Los celtas, los ancestros de Leonora Carrington, asociaban el caballo con el culto a Epona, la "yegua divina", su mayor deidad ecuestre. Como protectora de los caballos y sus cuidadores, a Epona se le podía ver a veces cabalgando por granjas y tierras agrícolas, en los bosques donde los hombres iban a cazar, o cerca de los establos. Quienes tenían la fortuna de contemplarla decían que era una bella mujer montada en un caballo blanco; en unos relatos jinetea el caballo y en otros se transfigura en él. Epona también cumplía un papel de deidad doméstica, y era adorada como diosa de abundancia y prosperidad.
En la mitología celta, el caballo se relaciona tanto con el sol como con la luna y representa la luz que se opone a la oscuridad, el fiel compañero que conduce al héroe a la otra vida, pero asimismo la pasión juvenil y la fertilidad solar vinculadas con el fuego: el elemento rector de Aries, el signo zodiacal de Carrington (1917-2011). No es gratuito, por ende, que el fuego y el caballo consumaran una alianza armónica a lo largo de la trayectoria de la artista: un elemento alquímico y un animal totémico hermanados en un corpus creativo. La propia Carrington dijo que comenzó a dibujar en las paredes cuando tenía cuatro años: "Todo mundo hacía garabatos. Mi madre solía pintar murales o algo semejante a murales [...] y se parecían a Joan Miró. Yo solía pintar caballos. Me encantaba." La historiadora Susan L. Aberth abunda en el asunto al describir "un cuaderno de dibujo [...] fechado en 1929, cuando [Leonora] tenía doce años, [y] lleno de bocetos a lápiz de caballos en establos y potreros".
En 1937-1938, al cumplir veinte años y mudarse de Londres a París para iniciar su intensa odisea surrealista, Carrington produce "Autorretrato" (La posada del caballo del alba), que Aberth llama "la primera expresión plena de [su] visión personal". Precisamente en esa época Carrington escribe La dama oval, uno de sus ingeniosos relatos alegóricos -empezó a escribirlos a los seis años-, que sería ilustrado con siete collages de Max Ernst y que incluye un caballo blanco de madera llamado Tártaro -muy similar al que se ve en "Autorretrato"- que acaba "sufriendo torturas extremas" a manos del padre de la protagonista. Este animal plasmado en el cuadro y en el cuento es a todas luces una alusión a Epona, una de las presencias tutelares de Carrington y también uno de sus arquetipos femeninos más importantes. Para reforzar el argumento está Lucrecia, la joven heroína del relato, que se convierte en un caballo como si hubiera sido investida con el poder transformador de una deidad: "Era hermoso, de un blanco cegador -dice la narradora-, con sus cuatro patas finas como agujas y una crin que le caía como agua alrededor de su larga cara." Aún más, una efigie similar a una diosa -probablemente una reinterpretación de Epona misma- aparece junto a un caballo blanco atado a un árbol en Té verde, un óleo con un título alternativo que hace eco del cuento antes mencionado: La dama oval.
Este cuadro está fechado en 1942, el año en que Carrington llegó a México ya casada con el poeta, periodista y diplomático Renato Leduc, a quien había conocido a través de Pablo Picasso en París en 1937. Aunque se mudaba no sólo a un nuevo país sino a una nueva vida y a una nueva mitología, Leonora Carrington no olvidó guardar en el equipaje su vieja afición por Epona, las leyendas celtas y la complicidad equina.