A veces pienso que a los papás no les cae el veinte sobre lo que es la privacidad. Preguntan demasiado. Cuando eres chico, ¿cuál privacidad? Te bañan, te visten, deciden qué haces, la hora de ir a dormir y la de levantarte. Eres parte de ellos, y ellos parte de ti. Ni te gusta, ni la necesitas; incluso odias cuando le ponen el seguro a su recámara. Cuando creces, aunque te da miedo, quieres separarte y ser independiente. Ahí pides a gritos un poco de privacidad. Ya no te gusta que te vean desnudo, que abran la puerta de tu cuarto sin tocar, que te escuchen hablar por teléfono o que quieran saber todo lo que piensas o haces. Quieres tener tu propio mundo. Esto que nos cuenta Jerónimo es, precisamente, lo que angustia a las mamás y dispara el síndrome del detective. Sin embargo, como espiral, entre más preguntamos los adolescentes más se cierran, más se alejan, y las mamás, más nos angustiamos. Inocentes o no tanto, los secretos le dan un poder al adolescente: sentir que no sabemos todo acerca de ellos. Es un asunto de independencia. Aunque, si bien es cierto lo que dice un amigo: "La inocencia de los papás empieza cuando la de sus hijos termina", muchos papás podemos pasar de inquisidores a invasores de la privacidad. Nos cuesta trabajo entender que los secretos son necesarios para su autonomía, son naturales y parte de su crecimiento. Los secretos son como las arañas: aunque horrorosas, tienen su propósito en la vida, sólo que no queremos vivir rodeados de un ejército. Así que, para mantener el mínimo de ellas, lo ideal es crear un ambiente donde el/la joven, escoja decir en lugar de esconder.
Hay dos tipos de secretos: 1) Físicos. Estos secretos son los que guardan en el clóset, en la back pack, en el coche o en la computadora. Tipo la foto que se tomó con el amigo y su primera borrachera de cerveza a los trece años. La revista porno, cigarros, media botella de tequila, quizá condones y demás. Los papás, si en verdad quisieran, podrían encontrar estos secretos. Pero no se trata de eso. 2) Mentales. Ésos quedan en su cabeza, si es que no los escriben en un diario, o se los cuentan a un extorsionador. Los papás sólo sabrán estos secretos si tienen suerte o si hay una gran comunicación y honestidad por parte del adolescente. Hay papás que favorecen la teoría del espionaje. Sin embargo, pierden más de lo que ganan. Pocas cosas enfurecen más a un joven que saber violada su intimidad. Asimismo, cuando un papá logra una confidencia forzada, surge el resentimiento. Estoy segura que quien dijo la frase de "Bendita ignorancia", seguro fue el papá de un adolescente. Si en realidad supiéramos todo lo que hacen, quizá no estaríamos tranquilos nunca. Y para imaginarnos, basta voltear a ver nuestra propia adolescencia. Si bien la ignorancia es buena, el conocimiento es poder. Por eso, lo mejor es favorecer la comunicación y la cercanía con nuestros hijos desde pequeños, para después no llevarnos un gran golpe. Además, hay que contemplar que la intimidad es un derecho de todos los seres humanos, de cualquier edad y sexo. Todos en la vida guardamos un secreto. Para poder vivir en sociedad, los humanos hicimos un pacto. El pacto de guardar cosas, reprimir, contener, decir o hacer cosas; si no, la convivencia sería imposible. Los secretos de los adolescentes, nos guste o no, son naturales y saludables. Es una preparación para separarse de nosotros. A los papás nos toca respetar su privacidad y permitir que revelen sus secretos en su momento o que los guarden. Ésta es otra manera más de dejarlos ir.