-Corte el pelo hasta donde me alcance el dinero, fue lo que le ordené al famoso estilista que amablemente me había sentado en una silla giratoria, acomodado un elegante y largo hule antiderrapante de color amarillo ocre y sujeto fuertemente a mi cuello.
-Perdón, fue la pregunta desconcertante a quien está acostumbrado a escuchar: Quiero un corte moderno, original y elegante... lo quiero como el de esta revista, todo idéntico, menos los ojos verde oliva de la modelo, claro está... me gustaría algo dramático en el color, pero suave en el corte, ¿entiendes? Pero yo estaba decidida a desaparecer de mi cráneo cualquier vestigio de folículo “pelil”.
Antes de mencionarle claramente a quien me iba a “echar tijera” acerca de los derechos legítimos de hacer, rehacer, convertir, trasladar, donar o desaparecer mi abundante melena color castaño hice una retrospectiva (como las que realizan todos aquellos grandes héroes antes de iniciar una aventura).
-¡Porque estoy aquí! Así de sencillo y complicado al mismo tiempo.
Comenzamos el primer mes de exámenes parciales de mis hijos y me encuentro estudiando desde la diferencia entre mayúsculas y minúsculas, pasando por los nueve planetas y un añadido descubierto recientemente en el Sistema Solar por aquellos que no dejan de mirar el cielo, ubicar no sólo en el tiempo, sino en mi memoria las eras Precámbrica y Paleozoica y rematando con la fórmula del gas oxidricol metalhídrico, además, no obstante la carga mental que debo de llevar para apoyar moral y psicológicamente a mis pupilos, debo ver la vida hermosa, suave y bella, ¡antes creen!
Muchos liberan su estrés fumando, otros haciendo ejercicio y unos afortunados terceros se van de compras y no regresan hasta que traen su tarjeta de crédito convertida en verdaderas “faldas hawaianas” debido al uso indiscriminado de ella.
Pero yo tenía el dilema de no saber fumar y a estas altura era más fácil comenzar a edificar mi mausoleo en cantera que emprender una carrera frenética con una campaña contra el cáncer. Hacer ejercicio sería algo verdaderamente halagador, lástima que los gimnasios no abren a las 5:00 de la mañana ni a las 11:45 minutos de la noche, horas en que mi jornada laboral, maternal y hogareña me permite asistir y por lo que respecta a salir corriendo de compras, lo más parecido a una tarjeta de crédito que he tenido en mis manos son los boletos que compramos a la entrada de la kermés de los niños y que los usamos en lugar de dinero en efectivo...
La tía Salustia me sugirió que analizara cada problema por separado y encontraría la solución de inmediato.
-Mayúscula; mayo de mayor... grandes, muy grandes le explicaba al niño que me observaba impávido ante las expresiones con manos y cara que hacía. Y minúsculas, mini, mini lo “minichiquiriquis” son las letras chiquitas. Qué fácil, no.
Por ejemplo “pelota” ¿qué es? Pensando un poco, lo analiza y menciona a todo pulmón es mayúscula...
Por poco y me da un ataque de histeria y dando gracias a Dios de no haber estudiado para educadora, lo saco de su error. No puede ser, ¿dónde está la más grande, la mamá de todas las letras, dónde, dime dónde?... Con la paz que tienen todos aquellos que están en sintonía con el universo me responde con lentitud. Es que yo la escribo con letras muy grandes, mamá. ¿Tiene algún argumento para ello?, mejor se va a estudiar con la de sexto el Sistema Planetario.
-Es cierto que Plutón es un planeta morado, dice con mucho entusiasmo la niña.
-¿Morado?, no sabía que era morado, yo siempre lo pintaba gris, o gris plata ¿por qué es morado?... pensé en voz alta.
-Hay mamá, porque tiene frío. Con esto finalizó la conversación y el estudio de la materia y me dirigí con la frente en alto con la estudiante de preparatoria, hablaríamos de temas más profundos, de conversaciones adultas y discutiríamos con claridad de mente.
-No entiendo el coseno del logaritmo de 34.3, ¿sería igual al cotangente de su hipotenusa?, hablaba no sé si para ella misma o para algún fantasma perdido que por mera casualidad hubiera sido matemático, pero si el prólogo estaba así, no quería entrar en materia, por lo que me retiré sintiéndome inútil y fuera de lugar frente a mis propios hijos.
-Corte pegado al cráneo, fue tajante mi decisión. En mí los casos severos de depresión aguda se combaten con cortes de pelo.
La entrada a la casa fue silenciosa y en cuanto los niños observaron mi nuevo look, respondieron obedientes a cuanta indicación, orden y pregunta que salía de mi boca.
No hubo respuesta que no supiera ni ecuación que no resolviera, definitivamente tenía otra perspectiva ante la vida y porqué no, ante las tareas escolares que tenía delante de mí.
Después de todo no hay nada que cause más respeto que una madre de familia con un reciente corte a la “campo de concentración judío”.