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De Política y Cosas Peores

ARMADO CAMORRA

El relato que abre hoy el telón de esta columnejilla es de pésimo gusto. Seguramente lo habrían reprobado de consuno la señora Amy Vanderbilt, maestra en cosas de etiqueta, y don Manuel Antonio Carreño, árbitro de la urbanidad y las buenas maneras. He aquí ese deleznable chascarrillo. Gustavo Adolfo Pecker, poeta romántico, estaba departiendo con su amada en la reja de la joven. De pronto -¡oh, sino aciago!- le llegó al liróforo un urente imperativo de la Naturaleza, que le exigía dar salida a una fuerte ventosidad o flatulencia. Ya se sabe: "Pedum retentum venenum est". Turbado le dijo a su dulcinea: "Creo haber oído la voz de tu progenitor. Iré a la esquina a ver si viene". Fue, en efecto, y ahí dio libre curso al sonoroso cuesco. Regresó y continuó el dulcísimo coloquio con su amada. Mas sucedió que a poco fue acometido de nuevo por el mismo trance. Repitió: "Iré otra vez a la esquina. Creo que vienen tus hermanos". Fue, en efecto y pagó ese censo que a nuestra parte física debemos. Cuando regresó al lado de su musa le dijo ella arriscando la nariz: "Tavo Popo, mejor hazle al revés: echa aquí el trueno, y el perfume llévatelo a la esquina". Avaricio Cenaoscuras, hombre sórdido, ruin y cicatero, no le daba a su mujer lo necesario para la diaria subsistencia. Cuando ella se lo pedía contestaba: "En vez de dinero te daré un rato de amor". Cierto día el cutre abrió el refrigerador y lo vio lleno de carne, verduras, fruta, cerveza, refrescos, todo. Asombrado le preguntó a su esposa: "¿De dónde sacaste eso?". Respondió la señora: "De la tienda de don Pitorro". Inquirió Avaricio, receloso: "Y ¿con qué le pagaste?". Replicó ella: "Con los ratos de amor que tú me das en vez de dinero". Bucolia, joven campesina, iba a dar a luz. Eglogio, su marido, llamó a don Averroes, el médico de la comarca, para que atendiera el alumbramiento. Entró el facultativo en el cuarto de la parturienta. Salió a poco y le preguntó al esposo: "¿Tienes unas pinzas?". El muchacho se las trajo. Poco después el obstetra salió otra vez. "¿Tienes un desarmador?". Eglogio, inquieto, fue por él. Al rato el galeno apareció de nuevo: "¿Tienes un martillo y una sierra?". "¡Doctor! -exclamó el joven esposo sin poder ya contenerse-. ¿Qué le sucede a mi esposa?". "Nada -contestó don Averroes-. Lo que pasa es que no puedo abrir mi maletín". En la Ciudad de México el secretario de Gobernación está haciendo buenos a los maestros malos, y en Nuevo León el gobernador está haciendo malos a los maestros buenos. Los profesores nuevoleoneses son cumplidos e institucionales, pero ahora se sienten desatendidos, y se inconforman por la reducción de sus salarios. Manifestaciones como las de la CNTE son usuales en el sur, pero no en Monterrey. Ojalá los justos reclamos de los maestros de Nuevo León sean prontamente atendidos, para que no se contaminen con las prácticas cenetistas. Estas violencias ya echaron abajo a un candidato presidencial. Habrá que ver si las insólitas manifestaciones que se están viendo en Monterrey no tienen como objetivo oculto echar abajo a otro. Las señoras que vivían en el edificio ponían a secar la ropa en los balcones. Cierto día sopló un ventarrón y todas las prendas fueron a dar al patio en confuso revoltijo. "Vaya lío -comentó don Chinguetas-. Será un problema que cada quien reconozca su ropa". "Ningún problema -lo corrigió su esposa doña Macalota-. Mira: aquella trusa negra es del vecino del 14; aquellos calzones rojos son del muchacho del 18; aquella tanga es del señor del 16.". FIN.

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