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Un buen amigo

Addenda

GERMÁN FROTO Y MADARIAGA

El fallecimiento de mi compañero y amigo Luis Alfonso Martínez Montalvo, me llevó esta semana a la ciudad de Saltillo, de entrada por salida, para asistir a sus honras fúnebres.

Ahí pude saludar, entre otros, a mi entrañable amigo Francisco Aguirre, quien me informó que otro gran amigo, el licenciado Roberto Orozco Melo, estaba delicado y ya recluido en su casa, bajo el cuidado de su eterna compañera María Elena, quien lo atiende con amor.

Hubiera querido decirle a mi amigo, en persona, lo que aquí voy a escribir, pero lamentablemente eso ya no es posible. Sin embargo, quiero dejar constancia pública de la amistad entrañable que me une con don Roberto, hombre de honor, rectitud y sabiduría.

Debo aclarar que es mayor que yo, pero aún así, la diferencia, nunca fue obstáculo para que nos tratáramos y conviviéramos cotidianamente.

Conocí a Beto (como cariñosamente lo conocemos todos), cuando era aquí en Torreón, delegado del autotransporte federal y desde el primer contacto me pareció un caballero en toda la extensión de la palabra.

Pasados los años, él fue alcalde de Saltillo y al mismo tiempo, estudiaba la carrera de derecho, en Jurisprudencia, aunque su verdadera vocación siempre fue el periodismo.

Aún extraño sus colaboraciones en este periódico, El Siglo, al que tanto ama y de manera especial, el espacio con el que concluía sus colaboraciones, al que denominaba: "La pesca sin anzuelo", en el que narraba divertidas anécdotas del mundo político coahuilense.

Beto ocupó diversos cargos públicos, pues fue también diputado local, secretario de Gobierno y Particular del gobernador Eliseo Mendoza.

Pero la etapa que recuerdo con mayor agrado, fue cuando tuve que ir a Saltillo, a residir, por motivos de trabajo.

Fue entonces cuando con mayor frecuencia veía a mi amigo, porque no había semana en que no desayunáramos en alguno de los sabrosos restaurantes de esa ciudad.

Las charlas, frente a un delicioso café, se podían prolongar por horas y jamás se agotaban los temas. Recuerdo con entusiasmo, alguna vez que Jorge Eduardo me acompañó a desayunar con él, lo veía con asombrado mientras Beto hablaba y le llego a tener tanta estima que lo adoptó como sobrino, lo cual el otro aceptó encantado.

Mi amigo es un hombre sabio y ha vivido la vida con intensidad, la ha disfrutado en toda la extensión de la palabra. Es un excelente esposo, padre ejemplar y abuelo cariñoso.

De él fui aprendiendo cosas valiosas, a lo largo de los años y por ello tengo mucho que agradecerle. Siempre me dio muy buenos consejos y alguna que otra reprimenda paternal, cuando veía que se me estaba pasando la mano en algo.

Cuando por algún motivo pasaba tiempo sin que nos viéramos, al reencontrarnos siempre me decía: "¿Cómo está mi ex amigo?". A lo que yo contestaba: "Ningún ex, su amigo siempre".

Por diversos motivos, la vida nos va quitando amigos y los va recluyendo en sus habitaciones. Están ahí, pero se ha ausentado de sus mentes la chispa divina que tan felices nos hizo en algún tiempo.

Por eso, mientras estén a nuestro lado, hay que disfrutarlos, porque no sabemos en qué memento los podemos perder o perdernos nosotros.

Por eso aquí suspendo estas líneas, pues voy a cenar con Iñigo y Jesús, para brindar por la vida y nuestra amistad.

¿Qué sentido tiene la vida sin amigos?

Gracias, Beto, por todo cuanto me has dado y enseñado. Y "hasta que nos volvamos a encontrar, que Dios te guarde en la palma de su mano".

Escrito en: amigo, vida, mayor, veía

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