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Tras el horror, la vida

El seísmo que se resiste a marcharse

Tras el horror, la vida

Tras el horror, la vida

JUAN EUSEBIO VALDEZ VILLALOBOS

Cuando los demás ya hayan dejado de pensar en el desastre ocurrido y estén plenamente instalados en el momento de recomenzar, su cuerpo les traerá las mismas sensaciones que vivieron aquel día.

“Eres la víctima omitida.

El edificio se cimbró y no

viste pasar la vida ante

tus ojos, como sucede

en las películas.

Te dolió una parte del cuerpo

que no sabías que existía:

La piel de la memoria,

que no traía escenas

de tu vida, sino del

animal que oye crujir

a la materia…”

Fragmento del poema “El puño en alto” de Juan Villoro.

Cuando abrimos los ojos por la mañana, nos vienen a la mente las actividades que haremos durante el día, cosas como bañarnos, vestirnos, desayunar, salir... Al mismo tiempo aparecen los pendientes, las cuentas a pagar antes de la quincena. Sin apenas reparar en nuestros actos, de manera automática, ya estamos en el coche, dirigiéndonos hacia nuestro lugar de trabajo.

De repente, algo cambia, tomar el café con los compañeros de la oficina parece una misión imposible. El aire se va cortando y en la mente aparece el momento exacto, donde el cuerpo está fuera de control, se siente como la vida se esfuma en cada exhalación, en cada grito de ayuda que, desesperado, lanzas al aire con la esperanza de que algo o alguien pueda detener el fin del mundo.

Comer, pasear, dormir, trabajar, tener relaciones sexuales o el solo hecho de vivir se ve lejano cuando se distingue la cara la muerte. Sin poder comunicar a los que te rodean lo que estás sintiendo, es natural hundirse en una espiral de angustia, el cuerpo empapado en sudor, temblar, mas no poder mover las piernas para huir. Así es como se muestra el estrés postraumático

EL EVENTO

Ver en la pantalla del celular o en televisión que un edificio de 20, 30 o 50 pisos cae y se convierte en añicos en cuestión de segundos, saber que adentro hay niños, adultos, familias, mascotas, historias de vidas que se esfuman en un momento, presenciar un evento así es de lo más difícil de asimilar en nuestra existencia. Ahora que, vivirlo desde las entrañas del percance, es un hecho horripilante.

Presenciar y sentir un desastre natural, como el seísmo ocurrido el 19 de septiembre en el centro y el sur de México, donde se perdieron vidas humanas, es una experiencia que después, transformada en un trauma, deviene en una de las heridas más profundas a las que nos podemos enfrentar, sobre todo cuando se debe reanudar la rutina.

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Una pareja se abraza enfrente de un improvisado altar con arreglos florales en memoria de las víctimas del terremoto del 19 de septiembre. Foto: EFE/Mario Guzmán

¿Y LOS SOBREVIVIENTES?

Al hablar de un cataclismo nos viene a la cabeza la destrucción y el miedo de las personas que padecieron dicho evento. Ante semejante impresión es común tanto la sensación de estar conectados como ceder el mando a la empatía e intentar ayudar. Es por eso que la ayuda no se hace esperar. La solidaridad aparece en forma de comida y manos dispuestas para el trabajo.

Pero, ¿qué pasa después del shock inicial?, ¿qué sucede cuando la noticia deja de aparecer en la televisión o en las cadenas de WhatsApp?

¿Qué pasa con los sobrevivientes? Unos, debido a su capacidad, no presentaran ningún problema a la hora de retomar con naturalidad su vida. Para otros no será tan sencillo, cuando los demás ya hayan dejado de pensar en el desastre ocurrido y estén plenamente instalados en el momento de recomenzar, su cuerpo les traerá las mismas sensaciones que vivieron aquel día.

Se debe tomar en cuenta que la persona ha estado expuesta a un acontecimiento traumático en el que:

1.- Han presenciado uno o más acontecimientos caracterizados por muertes o amenazas para su integridad física o la de los demás

2.- La persona ha respondido con un temor, una desesperanza o un horror intenso.

El trauma se revive en: recuerdos recurrentes, sueños que se convierten en terrores nocturnos, incluso aparecen el sudor frío y la desesperanza. Es como si el individuo volviera a estar en esa habitación tambaleante, sin la seguridad de poder sobrevivir. Todo esto puede ser despertado por un objeto, lugar o acontecimiento que le recuerde el suceso, por ejemplo, ver imágenes de los escombros en algún medio de comunicación o escuchar la historia de algún conocido. Pareciera que no puede salvarse de volver a sentir en la piel aquel desastre.

La acción de volver al centro de trabajo o el simple hecho de estar en un segundo piso, son otros potenciales desencadenantes, y así aparecen las conductas evitativas en las que se prefiere evitar dichos lugares y decantarse por el aislamiento en lugares donde impere la idea de estar a salvo. Es preferible “no vivir que exponer mi vida”, pareciera la idea fija en la cabeza del superviviente.

En el caso de los niños, los síntomas se pueden presentar de un modo poco estructurado, o a través de conductas contradictorias. Se les puede ver molestos, irritados, o poco tolerantes hacia las actividades que realizaba con cierta facilidad (ir a la escuela, jugar con otros niños). El miedo se apodera de todos los aspectos de la vida.

Cabe mencionar que los síntomas del estrés postraumático pueden aparecer de uno a tres meses después del evento, es decir, cuando ya se ha perfilado la vuelta a una relativa calma.

Muchos de los sobrevivientes pasaran por momentos así en sus esfuerzos por retomar el mando de sus vidas. La tragedia causó más de 350 pérdidas humanas; la destrucción de hogares y posesiones también fue cuantiosa e inevitablemente afectara a los ciudadanos.

Esto nos da una idea de la batalla que tienen enfrente las familias y personas supervivientes. Las fuerzas emocional y psicológica serán vitales para reconstruir la estructura de sus vidas.

CONCLUSIÓN

El dolor provocado por los fallecimientos y los daños materiales que acarrea un desastre natural es inevitable. Luego de los sismos retomar el curso de la existencia adquiere el carácter de aspecto capital. Asegurar la calidad de vida de los damnificados, cubrir todas sus necesidades, también implica proteger su salud mental. Tener en cuenta las consecuencias es un gran primer paso.

Los demás, desde nuestra empatía, podemos asegurarle a nuestros compatriotas que, si bien les tocó transitar en las penumbras de un edificio hecho añicos, eso no significa que no puedan acabar la noche y empezar la mañana con una nueva esperanza, donde la luz se pueda ver al final del montón de escombros.

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