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Memorial de reflejos cervantinos

LETRAS DURANGUEÑAS

Memorial de reflejos cervantinos

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ÓSCAR JIMÉNEZ LUNA

Es para ustedes, nos dijo don Eulalio Ferrer Rodríguez al grupo de personas que lo seguíamos en una visita guiada al Museo Iconográfico del Quijote encabezada por él mismo. Acompañábamos mi esposa Maricarmen y yo a una representación que venía entonces de Castilla La Mancha. En el año 2005 la UNESCO había declarado a Guanajuato como Capital Cervantina de América. Al recordar aquellas palabras creo que don Eulalio, sin decirlo, comenzaba a despedirse. Brazos generosos los suyos, siempre abiertos, eran la síntesis de su enorme humanidad: cultivar amistades, propiciar reflexiones, celebrar la vida. Y evidentemente: conmemorar sin cesar el Quijote.

Conocemos bien el inicio de esta historia. Una España sufriente, el dolor y el llanto de los transterrados. Un encuentro trascendente, entre alambradas, con el libro mayor de nuestra literatura, cuyas páginas desplegaron ante los ojos de aquel muchacho de Santander un verdadero universo: alegrías, nostalgias, esperanzas. Y luego México como albergue y consuelo. Como lugar para emprender, formar una familia, luchar junto al pueblo que lo recibía. Muchas veces lo repitió, lo dejó bien claro: lo que lo movía era ante todo la gratitud.

También eso nos enseñó. A ser agradecidos. Por eso, quienes año con año acudimos a los Coloquios de Guanajuato contraemos un importante compromiso cultural e incluso -diríamos- moral. Llegar a una ciudad llena de historia, extraordinaria por su arte arquitectónico, por el colorido de su expresión popular, es también arribar a una tierra -en ello indudablemente el mejor lugar latinoamericano- donde se privilegia y prolonga el sueño de Cervantes.

Tal fue el favorable influjo que nos llevó, por ejemplo, a organizar en la Biblioteca Pública Central del Estado de Durango una lectura colectiva de la obra maestra a principios del emblemático año de 2005. Con el marco de una exposición de grabados de Ignacio Cumplido que nos prestó el Museo Iconográfico de Guanajuato, convocamos exactamente a 126 personas -el número total de capítulos del libro, como sabemos- para abarcar en sesiones diarias todo el volumen. En el programa que significativamente llamamos Durango, lector del Quijote, integramos a funcionarios públicos, directores de museos, casas de cultura, promotores de lectura, escritores e incluso se invitó a un campesino de la sierra cercana, una presidiaria -que asistió con licencias especiales y custodiada por guardias armados-, algunos comerciantes, una invidente que leyó en braille...y un bolero de la Plaza de Armas. Creo que vale la pena detenerse siquiera brevemente en el último caso.

Como se hacía con los demás, traté de asegurarme de que todo estuviera en orden para la presentación de esa tarde. Tocaba el turno al aseador de calzado, un buen hombre de alrededor de sesenta años, muy conocido por sus muchos años de servicio. Lo fui a ver a su carrito, situado frente a la calle Constitución. Era un apacible mediodía. Mientras trabajaba hablamos. ¿Entonces listo? Claro, me dijo. Duró todavía unos minutos sacándole brillo a unos zapatos y de pronto, con el cepillo en la mano, y casi como de pasada, agregó: oye, pero el escrito que me mandaste trae muchos errores. Se me cayeron las alas. ¿Cómo que errores, salieron manchadas las fotocopias? (Aunque los participantes leían en el recinto bibliotecario una versión en letra grande del clásico, antes les entregábamos a quienes lo solicitaban las páginas correspondientes de la recién estrenada edición del IV Centenario de la Real Academia Española). Mira -continuó- trae palabras como “mesmo”, “vido”, “truje”, “agüelo”. Pero no te apures, ya las corregí todas, acabó sonriente. Yo volvía lentamente a la vida. No hay problema, si quieres puedes leer las hojas como estaban. Así déjalas. Nos vemos al rato. Conmovido y ya repuesto de la momentánea contrariedad, caminaba sin dejar de pensar que en España no les estaba yendo nada bien a otros lectores del Quijote desde que habían decidido enmendarle la plana a Cervantes.

Pero más allá de dichas ventajas concretas, inmediatas, que ayudan significativamente los niveles educativos de las instituciones y de la comunidad en general, se construye lo que ya podemos llamar por muchas razones Patrimonio cervantino, un conjunto de creencias e ideas que se manifiestan a través del tiempo en usos, expresiones artísticas y culturales y, al final, en edificante identidad. No es por lo mismo desmesurado suponer que, después de más de medio siglo de culto a Cervantes en la ciudad de Jorge Negrete y Diego Rivera y -en los fundamentales vértices del triángulo cervantino: representación de los Entremeses, desde 1953, organización del Festival Internacional, a partir de 1973 y el desarrollo y consolidación de los Coloquios, inaugurados en 1987-, se puede ahora sostener que la celebración de Quijote es ya una más de las tradiciones de Guanajuato, una particular manifestación mexicana y, por extensión, una categoría vital de la lengua española.

Al recuento de lo palpable, el sin par Museo Iconográfico del Quijote, el Centro de Estudios -con su excepcional colección de Quijotes- y la discusión sobre los alcances de la obra del ilustre escritor peninsular, esta tierra que hoy una vez más nos convoca es ante todo, subrayo, una buena, magnífica, costumbre guanajuatense.

Porque ¿qué no ha visto esta especie de Aleph cervantino, en estos Coloquios Internacionales de Guanajuato?

Ha visto muchos personajes, cuyos nombres evocan el saber y la cátedra: Juan Bautista de Avalle-Arce, Maxime Chevalier, Jean Canavaggio, don Manuel Alvar, Stanislaw Zimic, don Fernando Lázaro Carreter, Julián Marías, Odón Betanzos, Saúl Yurkiervich, Francisco Rico, James Parr, don Felipe San José, John Allen, Aurelio González, Anthony Close, Carlos Alvar, Alfredo Alvar, don José María Casasayas, Florencio Sevilla, Javier Blasco, María Stoopen...

Ha visto el ensayo y la crítica desde sus numerosas perspectivas.

Ha visto a los escritores Nélida Piñón, Jorge Edwards, Sergio Pitol, Alfredo Bryce Echenique... tomar la pluma donde la dejó Cervantes.

Ha visto a no pocos hombres tocados por la luz de la poesía: José Hierro, Antonio Gamoneda, Eduardo Lizalde...

Ha visto al político cruzado de humanista: Belisario Betancur, Felipe González, Julio María Sanguineti...

Ha visto las rutas seguidas por don Quijote y Sancho Panza en China, Rusia, Japón, la India, Siria, Brasil...

Ha visto la Enciclopedia cervantina del maestro Avalle-Arce y el anuncio de la Gran Enciclopedia Cervantina.

Ha visto los Entremeses cervantinos, que repite las palabras que Cervantes oyó por pueblos y aldeas, y que don Eulalio Ferrer los disfrutaba siempre como si fuera la primera vez.

Ha visto el Quijote en Internet, sus Bancos de imágenes, el Cervantes virtual.

Y el Aleph sigue girando, reflejando más páginas, más rostros mirando el Aleph cervantino.

Doña Ana Sara Ferrer Bojórquez, presidenta de la Fundación Cervantina de México:

Lic. Onofre Sánchez Menchero, director del Museo Iconográfico del Quijote:

Escritor Benjamín Valdivia Magdaleno:

¡Cómo agradecer tanto!

Don Eulalio Ferrer fue un árbol lleno de vida, cuya sombra generosa siempre amparó la conversación quijotesca. Somos hermanos en Cervantes, decía continuamente. Qué bueno que sus ramas siguen creciendo en Guanajuato.

Escrito en: LETRAS DURANGUEÑAS visto, Quijote, Ferrer, Museo

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