones, pero obsequia libertad, lealtad y solidaridad.
Con la certeza que los verdaderos amigos se distinguen en la adversidad, recuerde que: La amistad no se conquista ni se impone, nace del corazón; no se agradece... se corresponde. ¿Usted qué opina? [email protected]