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Una democracia enferma

JESÚS SILVA

La democracia norteamericana está enferma. Esta campaña ha sido una larga exhibición de sus achaques. Lo más temible, por supuesto, es el surgimiento de una opción fascista. Una alternativa abiertamente autoritaria que amenaza con limitar las libertades y pisotear cualquier restricción constitucional. Donald Trump ha secuestrado una de las dos columnas que sostienen la competencia política para ofrecer crímenes de guerra y la cárcel a sus enemigos. El candidato que barrió con todas las reglas ha declarado de mil formas su hostilidad a todas las minorías. El problema no son sus propuestas incoherentes, sus rudimentarias ideas, su nacionalismo pedestre. El verdadero problema es su visión de la política y del conflicto, su entendimiento del liderazgo, su imagen del otro. Cree que la política es el entretenimiento de aniquilar al débil, que el mando es fidelidad al impulso, que el diferente es un peligro. Como buen populista que parte de la convicción de que encarna al pueblo auténtico, no admite la posibilidad de la derrota. Para él, ganar es aplastar al otro. Disfruta la humillación de sus enemigos, es incapaz de controlar sus impulsos. No es solamente un ignorante, es un hombre orgulloso de su ignorancia. No busca aprender porque sólo logra admirarse a sí mismo. Mi asesor soy yo.

Sólo un régimen político muy enfermo podría permitir que un personaje de este tipo hubiera llegado tan lejos. Todas las instancias de razonabilidad del sistema norteamericano han sido avasalladas. Alguna vez pensamos que los dispositivos estadounidenses de exigencia eran envidiables. Medios que analizaban con todo rigor el pasado de los ambiciosos, que exhibían sus contradicciones y sus tropiezos. Barrocos procedimientos que iban poniendo obstáculo tras obstáculo a los chiflados o a los radicales. Una travesía que sometía a los candidatos a exámenes severísimos. Ninguno de los filtros funcionó para detener, dentro del Partido Republicano, al fascista. Su candidatura fue, primero, un chiste. Después fue un entretenimiento hasta que se transformó en la peor amenaza a la democracia occidental. No hemos vivido en los últimos cincuenta años una amenaza global como la que significa la elección de este martes.

El fenómeno muestra la crisis del pluralismo competitivo. Buena parte de nuestras preconcepciones sobre el funcionamiento de la democracia se ha venido abajo. Los nuevos mecanismos de comunicación han vaciado los espacios de la confluencia, de la crítica y el entendimiento. El ágora, esa fantasía de la deliberación razonada, abierta y tolerante, ha cedido lugar a un estadio de rencores inconciliables. Unos y otros corean sus porras sin la menor intención de comprenderse. Hemos perdido el foro. Todo es ring. El individualismo, el peor de los males que, según Alexis de Tocqueville, incubaba en Estados Unidos, ha llegado a extremos inimaginables para él: cada persona puede formarse su imagen del mundo, sin necesidad de cotejar la realidad. De la palma de nuestra mano surge una burbuja que nos encierra en nosotros mismos. Acontece afuera lo que queremos que acontezca. Los otros son lo que ya sabemos que son: perros, brujas, peste. Nos rodeamos solamente de aquellos que ratifican nuestro prejuicio.

Recluido en su burbuja, el ciudadano se desentiende de la verdad. ¿Puede funcionar un régimen democrático en una sociedad que se despreocupa por lo real y que da crédito solamente a su emoción? No soy iluso. Entiendo que en la política la imagen suele pesar más que la realidad. El ojo, no la mano, orienta nuestro juicio. Pero un régimen democrático, con su compleja maquinaria de exigencias, apuesta, antes que cualquier otra cosa, a castigar el engaño. La confianza elemental de una sociedad abierta radica precisamente ahí: en la capacidad de cada uno de nosotros, como agentes de la razón, de evaluar el fundamento de lo dicho y de lo hecho. Ese resorte vigilante ha desaparecido. La mentira abierta, constante, sistemática, cínica tiene hoy camino libre.

Quienes saben de números confían que el fascismo será derrotado mañana. No sé de esas sumas. Pesimista, me marca eso que Henry James llamó "imaginación del desastre." Esa es la prudencia en la que creo.

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Escrito en: JESÚS SILVA-HERZOG democracia, política, amenaza, solamente

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