Editoriales

hora cero

Roberto Orozco melo

Aquel mundo, este

mundo, el mundo...

Cualquier viernes por la noche podría ser bastante aburrido de no existirel moderno recurso del DVD que nos permite disfrutar una película del tiempo en que se hacía buen cine con actores, actrices, productores y directores comprometidos. Ahora muchas películas parecen ser, o son, simples refritos de la ingeniería electrónica. “Remakes” con nuevos intérpretes y guiones lampreados de dos vueltas y algún insólito detalle para disimular. Lo importante es producir dinero en poco tiempo y con poco gasto.

A pesar de todo el fin de semana anterior mi esposa y yo gozamos una sesión de buen cine en nuestro hogar, semejante a las que nuestros coetáneos disfrutaron en los antiguos teatros: una excelente película de época, un par de cómodos asientos, una bolsa de palomitas de maíz y sendos refrescos de cola. La cinta reproducida por medio de un CD era “Música y Lágrimas”, la vida de Glenn Miller, compositor y arreglista de swing, director de una de las mejores bandas de música bailable de 1940, cuyo desarrollo narrativo nos remontó a la sociedad estadounidense en los años posteriores a la gran depresión provocada por la quiebra financiera del 29, vivamente descrita en Las Uvas de la Ira, la novela de John Steínbeck.

Gracias al “New Deal” de Franklin Delano Roosevelt, las familias de las clases trabajadoras accedieron en el cuarto decenio del siglo XX a una forma de vida más o menos estable y a una economía modesta; ambas realidades se sustentaban en los sólidos principios religiosos, cívicos y morales de los fundadores transmitidos a las nuevas generaciones, y a pesar de la tremenda carga histórica del monroísmo yanqui del siglo XIX: “América para los americanos”

Pero llegó la participación de Estados Unidos en la segunda guerra mundial, con toda la crueldad de un deplorable fin atómico, y sobrevinieron las otras consecuentes guerras del adormecido imperialismo económico, iniciadas y liquidadas a un gran costo moral, por los gobiernos estadounidenses de los últimos sesenta años, más cinco de la presente centuria.

Estas guerras dejaron a los aterrados estadounidenses la herencia del descrédito mundial, inestabilidad social paranoica, el más alto endeudamiento público del mundo y con la última, de Irak una prevaleciente y disfrazada depresión económica, un lote de pendencias internas y externas y una grave dislocación moral, ya subrayada por algunas de las, más agudas inteligencias del país que hoy está en manos de un petrolero conservador y fundamentalista que llegó al mando nacional por medios poco claros, como todos sabemos..

Esto debe preocuparnos como inmediatos vecinos. No hace mucho alguien me envió un e-mail adjuntando la respuesta de Anne Graham, hija del predicador evangélico Billy Graham, a una pregunta de Jane Clayson, la entrevistadora de TV, referente a los sucesos del 11 de septiembre del 2002: “¿Cómo pudo Dios permitir que sucediera esto?”

La contestación de la señora Graham fue que Dios estaba profundamente triste por ello, pero también por sentirse excluido de las escuelas y de la sociedad de Estados Unidos, de su Gobierno y de las vidas de sus habitantes? Y pregunta ella misma: “¿Cómo podemos esperar que Dios nos dé protección y bendición si le hemos pedido que nos deje solos?”...

En seguida la señora Graham enumeró los males sin cuenta que se han registrado en la sociedad norteamericana desde hace varios años. Por ejemplo: A título de respetar a ultranza la libertad de expresión se cometen muchos y distintos libertinajes, de los cuales sólo uno parece preocupar al Gobierno estadounidense: el narcotráfico, mas no la adicción de sus jóvenes y adultos a los narcóticos. Aquello se castiga como comercio ilegal, pero el consumo parece ser intocable como acción de la libertad individual; por lo que no se previene, ni se acota, ni se reprime.

Decir que esto sucede sólo en Estados Unidos sería exagerado. Esto pasa en todo el mundo, pero Estados Unidos marcha a la cabeza. El consumo de alcohol, cuyos disgregantes efectos sociales son equiparables a los que causa la droga, tampoco provoca la menor aflicción en los altos niveles del Gobierno. Y el libertinaje sexual, que ya no es solamente una práctica privada, encontró en el condón y en el aborto una patente de corzo para su libre cultivo. Igual acaece en todo el mundo con las editoras de cierto tipo de revistas, la televisión y el cinematógrafo, empresas convertidas en pingüe oportunidad para el lucro. Se filman películas y series de TV que promueven lo profano, el alcoholismo, la adicción a las drogas, la violencia y el sexo; el Internet permite la divulgación de mensajes con fotos y descripciones sobre las peores degradaciones sexuales y se estimulan la pedofília, las violaciones, los suicidios y los temas satánicos: todo ello tiene lugar en el vecino país bajo el amparo de la primera enmienda constitucional de Estados Unidos. Y se contagia al mundo entero ante la indiferencia culpable de legisladores, gobernantes y ministros de las Iglesias; los nuestros, los de México, tan preocupados y tan ocupados por la rebatiña electoral.

Sentimos refrescante esa vieja película “Música y Lágrimas” al compararla con el drama barnizado de placer y ambición en que se está inmersa la juventud de los Estados Unidos. Cuánto añoramos en el resto del mundo las sociedades tranquilas y productivas que vivíamos hace cincuenta años; y cómo lamentamos las guerras ajenas, de conveniencia, —Vietnam, Corea, Afganistán, Irak, Medio Oriente, Europa Oriental, etc.—- que causaron millones de muertes y el grave desorden psicológico y moral en que cayeron los soldados jóvenes y adultos que fueron a pelearlas: una verdadera tragedia para los hogares estadounidenses.

Pero como dice la señora Graham al final de su valioso y valiente texto: “A nosotros nos preocupa más lo que piensan los demás, que lo que Dios pueda pensar de nosotros”...

Escrito en: Estados, Dios, mundo, Graham

Noticias relacionadas

EL SIGLO RECIENTES

+ Más leídas de Editoriales

TE PUEDE INTERESAR

LECTURAS ANTERIORES

Fotografías más vistas